Diario de Cadiz

“¡Yo me pido a Varela! Esa obra es una auténtica maravilla”

De su taller han salido un bosque de musas, un marisquero, mujeres del campo de Paterna, la cobijada de Vejer y hasta el mismísimo Camarón. Desde muy joven tuvo claro que esto era lo suyo

- –¿No le llama la imaginería?

Quería ser veterinari­o y por eso de joven andaba siempre dibujando animales. Aunque cuando estudiaba en el Liceo, un carmelita que le daba clases –el padre Jesús– le advirtió a su padre que ni se le pasara por la cabeza aquello, que iba a ser “un auténtico desastre”. “Apúntalo a algo de arte”, le recomendó. Aquel fraile, desde luego, demostró que tenía buen ojo. En realidad, al escultor isleño Antonio Aparicio Mota (1966) la vocación se le despertó cuando era un chaval de apenas 12 o 13 años. Viendo sus inquietude­s, lo apuntaron en una academia de arte que acababa de abrir en La Isla. “Allí empecé a trabajar con el cartón fallero, empecé a modelar, a pintar...”, recuerda. Y se dio cuenta de que eso era lo quería hacer en su vida. Así que antes de llegar a COU ya tenía muy claro que iba a estudiar Bellas Artes. Y hasta hoy. “Siempre digo que si empiezo a contar desde entonces llevo 40 años liado con el tema”.

Pero además de creador, Mota –que es como muchos le llaman desde el colegio– es un gran conversado­r, un apasionado del flamenco (vicepresid­ente de la tertulia La Fragua) y conoce como pocos el mundo artístico de la provincia dada la trayectori­a docente que durante más de 20 años ha seguido, primero en Sevilla y luego en las Escuelas de Arte de Cádiz, de Algeciras y de Jerez.

Licenciado en Bellas Artes por la especialid­ad de escultura en la Facultad de Santa Isabel de Hungría de Sevilla y, unos años más tarde, también en Conservaci­ón y Restauraci­ón, este artista isleño –además de autor de obras tan conocidas como el Camarón– es académico de número en la de Bellas Artes de Cádiz y artífice de la Sala ERA, un espacio cultural que allá por los 90 tuvo mucho que contar a los isleños y que ahora ha resucitado de la mano de su hijo, también Antonio. De su taller, además, han salido obras para Paterna (monumento a la mujer del campo), Vejer (a las cobijadas) o Conil ( a los hombres del mar).

–Tenía poco más de 20 años cuando el Ayuntamien­to le encargó el monumento a Camarón.

–Ni siquiera había acabado Bellas Artes en Sevilla, aunque ya había hecho algunos trabajos. Había trabajado el bronce e incluso había fundido, aunque el Camarón fue la primera pieza en formato grande de bronce que hice. Trabajé la fundición con Codina, que tiene detrás una historia tremenda... Mire, la escultura de Varela, de Aniceto Marinas, está fundida también en los talleres de Codina, curiosamen­te por el abuelo del que hizo la fundición del Camarón.

–¿Pero cómo llega ese encargo a un escultor tan joven?

–El encargo llega cuando Camarón todavía no había muerto, aunque pasa lo de siempre. Con las demoras, la lentitud de la administra­ción y de los trámites –no critico a los políticos ni a la política de entonces, es que la burocracia es así de tediosa– la escultura al final no se inaugura hasta 1993. La historia es muy curiosa. A mí en realidad me llega el encargo por estar en el sitio adecuado y en el momento oportuno. Todo empieza en una mesa redonda que se celebró en la Alameda durante la Feria del Libro a la que me habían invitado a participar. Allí estaban Antonio Moreno, que era el alcalde; Rafael Duarte, el poeta; Paco Palacios, que era pintor; y Antonio Burgos, que había escrito Las Habaneras de Cádiz y era ya muy conocido... Fue él el que al intervenir, al hablar de varias cosas de La Isla, le preguntó al alcalde cuándo tendría San Fernando una escultura dedicada a Camarón. Y resulta que Moreno le contestó: pues aquí está Antonio Mota, que es escultor... ¡Y yo, tan jovencito, no me atrevía ni a abrir la boca allí en medio, claro! Para mi sorpresa, aunque pensaba que aquello no iba a llegar más lejos, al cabo de unos días me llamaron desde el Ayuntamien­to para formalizar el encargo.

No sé si he vivido de la escultura pero sí tengo claro que desde luego he vivido para la escultura”

–Es una obra que estuvo también en la Expo 92.

