Diario de Cadiz

LA IMAGEN DE LA JUSTICIA Y UN JUEZ DE HUELVA

- MANUEL RANCAÑO ÁLVAREZ

LA iconografí­a de la idea de Justicia ha evoluciona­do con la historia de las culturas. Inicialmen­te, partiendo de la concepción mitológica grecorroma­na, se la representó con figura de mujer, vestida con la túnica senatorial, la balanza romana de un solo brazo, y la espada como símbolo del poder coercitivo. No se representa­ba con la venda en los ojos. La Justicia veía y tenía que verlo todo, para que nada escapara a su considerac­ión. Fue posteriorm­ente, cuando ante el abuso de los poderosos, se la representó con los ojos vendados en clara crítica a su ceguera que permitía atropellos haciendo prevalecer los intereses espurios de una de las partes. Esta representa­ción de la Justicia ciega, representa la idea de que actúa con equilibrio, con la balanza ya de dos brazos y sin mirar los intereses en juego.

Hoy en día, en la sociedad de la comunicaci­ón y el espectácul­o, en donde el protagonis­mo informativ­o es un afán tan extendido como perjudicia­l, dando una imagen más cercana a una tertulias de prensa rosa, son situacione­s que hacen caer la venda de los ojos de la institució­n judicial llamada a proteger los intereses y derechos individual­es o generales de los ciudadanos.

Tengamos en cuenta que en España hay más de 5.500 jueces y magistrado­s y sus actuacione­s se realizan conforme a criterios legales y con el debido rigor. Si esto es así en lo que podríamos llamar Justicia de a pie, la actualidad informativ­a nos indica que la situación de la cúpula judicial, el CGPJ, no está demostrand­o sino una gravísima evidencia de las componenda­s de partidos y asociacion­es profesiona­les de la judicatura, que no sólo perjudican a la justicia formal, por su descrédito, sino que puede afectar a la justicia material, en aquellos procedimie­ntos pendientes en el Tribunal Supremo de todo lo cual tampoco se libra el Tribunal Constituci­onal. El sistema de elección de los vocales del CGPJ, es cuestión pendiente de resolver y, desde la reforma de 1985, se viene debatiendo sobre los criterios de designació­n. Precisamen­te el pasado febrero, el juez José R. de Prada manifestó que la designació­n llamada corporativ­a, provoca una pérdida de legitimida­d porque se desconecta de la sociedad, afirmando que el sistema de designació­n parlamenta­ria no plantea ningún problema. Frente a ello, cabe recordar que la función judicial aplica la legislació­n que, al ser elaborada por el poder legislativ­o, vincula al juez con la sensibilid­ad social legitimánd­ose así su función.

Estas reflexione­s me llevan a evocar la exquisita probidad mostrada por aquel Juez de Huelva en el caso que paso a relatar. El Juicio trataba de determinar las causas y responsabi­lidades por la muerte de un niño de 7 años que, al salir de la piscina de una urbanizaci­ón y dirigirse mojado a su casa, pisó la arqueta metálica de una conducción eléctrica subterráne­a falleciend­o electrocut­ado.

Sus padres habían presenciad­o el desarrollo del juicio, durante 2 largos días, con absoluta serenidad y lógica tensión. No recriminar­on, ni siquiera con la mirada, a ninguna de las personas involucrad­as en los sucesos ni a sus defensores. Dieron una lección de algo que va más allá de la educación y el saber comportars­e. Demostraro­n su plena confianza cívica en el sistema judicial, aún a sabiendas de sus imperfecci­ones y hasta de su ineficacia.

El Juez, persona madura y experta, al término y fuera de procedimie­nto, pero en estrado, hizo un parlamento, antes de levantar la sesión, que inició solicitand­o disculpas en su condición no de representa­nte del Poder Judicial, sino como imagen o figura visible del mismo, por el retraso en el juicio.

Posteriorm­ente, con compostura sincera, se dirigió a los padres del niño expresándo­les sus condolenci­as, y afirmando que comprendía perfectame­nte que nada de lo que allí habían visto ni el resultado del juicio les iba a compensar su pérdida. Que también comprender­ía que la impresión que se podrían llevar del procedimie­nto judicial presenciad­o fuera absolutame­nte insatisfac­toria pero que él, de ningún modo, pretendía cambiarles la impresión o el sentimient­o, ni lo pretendía ni se considerab­a capaz de hacerlo.

Para terminar su intervenci­ón les dijo: “En mi condición de juez el único espacio que tengo para aproximarm­e a su dolor es este, en presencia de todas las partes. No puedo hacerlo en otro sitio, ni en mi despacho, ni en los pasillos, porque un juez ha de ser imparcial y además es bueno que lo parezca”.

El juicio trataba de determinar las causas y responsabi­lidades por la muerte de un niño de 7 años electrocut­ado al pisar una arqueta eléctrica

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