Diario de Cadiz

EL INDULTO Y MI TÍO

- ENRIQUE MONTIEL

LO he recordado muchas veces. En Córdoba había una mañana de sol impresiona­nte. Córdoba es una ciudad de luz, una maravilla. Me había comprometi­do a ir al instituto de Las Tendillas a dar una charla a los alumnos sobre Poesía andaluza y allí estaba desde muy temprano. Como sabía que mi tío se había venido a vivir con su hija a Córdoba, pues lo llamé y quedamos. Hacía muchos años que no lo veía. Desde Barcelona. Acompañé a mis padres a un encuentro con mis tíos de Cataluña. Prácticame­nte los conocí entonces. Era un muchacho alto y delgado, sorprendid­o de esa ciudad de periferias, de grandes bloques de viviendas que mostraban otros bloques en las ventanas, no eran los pueblos blancos de Cádiz ni el mar de las ventanas de tantas ciudades de la bahía y el litoral. Nos acogieron con verdadero júbilo. Debió ser en 1972. Cuando lo volví a ver en Córdoba, sentados en una terraza los dos, mi tío se había jubilado, enviudado y envejecido. Era dulce y afectuoso, pero en extremo discreto, silencioso. Le pregunté por su vida y me dijo que era muy feliz en Córdoba, que Barcelona se había convertido en una pesadilla por la política. Fue en los años 90 ese encuentro. No tomé notas, sólo lo que conservo en la memoria. Y tengo la imagen imborrable de un hombre derrotado, que había sufrido lo indecible e inenarrabl­e por culpa de ese nacionalis­mo rampante que, yo ya lo sabía entonces, había lanzado de la región a miles de profesores y maestros por el procedimie­nto de… hacerles la vida imposible. En cierto modo, estar en Córdoba era una suerte de triunfo sobre una adversidad sobrevenid­a. Porque al principio, cuando llegaron allí, hubo trabajo y futuro. Mas lo fueron cegando, crecía un movimiento en alguna gente, que dirigía el entonces Molt Honorable Pujol, que avanzaba sin retroceder, un trenzado continuo, una gota malaya, un nacionalis­mo que no mataba pero aherrojaba, amargaba, hacía que la gente que había llegado a trabajar y construir no sólo el propio futuro sino el de la región, se sintiera forastera, extranjera, de más en el horizonte que explotó esa tarde noche en el Parlamento cuando declaró unilateral­mente que Cataluña era un estado independie­nte en modo de República. Mi tío no lo llegó a ver, ya venía enfermo de Barcelona. Cuando lo supe, con mucha tristeza, me dije a mí mismo: descansó. El indulto que quiere darles Pedro Sánchez a estos sediciosos independen­tistas, a mucha gente como mi tío le está provocando un seísmo interior de víctimas, una gran tristeza. Y nos interpelan, nos gritan su angustia todavía. Todo no vale, no.

Tengo la imagen imborrable de un hombre derrotado, que había sufrido lo indecible por culpa del nacionalis­mo

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