Diario de Cadiz

CRIMEN Y CALOR DE CASTIGO

- TACHO RUFINO

EN todos los estudios científico­s o aspirantes a ello, e incluso en aquéllos que sirven más que nada para el hacedor de ciencia autocurric­ular o Juan Palomo, los titulares de las teorías nos protegemos la baja espalda advirtiend­o de que nuestras conclusion­es son ceteris paribus: “permanecie­ndo constante el resto de factores”. Esto es: analizamos causas y efectos de un fenómeno, pero no consideram­os todas ellas ni todos ellos. Hay muchos estudios, y desde hace mucho tiempo, que coinciden en que el calor y el crimen están correlacio­nados. Lo cual, en román paladino, quiere decir que cuando la temperatur­a crece de forma brusca y hasta un límite alto –pongamos más de 30 grados–, la violencia, la agresivida­d y hasta el suicidio crecen inusitadam­ente (decir “exponencia­lmente” sería hoy lo propio; se viene usando con abuso ese esquema de progresión matemática).

Igual que calor, vale decir humedad irrespirab­le o vientos secos: en la inimitable Tarifa, los paisanos se asignan un porcentaje extra de majaretas o volaos, por causa del levante, que reúne los tres fenómenos climatológ­icos. A los pijipis de chancla de alta expresión y tobillera de una quincena, el ventarraco del Este les puede arruinar el postureo agosteño. Cabe matizar que en los sitios donde hace calor continuame­nte no se da un nivel superior de lo siniestro, pero también cabe decir que en un día gris y frío se producen alrededor de la mitad de actos violentos que en otro de canícula e insomnio de estío.

Virando de la comedia al drama, en la reciente ola de calor en España los asesinatos de mujeres a manos de sus hombres no han parado. Mi sospecha es que el hombre no sólo es más proclive a matar a su pareja o expareja o a violar a otra persona –estas no son sospechas: son estadístic­a–, sino que el calor repentino y tórrido nos saca de nuestras casillas, nos asfixia y estresa. Y puede sacar el monstruo que llevan oculto; quien lo lleve. De nuevo desde mi punto de vista, el control policial de los canallas con currículum es inexcusabl­e, pero nunca será suficiente. También hay quienes no matan pero dejan a sus perros en una gasolinera para irse a hacinarse a un apartament­o junto a ese sitio inhóspito y con tantos seguidores que puede ser una playa (yo no he pasado tanto calor y desagrado como no pocos días cerca del mar que en época de vacaciones Santillana, y perdonen la referencia los más jóvenes lectores). El mucho calor es un castigo, y mueve al crimen, sobre todo a quienes lo llevan dentro. Los que no, amenazamos con el divorcio y tocamos el claxon con mala baba.

Asistimos de nuevo al repunte de la violencia con el calor súbito

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