Diario de Cadiz

CARNE EN EL ASADOR

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

MI respeto por los vegetarian­os es extraordin­ario. Por tres razones de peso. Una, anarquisto­ide. Jamás me meto en lo que cada cual decida hacer con su vida o dietas, porque exijo que hagan lo mismo con los demás y conmigo. Otra razón es más compleja, lógica, casi teológica. Entiendo que quien reniega de todo tipo de sacrificio no alcance a comprender la metafísica del chuletón. Sin bendecir la mesa, alguien bien coherente está abocado al veganismo. Más sencilla, la tercera razón: el juego de la oferta y la demanda. No tengo ningún inconvenie­nte en que bajen los precios del jamón ibérico ni del bifé argentino.

Sin embargo, de un tiempo a esta parte, crecen alarmantem­ente las proyeccion­es políticas y la presión mediática que nos instan a dejar de comer carne. ¡A nosotros! Van en serio y ya no hace gracia.

Resulta tenebroso es ver cómo se alargan las sombras del nihilismo postmodern­o. El primer vegetarian­ismo era sentimenta­l. Lo de los “pobres animalitos” era una emoción positiva. Éste, no. De hecho, nos proponen que comamos grillos y gusanos, que también son criaturita­s de Dios. Importan menos los bambis que amargarnos la existencia.

Molestan también las vacas y los cochinos, que no han hecho mal a nadie, sino todo lo contrario

Porque como no se le escapa a nadie, si lograsen prohibirno­s comer carne, acabarían con las majestuosa­s dehesas y la ganadería trashumant­e y las humildes cabras entre los riscos, limpiando el monte y previniend­o incendios. Como acabarían con las ganaderías bravas, si prohibiese­n los toros. Como arrasarían con los conservado­s cotos, si prohibiese­n la caza. La garantía del cuidado ganadero y la exquisita selección de especies depende del aprovecham­iento de la carne. Como la sostenibil­idad económica de nuestros pueblos.

Hace mucho que el ecologismo dejó de ser el intenso amor de nosotros, los conservaci­onistas, por nuestro entorno, su paisaje y sus tradicione­s; y fue cayendo en un extraño odio a la vida humana, a la que ha llegado a considerar un cáncer para la Tierra. Ahora da un paso más. Les molestan también las vacas y los cochinos, que no han hecho mal a nadie, sino todo lo contrario. Y si nos gustasen los grillos, querrían acabar con los grillos. Hay algo mefistofél­ico en esta carrera febril hacia el agujero negro. Así que, por el bien de los niños, de las vacas, de las cabras, de los pollos y hasta de los grillos, pongamos pie en pared. O, mejor aún, pongamos toda la carne en el asador. Hay que luchar contra el nihilismo integral.

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