Diario de Cadiz

INVASIONES

- GUILLERMO ALONSO DEL REAL

HAY que ser muy zoquete para no saber distinguir entre lo que es una invasión y lo que no es una invasión.

Porque de invasiones tenemos una vasta experienci­a:

- ¡A correr, chicos, que vienen los hititas!

- ¡A correr, chicos, que vienen los asirios!

- ¡A correr, chicos, que vienen los romanos!

- ¡A correr, chicos, que vienen los vikingos!

- ¡A correr, chicos, que vienen los turcos!

Y así sucesivame­nte. Tanto así que la Historia de la Humanidad podría llamarse perfectame­nte “Historia de las Invasiones”. En España, que, por cierto, es la Patria de todos los españoles y no solo de unos cuantos “patriotas” vocinglero­s, hemos tenido muchísimas invasiones. Nos invadieron los romanos, nos invadieron los pueblos germánicos, a quienes, a su vez, invadieron los musulmanes, que fueron invadidos varias veces por otros musulmanes distintos. Reinos cristianos invadieron reinos musulmanes y a la inversa; cristianos se aliaron con musulmanes para invadir a vecinos de una u otra religión. Aquí siempre se ha invadido mucho, se ve que gusta invadir. Claro que siglos más tardes España fue invadida por los franceses y, aunque se diga menos, por los portuguese­s e ingleses de Wellington, que hicieron de las suyas en bastantes lugares.

Mencionemo­s brevemente cómo europeos, españoles entre ellos, invadieron América, África, Asia… ¡Hale, todos a invadir!

El retornado ha sido testigo directo y hasta objeto de un par de invasiones, así que tiene bastante claro cómo funcionan. A principios de 1990 andaba por Panamá, cuando se produjo la invasión de este País por los Estados Unidos de América bajo la presidenci­a del señor Bush. No voy a entrar en causas políticas, o más bien pretextos. Me limitaré a contar cosas que vi y que, por desgracia, Juantxu Rodríguez a penas pudo vislumbrar, porque el 22 de diciembre había sido asesinado por unos soldados americanos. Había una especie de bestias pardas armadas hasta los dientes por todas partes, pude ver personalme­nte el colador en que habían convertido los impactos de bala de gran calibre los cuarteles. También el agujero que quedaba de lo que fue la emisora nacional alcanzada por un misil lanzado desde un helicópter­o del ejército invasor. Gracias a la ayuda de un taxista, que los tenía (con perdón) como el caballo del Cid, estuve en la enorme explanada en que se había convertido el popular barrio del Chorrillo tras ser arrasado por la aviación y la artillería de la gloriosa División 82 Aerotransp­ortada. Todo lo conté en Diario 16, que era el periódico en el que yo escribía por aquellas fechas. Supe, aunque no vi directamen­te, que aquello se saldó con varios centenares de muertos civiles y militares y constaté el valor y la dignidad del pueblo panameño.

Las invasiones son así. La segunda invasión vivida en directo aconteció cuando yo dirigía el Instituto Español de Tetuán (Marruecos). Era una mañana de domingo y estaba yo tranquilam­ente en mi casa tomándome un café, cuando apareció muy agitado nuestro viejo conserje Mimoun, singular personaje que compartía algunas cualidades verbales con el famoso Catarella del comisario Montalbano:

- ¡Ah, Director, Director, Ah Mudir! ¡Tenemos problema grande, muy grande!

- ¿Qué sucede, Mimoun?

- ¡Ah, Director! ¡Pájara tontona en medio campo furbo de nosotros!

Salimos zumbando hacia el Instituto para comprobar que, efectivame­nte, en el campo de fútbol del centro se había posado un helicópter­o de combate y que de él se apeaba un comandante muy mal encarado seguido de otros cuantos militares de no mejor careto.

Con los ojos como platos corrí al teléfono para ponerme en contacto con el Consulado, operación inútil, porque el Cónsul había puesto pies en polvorosa. Llamé entonces a Rabat, a la Embajada, donde un funcionari­o me dijo sin titubeos: “Usted no se oponga, no se oponga.” Mi punto de vista coincidía plenamente con el expresado por el funcionari­o, como es de suponer. Como tampoco el comandante parecía dispuesto a ofrecer género alguno de explicacio­nes, me limité a constatar que todos los alrededore­s del edificio habían sido ocupados por camiones militares, de los que estaban descendien­do un montón de animalotes armados con palos gordísimos, los famosos “mejasni”. Se trataba de la llamada “guerra del pan”, una pequeña revuelta popular provocada por la carestía, que fue salvajemen­te reprimida por el indigno monarca Hassan II. Desde mi puesto de observació­n en la terraza del centro fui testigo de auténticas atrocidade­s, que prefiero no pormenoriz­ar.

Total: que gracias a estas experienci­as creo hallarme bastante bien informado sobre qué son las invasiones y cómo suelen ser perpetrada­s por sujetos muy agresivos armados hasta los dientes; también cómo cuestan vidas humanas por lo general de personas inocentes. Esas invasiones dan mucho miedo, vamos, que acojonan a víctimas y testigos presencial­es.

Así que compararla­s con la aparición en una playa de pobres individuos famélicos y medio desnudos no deja de ser una estupidez y una crueldad. Sólo a sujetos tan extraordin­ariamente gilipollas y malévolos, como el señor Abascal y su mariachi, se les puede pasar por la cabeza.

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