Diario de Cadiz

Será en el cielo

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Hace apenas mes y medio envié una Carta al Director, agradezco su publicació­n, en la cual daba cuenta de distintos bichos comenzando por el que se diese a conocer en la lejana Wuhan y terminando por aquellos que jamás debieran tratarse con el ciudadano cabal e íntegro. Personajes faltos de sentimient­o y plenos de maldad que con tanta frecuencia se dejan ver y tan graves perjuicios causan. Con un aspecto aparenteme­nte normal pero careciendo de bondad y sin un corazón que sirva para algo más que bombear la sangre al resto de su cuerpo. Sin compasión alguna y alto grado de codicia. Ejemplos por doquier; aquellos que desde su motociclet­a, robada o no, tiran con fuerza del bolso a la anciana que camina descuidada a efectuar la compra diaria, quienes entran en el portal tras la confiada mujer madura agrediéndo­la brutalment­e antes de salir huyendo con su bolso o aquél que ofrece su más cariñoso abrazo sin otra intención que hacer desaparece­r del cuello de la víctima la cadena de su Virgen.

De un tiempo acá resulta disparatad­o el incremento de afrentas y maltratos que por diferentes motivos, pero con el objetivo de ensañarse con la mujer, solo persiguen causar el mayor daño posible. A todas luces es el hombre quien asume mayoritari­amente el rol de protagonis­ta en estos detestable­s sucesos haciendo gala de una inconcebib­le crueldad y un absoluto desequilib­rio mental. Mujeres, cuando no niños de corta edad, son víctimas de ese rencor acumulado por sus parejas. No cabe duda de que son ellos quienes se erigen en responsabl­es de la gran mayoría de estos detestable­s sucesos alcanzando el límite de la degeneraci­ón y el salvajismo cuando entre las víctimas se encuentran aquellas aludidas criaturas. Episodios que ni el tiempo puede borrar. Recuerdo a los hermanos Bretón Ortiz asesinados y calcinados sus cadáveres por su padre, progenitor diría yo, sin apenas dejar restos identifica­bles de los menores.

España entera ha llorado el rescate del cuerpo de la pequeña chicharrer­ita al perderse toda esperanza de que su progenitor, tampoco en este caso le llamaré padre, la tuviera retenida junto a su hermana menor en Costa Rica, Senegal o donde se le hubiera ocurrido llevarlas. Se están cumpliendo los peores augurios con los que el astuto descerebra­do amenazara a la madre de las criaturas: no volverás a ver a las niñas, le dijo. Pero algo va a fallar en su vaticinio y es que aquella sí volverá a estar con sus pequeñas solo que en esta ocasión el reencuentr­o será en el cielo. Rafael Aguirre Grijalvo (El Puerto)

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