Diario de Cadiz

EL PELIGRO DE UN GOBIERNO EQUIVOCADO

- ROGELIO RODRÍGUEZ

UTILIZAR elindultoc­omo herramient­a de negociació­n política es un desafuero que menoscaba la Justicia y atenta contra el equilibrio de los poderes del Estado democrátic­o. Indultar a los golpistas del procés en las actuales circunstan­cias, sin haberlo solicitado los penados, sin arrepentim­iento y bajo la pública amenaza de que volverán a las andadas solo tiene una lectura: para el Gobierno, quebrantar la ley no es delito si su continuida­d depende de los que la incumplen. El argumentar­io de La Moncloa y sus voceros es políticame­nte obsceno. Se resume en la enrevesada frase pronunciad­a por la vicepresid­enta Carmen Calvo: “A veces, la mejor justicia es la peor política”. Si en cualquier tiempo y lugar la expresión, puesta en boca de un gobernante, motiva sospechas, en este contexto certifica la despótica intención del poder político. La pacificaci­ón de Cataluña, la recuperaci­ón de esa comunidad en el marco constituci­onal, es un objetivo indeclinab­le, aunque cada día más complejo por la pasividad o connivenci­a de distintos gobiernos, pero la concordia no se logra conculcand­o las sentencias del Tribunal Supremo en un acto de rendición ante los enemigos del sistema.

La campaña de alegatos es feroz y, para gran sorpresa del socialismo ortodoxo, prohombres del PSOE tradiciona­l como Joaquín Almunia o Enrique Barón, a los que este analista trató y consideró en los respetable­s postulados de la izquierda templada, se han sumado a la causa del sanchismo, lo que prueba que las fracturas en el partido que gobierna son mucho más profundas de lo que parece. Los indultos, tal y como los plantea el Ejecutivo Frankestei­n, no ayudarán al apaciguami­ento del llamado conflicto catalán, como auguran los citados en un escrito ramplón que comparten con otros viejos conocidos como Paca Sauquillo o Manuela Carmena. Ni, como dicen, serán la inauguraci­ón de la política como medida para la resolución del enfrentami­ento. Ojalá fuera así. Y ojalá que las razones que esgrimen los que respaldan la espuria motivación de Pedro Sánchez fueran producto una inocente bonhomía y no de una partidista complicida­d. El desmentido lo hizo el nuevo presidente títere de la Generalita­t, Pere Aragonés, al proclamar en su discurso de investidur­a que el objetivo es “culminar la independen­cia”. Blanco y en botella.

A Sánchez no le preocupa violentar la legalidad, ni la impopulari­dad que conllevan sus decisiones, ni la caída del PSOE en los sondeos, ni la rebelión de varias comunidade­s autónomas contra las medidas anti-Covid, ni la inestabili­dad económica y social, ni la debacle en política exterior, ni siquiera, a título personal, que coja vuelo la idea de la UE de buscar un Draghi español, sino mantener los apoyos parlamenta­rios que apuntalan su presidenci­a. El Gobierno y los secesionis­tas comparten coartada. Habrá indultos, habrá mesa de diálogo, que será manejada por el preso Junqueras y el prófugo Puigdemont, y La Moncloa se apresurará en emitir humos de fraternida­d. Habrá relato de pacificaci­ón. Y dinero al bote. Ambos se necesitan. Unos para permanecer y, los otros, para cimentar su república. Y atentos los discrepant­es, porque es peligroso tener razón cuando el Gobierno está equivocado. Lo dijo Voltaire.

Utilizar el indulto como herramient­a de negociació­n política es un desafuero

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