LUZ OSCURA
QUE uno de los logros más sonados de un gobierno sea poner a todo el país a calcular la hora en la que es más barato encender la lavadora es seguramente el sueño más loco que podría haber tenido don Ramón del Valle Inclán cuando se puso a elaborar su teoría del esperpento. También es posible que este país sea el mejor caldo de cultivo para lo esperpéntico, esa situación que se genera cuando todo un pueblo se mira en espejos deformantes.
Pero si nos fijamos en las imágenes que reflejan esas superficies cóncavas o convexas observamos una realidad algo menos cómica o irracional que la que transmite el concierto nocturno de centrifugados martirizando los oídos de unos vecinos a otros. Reflejan probablemente, de una manera desalentadora, el lugar en el que reside el verdadero poder, el que está por encima de los gobiernos de cualquier tipo, el mundo de las grandes corporaciones energéticas, el de los grandes bancos y entidades financieras, el de las compañías digitales… esos que en definitiva, y si hace falta y con luces tenues, tienen en su mano forzar cambios al frente de estados. El Ejecutivo en serio.
Nada de eso exime a una coalición de izquierdas que, entre las pocas banderas que exhibe, enarbola la de la preocupación social. Su reacción es más que blanda y diríase que poco preocupada ante la situación en la que queda una población realmente inerme ante estas decisiones. Ninguno de nosotros entiende ni hemos sido capaces de entender, desde hace décadas, la factura de la luz ni las razones para que tengamos esa deuda permanente con las eléctricas ni para que, en las circunstancias que sea, constantemente suba el precio de esa energía. Nos paraliza una absoluta incapacidad para reclamar, para ganar esas reclamaciones, para buscar otras alternativas, para no sentirnos como pequeños corchos en el agitado mar del mercado de las tarifas. O peor aún, porque el corcho flota y mucha gente, en cambio, no puede evitar hundirse.
Sólo en la Biblia y otros cuentos los pastores con honda vencen a Goliat, pero a veces nos vendría bien una pequeña ayuda, si no por improbable intervención divina, sí de parte de nuestros representantes. Es decir, que nos proveyeran al menos y cada uno de nosotros de algún tipo de tirachinas (metafórico por supuesto) contra estos gigantes envalentonados y armados con auténticos cañones.
Ninguno de nosotros entiende ni hemos sido capaces de entender, desde hace décadas, la factura de la luz