RETRATO DE UN GADITANO EJEMPLAR
UN hombre de figura alargada y frágil camina por la calle de la Plaza. A media mañana, la vía central de Puerto Real, muestra su cara más jaranera y negocianta. El hombre, sujeto a su bastón como si de un mástil de barco se tratara, alimenta sus pasos con toda esa algarabía gaditana. Cuando sus piernas no responden, respira el olor a salitre, transpira la humedad atlántica que se le cala en su ajado cuerpo y coge impulso. Cree pasar desapercibido, pero algún parroquiano lo reconoce: “Por ahí va José Mari Sasián”.
Alcalde de la localidad a finales del franquismo y en los primeros años de la Transición, todavía se le recuerda por su talante conciliador, o por impulsar la construcción de las primeras viviendas sociales. Abandonó la política para hacer carrera en la banca y acabó dirigiendo durante años la dirección de Unicaja en la provincia de Cádiz. “Un banquero de confianza que siempre aportaba soluciones”, recuerda Teófila Martínez, antigua regidora de la capital. “Y lo hacía con la mayor humildad. Imposible no recordar a José María Sasián”.
Este hombre es mi suegro y hoy cumple 80 años. Los mismos que pasaron desde la caída de Troya hasta que los fenicios fundaron Gadir, según fuentes romanas. Espero sorprenderlo con este dato. Aunque quizá ya se lo sabe, o tiene otra fuente que lo pone en cuestión. Pero nunca me lo dirá, ya que no suele abanderar la osadía, a pesar de su basto conocimiento. Él prefiere aprender del otro, acercar posturas. Un rara avis en estos tiempos posmodernos. De ahí la necesidad que tengo de enaltecer su figura. Porque José María Sasián concentra la esencia fenicia del buen comerciante, mantiene la dignidad de Hércules, la vocación constitucional de la Pepa, un carácter abierto al mundo como sólo lo da este rincón privilegiado de la geografía. Cádiz siempre aportó la mejor versión de Andalucía y uno de sus hijos, mi suegro, es muestra de ello.
José Antonio Barroso, líder sindical cuando mi suegro dirigía el Consistorio y después alcalde de Puerto Real durante años, recuerda una anécdota que refleja cómo “José Mari defendió siempre los intereses de los puertorrealeños”. Para ello se remonta a un día de 1978, en pleno preámbulo de la reestructuración del sector naval. Un grupo de manifestantes, entre los que se encontraba Barroso, protestaba frente al Ayuntamiento contra la primera rotación de trabajadores de astilleros, que implicaba la lenta destrucción de cientos de empleos. Cuando nadie lo esperaba, salió José María f lanqueado con su equipo de Gobierno, se subió al escenario y prometió, altavoz en mano, a que si el Gobierno municipal no llegaba a un acuerdo con astilleros para frenar la rotación, todos dimitirían. Finalmente se llegó a un compromiso para la construcción de unos cuantos buques y se calmó la situación, por un tiempo.
Manuel Villalpando, presidente del Ateneo de Puerto Real y compañero en Unicaja, coincide en que tras esa fragilidad engañosa se esconde un hombre firme. Y con gran habilidad para los números. “En un descuadre de 10.005 pesetas, él te decía: ‘olvídate de las 10.000 que saldrán solas y busca las 5”. Pero en lo que todos coinciden es que más allá del buen hacer, José María Sasián es una gran persona. “La sonrisa de la bondad”, según Teófila Martínez. Un hombre que afronta la recta final con la proclama de Caballero Bonald: “Somos el tiempo que nos queda”. Ese tiempo acompañado por el amor de su vida, María, a la que sostiene de la mano fundiéndose en un todo, encarando los vientos de Levante y siendo un ejemplo de la mejor versión del hombre, del gaditano y, por ende, un andaluz universal.