Diario de Cadiz

LA FRONTERA PORTUGUESA

- ENRIQUE MONTIEL

La miro como una frontera portuguesa. Un extremeño me decía que casi siempre orinaba en Portugal, el maravillos­o país hermano. La frontera y su finca se confundían, era una línea delgada dibujada en un mapa. Casi lo nuestro con Puerto Real. En general las fronteras son cada vez más una terra nullae, un disparate de los Estados.

Lo digo porque ha venido una representa­ción puertorrea­leña a ver lo que está al otro lado del Puente Zuazo, las defensas de la Isla cuando la guerra contra los franceses, el Real Carenero, todo ese espacio que fue una chatarrerí­a y un puticlub hasta que la Junta de Andalucía, con la intervenci­ón directa y de agradecer siempre de Luis Pizarro, el dirigente del PSOE de Alcalá de los Gazules. Fue un esfuerzo y un dinero recuperar un espacio histórico decisivo. España era La Isla y Cádiz en 1810-1812, Puerto Real y Chiclana eran ciudades ocupadas por el ejército napoleónic­o. Los generales franceses las robaron y esquilmaro­n para ponerse enfrente de esas fortificac­iones para ocuparnos, matarnos y robarnos. Sobre todo lo que nos quedaba de soberanía. En esas defensas se dio la proeza heroica de impedirles el acceso a lo que era la Capital de España, donde residía la representa­ción de la Nación, las Cortes del Reino de España. El grupo puertorrea­leño seguro que comprobó que todos estaba en su sitio, la frontera portuguesa de la Isla no había sufrido modificaci­ón alguna, se encontraba en el mismo punto exacto en que lo dejó Luis Pizarro. Porque Puerto Real, en cuyo término está esta frontera imaginaria que discurre por la mitad del caño. Ni se ha hecho un parque temático de la España de 1812, ni se ha acabado lo que fue una obra, mejor una empresa, que exhumaba del basural que había sido durante dos siglos aquel lugar en donde tanta sangre, tanto heroísmo protagoniz­ó la España irredenta, la España libre. ¿Avisaron los puertorrea­leños de visita a sus posesiones a la ciudad que resistió y venció la invasión napoleónic­a, expulsando de su villa a los napoleónic­os y devolviénd­oles la libertad perdida? No tengo noticias de que así fuera. Hubiera sido una ocasión estupenda para el acuerdo necesario que construya el monumento a una gesta gloriosa que es ese lugar, que debería ser un espacio sagrado de la Historia de España. Hubiera sido tan bonita una declaració­n conjunta de las alcaldesas que reivindica­ra la gesta y anunciara el compromiso completo de las dos ciudades de la frontera portuguesa de Cádiz por, es que no me gusta la expresión, pero bueno, me dejo: el compromiso de “poner en valor” el lugar, abrirlo al conocimien­to de aquellos meses horribles de pólvora, sangre, sudor y lágrimas. Cuando vuelvan la próxima vez para comprobar que en ningún sito se dice que ese lugar sea La Isla, ni se haya hecho nada sin su acuerdo y anuencia, si siguen las alcaldesas, debería empezar a caminar…

Ya no está la chatarrerí­a, qué metáfora, ni el puticlub. Algo hemos ganado, ¿no?

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