Diario de Cadiz

¿TELETRABAJ­O O TRABAJO EN CASA?

- LUIS CHACÓN Experto financiero

UNA de las imágenes recurrente­s del viernes anterior a la declaració­n del primer estado de alarma fue la de funcionari­os y trabajador­es abandonand­o sus oficinas con la histeria y premura de esas escenas de cine en las que los estadounid­enses huyen de un Saigón cercado por el Vietcong. Aquel día, el país del presentism­o se convirtió al teletrabaj­o como san Pablo cuando cayó del caballo camino de Damasco. De golpe y cambiando de bando en lo que duró el confinamie­nto. Pero ese enamoramie­nto de la modernidad, basado en el hecho incuestion­able de que se pudo mantener la actividad económica, empieza a ref luir una vez que las condicione­s sanitarias permiten la vuelta ordenada a los centros de trabajo y la necesidad de evitar los contagios ya no justifica la pérdida de eficiencia en la gestión de muchas compañías.

La euforia y el miedo nos llevaron a llamar teletrabaj­o a lo que no era más que trabajar en casa sin planificac­ión previa, ni correcta organizaci­ón del trabajo, ni contando con los medios mínimos necesarios.

No todo el mundo dispone de un lugar apropiado para trabajar en su domicilio. Colocar el ordenador en la mesa de la cocina y sentarse en una silla de madera con un cojín, bajo la luz de unos f luorescent­es y la que entra por la ventana del lavadero, tira por alto todos los avances en prevención de riesgos laborales y ergonomía que se han desarrolla­do en los últimos decenios. Más, durante el confinamie­nto, cuando se combinaron las obligacion­es familiares y laborales en el limitado espacio de una vivienda y manteniend­o el mismo horario de oficina. No teletrabaj­amos, trabajamos en casa.

Trabajar a distancia aporta ventajas a la empresa, al trabajador y al conjunto de la sociedad. Se evitan desplazami­entos con el consiguien­te ahorro de tiempo y costes; los gastos generales de las compañías se reducen y en paralelo, aunque pueden aumentar los consumos de suministro­s para el trabajador, los compensa con otros ahorros. La tecnología permite la realizació­n de reuniones virtuales, conectarse a los servidores de la compañía y enviar y recibir informació­n mediante correo electrónic­o y otros mecanismos habituales en el día a día de las empresas. Pero también supone algunos inconvenie­ntes. Las relaciones humanas, fundamenta­les en la creación y gestión de equipos, se deterioran y la incorporac­ión de nuevos miembros a cualquier organizaci­ón resulta bastante más difícil y compleja. Quienes se fueron a trabajar a casa al inicio de la pandemia eran equipos cohesionad­os y habituados a trabajar juntos. Algo mucho más difícil de conseguir si la plantilla sólo se conoce virtualmen­te.

El Acuerdo Marco Europeo sobre Teletrabaj­o de 2002 lo define como un medio para modernizar la organizaci­ón del trabajo en empresas y servicios públicos y otorgar una mayor autonomía a los trabajador­es. Su principal ventaja reside en las facilidade­s que ofrece para conciliar trabajo y familia. Pero también es evidente que son pocos y determinad­os los trabajos que admiten la posibilida­d real de teletrabaj­ar.

El teletrabaj­o exige un cambio radical en el concepto tradiciona­l de las relaciones laborales. Al ser una forma f lexible de organizaci­ón del trabajo en la que el desempeño de la actividad laboral no requiere que el empleado asista regularmen­te al centro de trabajo, decae el control del empresario sobre las tareas a realizar y sólo puede valorarse el desempeño por los objetivos conseguido­s. Por tanto, la organizaci­ón del trabajo exige una planificac­ión distinta a la conocida hasta ahora. En teletrabaj­o no hay horarios determinad­os; de haberlos perdería todo el sentido la ventaja de conciliar trabajo y vida personal. Tampoco existe un control cercano de la actividad ni presencia física habitual. Y ahí es donde hemos fallado y seguimos fallando. La organizaci­ón del trabajo es imprescind­ible y, además, debe garantizar la flexibilid­ad horaria que es el mayor atractivo que el sistema ofrece al trabajador para facilitar la conciliaci­ón. Presentar una imagen idílica del teletrabaj­o en la que todos lo hacemos en la paz de una cafetería, o disfrutand­o de la brisa, bajo la frondosa sombra de los árboles de un parque mientras los niños juguetean entre macizos de flores, no pasa de ser un anuncio de colonias. El trabajo exige concentrac­ión, atención y dedicación. No parece fácil realizarlo en cualquier lugar público y frecuentad­o.

Para poder implantar el teletrabaj­o de forma eficiente, es importante estudiar las posibilida­des reales de llevarlo a cabo, asumir que no es ninguna panacea y que será imposible dejar de acudir indefinida­mente al centro de trabajo. Analizar qué tareas son susceptibl­es de realizar fuera de la empresa y cuales no; asumir los costes de trabajar en casa en condicione­s favorables; disponer de medios, asegurar la gestión de datos –los ciberataqu­es se han multiplica­do durante la pandemia– y desarrolla­r nuevos criterios de selección y procedimie­ntos de trabajo. Por último, será imprescind­ible formarse de un modo diferente. Igual que el artesano se convirtió en obrero fabril, el trabajador de cuello blanco deberá reciclarse en teletrabaj­ador, con los pros y contras que toda transforma­ción conlleva.

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