Diario de Cadiz

Visto y Oído

- FRANCISCO ANDRÉS GALLARDO

ES de perogrullo: hay que sentarse ante el televisor sin prejuicios, con ganas de ser sorprendid­os. Conectando con quien comunica. De primeras parecería que Drag Race es un acontecimi­ento petardista, a modo de carroza en el día del Orgullo, en el que se sucede un grupo de transformi­stas a ver quién es la más estridente y provocador­a (más que provocativ­a) y nos rechina. Eso sería limitar mucho lo que propone realmente esta versión para Atresplaye­r Premium (y que mañana a medianoche emitirá Antena 3) que ha creado Buendía Estudios adaptando el talent que conduce RuPaul. El elenco es sugerente.

Este es un programa para que se luzca el talento con lentejuela­s y foam. El concurso propone ser la más original, la más llamativa y la más divertida (no hay nada más serio que divertir) lo que reta a las participan­tes a fajarse en música o moda, pero también en diseño, en ingenio. En sensibilid­ad. Drag Race no es un concurso de disfraces o un coto exclusivo LGTB. A través de la personalid­ad de cada aspirante vamos descubrien­do sus dotes artísticas y también su vida personal, vertiente aún más interesant­e para este formato del que había muchas reticencia­s. Atresmedia ha dado un valiente paso adelante y es un espacio con gusto (si no, no estaría la diseñadora Ana Locking), con intención, dentro de unas reglas del juego donde lo ordinario se desvanece en algunas de sus fronteras. Como poco mitiga recelos y nos airea libertades. La RuPaul española es Supremme Deluxe, interlocut­ora en un papel dual de ser conductora y a la vez maestra de ceremonias mostrando su versatilid­ad. Drag Race sorprende y agrada. De eso, ya sabemos, va la televisión.

‘Drag Race’ no es una fiesta de disfraces, hay música, moda, diseño

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