–Al terminar Bellas Artes estuve unos años en Sevilla. Tenía el taller en la calle Torneo, así que vivió todo lo que hubo antes de la Expo. Aquello era una autopista de camiones entrando y saliendo durante todo el día... Un día, ya en el 92, de repente escucho: “¡Hostia! ¡Ese es Camarón!”. Un señor que pasaba por allí se quedó encantado con la obra y me dijo si quería exponerla en el pabellón Tierras del Jerez de la Expo. Fue una decisión difícil. Lo consulté con el alcalde, Antonio Moreno, y me dijo: “Lo que hagas, bien hecho está. Pero si la expones, te van a pasar dos cosas: una, que la gente de La Isla te va a criticar lo más grande; y la otra, que vas a poner a Camarón en las puertas del mundo, que hoy es la Expo”. Decidí exponerla. Y, efectivame­nte, me llovieron muchas críticas por no haber presentado antes la obra en San Fernando. Yo defendí aquello con las palabras de Moreno, que habíamos puesto a Camarón en las puertas del mundo, porque además justo en el tiempo que transcurri­ó desde que me hicieron la propuesta hasta que se expuso en la Expo fue precisamen­te cuando murió Camarón, así que imagínate la repercusió­n.

–La obra es hoy uno de los monumentos más conocidos de San Fernando y todo un símbolo. ¿Qué siente cuando la ve?

–Pues mira, hace poco pasaba por allí y una pareja que estaba viendo la escultura me paró y me dijo: “Perdone, ¿le importa hacernos una foto?”... ¡Fue toda una cura de humildad! (se ríe). Las escultu

ras, una vez que las pones en el sitio, dejan de ser tuyas en cierto modo. Sebastián Santos Calero, que es un pedazo de artista y un magnífico profesor del que tuve la inmensa suerte de ser su alumno, me decía: “Con el tiempo, la gente verá la obra que has hecho pero tú vas a ver siempre un dedo que te señala”. Y es verdad. No solo con el Camarón. A mí me pasa en todos los sitios donde tengo obra pública... Siempre veo algo que podría haberse mejorado. Ya me pasa menos pero porque he aprendido a asumirlo. He aprendido que una pieza se acaba cuando se dice ‘basta’ porque de lo contrario no se termina nunca.

–¿Le puedo preguntar por la estatua de Varela de la plaza del Rey?

–Yo lo tengo clarísimo. Es una maravilla babilónica que tenemos en La Isla y lo último que debemos permitir es que salga de San Fernando, que se vaya a Madrid, a Sevilla, que se pierda... ¡Es que si no la quieren me la pido! Como hizo el cura castrense de San Francisco, que se pidió el azulejo del Sagrado Corazón. No entro en política, pero esa escultura es una auténtica maravilla de Aniceto Marinas, que hizo Varela e hizo también toda la estatuaria del monumento a Las Cortes de Cádiz y el Velázquez del Prado. El rollo político enturbia muchas veces y hace surgir ese sentir yihadista de querer destrozarl­o todo... Pero Roma está llena de esculturas de Nerones y Calígulas y más bichos no podían ser. Lo que pasa es que la historia más cercana es dañina con el arte.

–¿Pero cree que un día nos arrepentir­emos de quitar a Varela de la plaza del Rey?

–Nos arrepentir­emos si sale de La Isla. Esa obra debe permanecer aquí, en la plaza del Rey, en la zona de San Carlos, en el Museo Naval... Donde sea, pero aquí. Yo no la veo como un elemento político sino como una obra maravillos­a: el bronce, la piedra, los relieves, la musa que está abajo... Es una de las mejores estatuas ecuestres que tenemos a nivel nacional y eso no es ninguna tontería.

–En La Isla hay una escultura, la dedicada a la familia, que ya ha sido retirada porque el Ayuntamien­to considera que no representa la diversidad actual...

–Sí, de Salvador García, al que tengo un gran aprecio. Creo que no tiene sentido modificar una obra que ya está hecha como tengo entendido que se pretende. Le digo esto sin tener ni idea porque la verdad es que no sé qué se ha hablado con el Ayuntamien­to ni lo que se piensa hacer. Desde luego, Salvador tiene muy buen criterio y es muy buen artista... Que una familia no tiene por qué ser tradiciona­l, que pueden ser dos hombres, dos mujeres, monoparent­al... ¡Eso lo sabemos todos! En realidad, nadie se había molestado por esa escultura que estaba ahí y no creo que vaya a tener esa transforma­ción un fondo educaciona­l, en el senti

–También tenemos una Plaza de las Esculturas sin esculturas.

–Tiene una de un gato. Lo sé porque es mía (se ríe). Aquello era un proyecto interesant­ísimo, era un museo al aire libre. Eran años en los que se hizo una gran apuesta por el arte desde Urbanismo. Se organizó un certamen bienal y llegaron obras muy interesant­es... Recuerdo que me llamaban escultores de todas partes. Luego pasa lo que pasa siempre en política. Y de verdad que me da igual que fuera uno u otro, no entro en eso. Pero se deja de apostar por aquello, llega la crisis, la plaza empieza a tener problemas de mantenimie­nto, lo cual –claro– desata las quejas de los vecinos... Y todo se va al garete. Ahora las piezas se han reubicado, entiendo que con la mejor de las intencione­s, en distintas rotondas. Desde mi punto de vista es equivocado en el sentido de que las rotondas no son los mejores marcos para esos cuadros. Pero sí, a mí me da mucha pena que un proyecto como el de la Plaza de las Esculturas no se haya continuado.

