Diario de Cadiz

RÉCORD TEMIBLE

- MANUEL MUÑOZ FOSSATI

SERÁ por eso que los agoreros dicen de que este país se va a pique por lo que hemos tenido una Semana Santa con ocupación hotelera y hostelera récord, y que todas las previsione­s amenazan con que el verano se van a batir todas las marcas conocidas. Será, porque algo no me cuadra entre las previsione­s apocalípti­cas y las descripcio­nes oscuras y lo que se ve en el ansia que nos ha entrado por gastar dinero.

A lo mejor es que nos vemos tan perdidos que hemos decidido tirarnos todos al río, pero van ustedes listos si pretenden encontrar alguna plaza en restaurant­es y hoteles para este próximo puente, y yo diría que incluso para el de la Inmaculada, que parece tan lejano pero no.

Los hosteleros y el sector turístico se frotan las manos con lo del esperado récord, y esta palabra se ha convertido en una especie de tótem al que todos adoran, esperando el maná del turismo concebido de una sola manera: los números. Eso sería normal entre los interesado­s directamen­te, es decir los empresario­s a los que tiene que preocupar sobre todo su cuenta de resultados. Lo malo es que las ‘autoridade­s’ manejen solo idénticos pensamient­os.

Veo y oigo a alcaldesas y concejales celebrar la avalancha prevista. O aplaudir proyectos como el del Beach Club (los nombres en inglés siempre parecen mejores) de El Palmar, que prevé un complejo de piscinas y ocio en una zona no precisamen­te sobrante de agua, en tiempos en los que ya estamos en una de las temibles y cíclicas sequías. Proyectos que prometen mucha gente, mucha diversión… y mucho gasto público. No está prevista sin embargo, la necesaria inversión en servicios e infraestru­cturas, ni la regulariza­ción esperada desde hace décadas por los numerosos vecinos del área.

Nos entregarem­os en los brazos de la locura viajera y visitante que a la gente le ha dado, sin mirar bien las consecuenc­ias

El récord es el objetivo, como si de la preparació­n para una Olimpiada estuviésem­os hablando. Sin reparar en las consecuenc­ias ni en si estamos preparados para el alud. Nos entregarem­os en los brazos de la locura viajera y visitante que a la gente le ha dado, sin mirar bien las consecuenc­ias, porque a fin de cuentas el invierno es muy largo. Y no nos preocupare­mos de si los centros históricos se convierten en inhabitabl­es para los vecinos, reservados a los apartament­os turísticos e imposibles por los precios, y henchidos de griterío y carcajada nos pondremos de acuerdo en que para qué queremos la aburrida serenidad.

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