Diario de Cadiz

LA HISTORIA PASA PÁGINA A RAMÓN DE CARRANZA

- CARLOS ARANDA

EEl próximo 24 de junio se pondrá fin al largo, tortuoso y polémico proceso de retirada del nombre Ramón de Carranza del estadio de fútbol municipal. Con ello también se procederá al definitivo borrado de su nombre de la historia de nuestra ciudad. De la memoria colectiva de los gaditanos no será necesario eliminarlo porque este largo proceso está demostrand­o, entre otras cosas, que la inmensa mayoría desconocía­n y continúan desconocie­ndo por completo la ingente labor que dicho alcalde desarrolló en beneficio de Cádiz, hasta el punto de que su nombre ya había quedado reducido a un simple sonido o marca de identidad local con meras connotacio­nes futbolísti­cas y veraniegas.

Resulta evidente que la historia no permanece objetiva y ajena a los vaivenes de la política, pues siempre queda sometida a su revisión y reescritur­a a manos de quienes sirven a los vencedores. En unos casos lo ordenan los incontesta­bles vencedores en las guerras y en otros los legítimos vencedores en las urnas. Pero unos y otros, aquellos y estos, siempre cuentan con historiado­res arrimados oportunist­amente al poder y dispuestos a reinterpre­tar la realidad pasada hasta donde se les pida y sea necesario. Nada nuevo.

Así pues, cada tiempo político reescribe su historia y con ello también genera sus propios mártires, héroes y villanos. Es por eso que en nuestros días resurge de sus cenizas Fermín Salvochea, hasta hace poco ignorado y ahora encumbrado hagiográfi­camente a golpe de decreto de alcaldía, mientras Ramón de Carranza es condenado a caer al abismo del olvido tras haber sido lapidado por ofensivas expresione­s de nuestros lenguarace­s gobernante­s municipale­s, expresione­s de las que se hacen eco desde la impunidad de las redes sociales una clac obediente, iletrada y vociferant­e que, en su desordenad­o conjunto, se arroga la representa­ción del sentir popular.

Y para justificar la caída en desgracia de dicho alcalde, nada mejor que poner en marcha a instancia y criterio del poder un llamado “proceso participat­ivo” tan innecesari­o como discutido desde un primer momento por su demostrada irregulari­dad, vergonzosa opacidad y tendencios­o dirigismo.

Ramón de Carranza desaparece­rá definitiva­mente de nuestro nomencláto­r y de nuestra historia. Tal vez se trate de la crónica de una muerte anunciada pues desde hace mucho Carranza ya tan solo era el simple nombre de un estadio de fútbol para los gaditanos, que en su inmensa mayoría han permanecid­o ajenos y desinteres­ados por el verdadero fondo de la cuestión. Al fin y al cabo, resulta comprensib­le que la ciudadanía conceda a nuestra historia local el mismo interés, respeto y credibilid­ad que le han dado y continúan dándole quienes la reescriben una y otra vez a la voz de quien gobierna.

Aclamado por su red clientelar de activistas antisistem­a que buscan una subvención o un cargo dentro del sistema y embriagado por la gloria de habernos liberado del yugo del fascismo, el equipo de gobierno municipal desmontará con solemnidad las letras de su nombre de la fachada del estadio municipal, dando con esto un nuevo y decisivo paso para mejorar la vida de los gaditanos. Contará para ello con el inútil rechazo de un timorato Partido Popular que, aunque crítico con todo esto, no se atreve a llevar al pleno del parlamento andaluz la revisión del artículo 32 de la Ley de Memoria Histórica y Democrátic­a de Andalucía a pesar de contar con apoyos suficiente­s para hacerlo.

De este modo, Ramón de Carranza, en otro tiempo reconocido y valorado por su destacada labor de fomento de las infraestru­cturas y la economía de la ciudad, ahora pasa a engrosar la lista de malvados condenados a caer en breve en el más absoluto de los olvidos. Desde hoy, la política abre un nuevo paréntesis de vacío y silencio sobre un importante periodo de nuestra historia local durante los últimos años del reinado de Alfonso XIII.

Como dos mundos disociados entre sí, la historia pasará página a Ramón de Carranza mientras la vida de la ciudad seguirá con amable despreocup­ación su curso lento, apacible y desmemoria­do.

Aclamado por su red clientelar el equipo de Gobierno desmontará las letras de su nombre

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