Diario de Cadiz

Con Rafael Ortega el toreo puro cumple su centenario

● Hace 100 años nació en San Fernando uno de los referentes del toreo moderno ● El torero de La Isla dominó la lidia y la suerte suprema

- Francisco Orgambides

El 4 de junio de 1921, y así lo hizo constar años después en su libro “El toreo puro”, nació en San Fernando Rafael Ortega Domínguez, figura histórica del toreo y maestro de toreros.

Al cumplirse su centenario, no debe olvidarse a quien fue referente de muchos toreros, un verdadero número uno con el capote, la muleta y la espada y gran conocedor de los toros de casta.

Torero de toreros, fue y sigue siendo el referente profesiona­l de muchos: Antoñete, Paquirri, Ruiz Miguel, Galloso, Joselito Suárez, Padilla... Ya lo dijo tanto Antonio Ordóñez –“Rafael Ortega es el que mejor ha toreado de todos nosotros”– como su suegro Dominguín, que apoderó a la vez a su hijo Luis Miguel, a Ordóñez y a Rafael Ortega: “Este es mi hijo,

Para Ordóñez el maestro fue ‘el que mejor ha toreado de todos nosotros’

Su primera vez con una becerra fue a los nueve años y toreó de matador entre 1949 y 1968

este es mi yerno y ese es el torero”.

Maestro del toreo puro que con el corolario de ser extraordin­ario estoqueado­r tanto al volapié como recibiendo, fue gran lidiador y extraordin­ario muletero, de dominador virtuosism­o al natural. Todavía se recuerdan aquellas verónicas rabiosas que captó Pepe Espinosa en Tarifa, en uno de aquellos festivales que montaba Antonio Ordóñez, cuando el de La Isla de dio la réplica capote en mano al oír aquello de “Rafael, ¿Tú cuantos años tienes ya?”.

El torero de las hazañas –como la del rabo del miura “Tormenta” en Sevilla– y las cornadas, nada menos que 24. Y todavía decía que los toros le habían cogido poco pero que cuando le cogían le hacía presa. En Pamplona y Barcelona por poco le mandan al más allá, la segunda lo mandó a su casa.

Pero en su casa tenía su gran tesoro, su mujer y sus siete hijos, sus vacas palurdas y bravas que criar y su parcelas que labrar. “El Acebuchal” era aula donde acudía mucha gente del toreo a recibir las lecciones de aquel torero sereno, decidido y valiente: “¿Miedo? Miedo nosotros que nos arrimamos”.

Como se arrimó aquella tarde en Las Ventas en la que Curro Romero se dejó vivo al toro de Cortijoliv­a. Ortega hizo una de las mejores faenas isidriles de la historia y salió por la puerta grande. Al día siguiente no se hablaba de Ortega sino de Curro en el calabozo. El público es así, pero el aficionado no. El aficionado no se olvidó de aquella faena.

El maestro lo llevaba en la masa de la sangre en una familia de mucha afición dueña de huertas y vaquerías en Camposoto. Su padre, Baldomero Ortega Mata, se quedó cojo lesionado por un toro del aguardient­e y su tío Rafael “El Cuco de La Isla” fue banderille­ro de primera fila. No le quedaba otra: “«Yo era torero desde la cuna. Recuerdo que mis Reyes Magos eran un capote y una montera. Hasta me escapaba del colegio para torear, poniéndome por primera vez delante de un becerro a los nueve años”.

Aquel torero fue figura, se retiró y ayudó a todos. Organizó para la Diputación la corrida de homenaje a Paquirri que financió el monumento al torero de Barbate en El Puerto. También organizó la corrida del 175 aniversari­o de la Constituci­ón Española en Algeciras y montó y fue director de la Escuela de Tauromaqui­a de Cádiz, al albur de la veleidad del político de turno. Fue placa de plata de la provincia y pese a un enojoso recorrido para erigirlo, en San Fernando hay un monumento en su memoria.

De Ortega nos queda su “El toreo puro”, sencillísi­ma y breve tauromaqui­a del toreo por derecho que hoy es referencia para todos, unos para intentarlo y otros parece que para evitarlo.

Cien años de una carrera que se prolongó, con retiradas entre 1949 y 1968 y así lo dijo en este diario: “No puedo quejarme porque he conseguido el cariño de muchas personas. En la vida no todo es dinero. Yo quizás no he ganado lo que otros pero tengo lo justo para vivir bien. Además cuento con una familia ejemplar y eso sí que es importante. Tengo la fortuna de tener la mejor mujer del mundo y siete hijos maravillos­os. Todo esto es lo que me da la felicidad”. La felicidad terrena se acabó poco antes de la Navidad de 1987 y hasta a la parca le cargó la suerte pasándosel­a despacio por la barriga.

Un maestro del toreo puro no se merece el silencio de las faenas intrascend­entes en su centenario. Va por usted.

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ARCHIVO Rafael Ortega Domínguez, matador de toros de lidia.

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