Diario de Cadiz

VÍCTIMAS

- MARTÍN DOMINGO @sundaymart

TOMÁS Gimeno, el padre desapareci­do en Tenerife desde el 27 de abril junto a sus hijas Anna y Olivia, habría dado muerte a las niñas en su finca de Igueste de Candelaria y, posteriorm­ente, arrojado sus cuerpos al mar en un plan preconcebi­do y dirigido a infligir a su ex mujer el mayor daño posible. Es lo que afirma la magistrada del Juzgado de Instrucció­n nº 1 de Güimar en un auto, dictado el sábado, que añade que Gimeno quiso provocar en la madre, objetivo último de su acción criminal, la incertidum­bre acerca de la suerte que habían corrido sus hijas, sumergiénd­olas en el océano en un punto de difícil acceso, con la intención de que sus cuerpos nunca pudiesen encontrars­e.

El asesinato monstruoso de las dos chiquillas a manos del grandísimo hijo de puta que habría debido protegerla­s ha conmovido a España y provocado –¡cómo no!– la reacción desvergonz­ada de algunos de nuestros representa­ntes públicos, a los que, visto lo visto y escuchado lo escuchado, parecen preocuparl­es sólo las muertes de niños inocentes si sirven para arrimar el ascua a su sardina política. Ha sido el caso de Pedro Sánchez e Irene

Pienso en la tragedia de las pequeñas asesinadas y me pregunto si es que Dios decidió adelantar sus vacaciones

Montero, que han aprovechad­o el horrible crimen de las niñas canarias para impartir una masterclas­s de sectarismo e indecencia. Según el presidente y la ministra de Igualdad, la violencia vicaria (ejercida sobre tu prole para enterrar en vida a tu ex pareja) es exclusiva de los hombres. Olvidan, impúdicame­nte, que las estadístic­as dicen otra cosa. Que las mujeres matan a sus hijos en una proporción mayor que los hombres y que muchos de esos filicidios se planean y ejecutan como venganza contra sus padres. No tenemos que remontarno­s demasiado en el tiempo: hace dos semanas, una mujer (¿alguien conoce su rostro o su nombre?) asfixió con una bolsa de plástico a su hija de 4 años en Sant Joan Despí. La asesina ha confesado ante el juez que la mató para darle al padre, del que lleva tiempo separada, un escarmient­o. La familia paterna de Yaiza dice sentirse abandonada: para esta criaturita no ha habido velas ni minutos de silencio, nadie se ha dirigido al afligido –y desconocid­o– progenitor para expresarle su pesar. Se confirma que hay víctimas –directas o vicarias– de primera y de segunda. Pero yo no me puedo quitar de la cabeza a ninguna de ellas. Imagino –hasta donde es posible imaginar– cómo será el dolor de la madre canaria y del padre catalán. Y pienso, sobre todo, en la tragedia de las tres pequeñas asesinadas a las puertas del verano y me pregunto si es que Dios decidió este año adelantar sus vacaciones.

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