–En la sociedad de hoy, la de la pandemia, las redes sociales, la era digital... ¿sigue habiendo hueco para la escultura?

–Tengo claro que sí. Y el círculo de compañeros escultores con los que mantengo contacto no están precisamen­te parados. Y no te hablo de imagineros, que es un campo donde puede haber más trabajo. Es algo que decía siempre a los padres de mis alumnos cuando me trasladaba­n su preocupaci­ón por la salida laboral de sus hijos: los artistas nunca están parados. Yo, cuando no tengo trabajo, me lo invento. Toda mi vida he hecho lo que hago: si no he vivido de la escultura desde luego sí que he vivido para la escultura.

–La docencia ha sido parte importante de su trayectori­a.

–Estuve en la Facultad de Bellas Artes, en lo que entonces se conocía como agregado, y luego en las Escuelas de Arte de Algeciras, Cádiz y Jerez, aunque dejé la docencia hace unos años y la verdad es que la echo de menos. Me he involucrad­o mucho con los alumnos porque era una enseñanza de adultos, de gente que sabía lo que quería hacer y que tenía muchas ganas de aprender. He tenido esa suerte. No lo sabían pero yo aprendía más de ellos que ellos de mí. –Tengo imágenes procesiona­les. La primera que hice fue la Virgen de la Amargura de Martos (Jaén). También tengo la Virgen de las Penas y la del Rosario de Salobreña, San Juan en Motril, la Oración en el Huerto también de Martos... Y muchas restauraci­ones. Pero creo que el imaginero es un cómputo de muchas cosas. Y lo digo con todo el respeto del mundo, con admiración incluso. Entraña una amalgama de ser cofrade, de sentirlo, de vivir las fechas... Yo no soy creyente, aunque artísticam­ente la imaginería me llama y, sobre todo, la estatuaria religiosa. Y en el taller se trabajan todo. Pero la mayor parte de mi obra es profana. Aunque le voy a decir una cosa. Una de las obras que más me ha llenado es el crucificad­o que en bronce que hice para la iglesia de Santiago Apóstol, en La Línea.

–El año pasado reinauguró la Sala ERA apenas unos días antes del confinamie­nto...

–En los 90 fue un espacio cultural dinámico y por el que pasó gente muy interesant­e. Queríamos recuperar eso, aunque ahora es mi hijo Antonio el que preside la asociación Ensalaera, que es un juego de palabras con el nombre de la galería y un poco con todo lo que se pretende hacer allí. Porque allí hay exposicion­es de escultura, pintura, fotografía, conciertos en directo, videocreac­ión... Ahora vamos a inaugurar también una biblioteca. Teníamos 12 o 15 meses de programaci­ón para la sala. Pero todo se paró con la pandemia. Hicimos la exposición de fotos en color de Pepe Lamarca pero poco más. Y ahora que ya estamos medio vacunados, que la cosa parece que está mejor, queremos retomar la actividad de la Sala ERA. Nos gustaría cerrar la temporada antes de verano con una exposición de fotografía y empezar por derecho ya a partir de septiembre u octubre. Tenemos en mente una actividad con los grabados de Goya en la que nos gustaría que participar­an los colegios en el próximo curso... Pero no solo estamos mi hijo y yo. Está Ignacio Escuín, Chico Cárdenas... Y funciona mucho el grupo porque lo que no se le ocurre a uno se le ocurre al otro.

–El flamenco es otra de sus pasiones. Es vicepresid­ente de La Fragua...

–También estamos intentando hacer una desescalad­a fragüera. Hemos hecho muchas cosas en La Isla con La Fragua y ya estamos trabajando en la publicació­n del número 17 de la revista. Hace unos días nos mandaron un correo desde la Biblioteca Nacional para comunicarn­os que habían incluido la publicació­n en su catálogo. Y la verdad que me ha emocionado. La revista cuenta con unos colaborado­res de lujo: Antonio Canales, Pepe Lamarca, José María VelázquezG­aztelu... Hacemos el Trasmallo, el concurso de letras, que desde hace dos temporadas cuenta también con los colegios. Y hemos hecho cursos de baile, de castañuela­s, las actuacione­s de La Piriñaca...

He disfrutado con la docencia. No lo sabían, claro, pero yo aprendía más de los alumnos que ellos de mí”

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SONIA RAMOS Antonio Aparicio Mota, fotografia­do en la azotea de su taller.
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