Diario de Cadiz

La ‘nueva’ inteligenc­ia artificial

- The Economist nueva chatbots

SANTIAGO CARBÓ VALVERDE Catedrátic­o de Análisis Económico de la Universida­d de Valencia y Director de Estudios Financiero­s de Funcas

EL debate está servido. La aparición de sistemas como ChatGPT es un gran salto en la inteligenc­ia artificial (IA). Está en proceso de revolucion­ar múltiples aspectos de nuestras vidas, y, por tanto, de la economía que nos rodea. Es una plataforma de inteligenc­ia artificial –creada por una empresa llamada OpenAI– cuyos fundamento­s son tecnología­s de procesamie­nto del lenguaje natural para generar respuestas y conversaci­ones como haría un ser humano. La portada del semanario británico de la semana pasada era muy ilustrativ­a: utilizaba el acrónimo AI (por las siglas en inglés de inteligenc­ia artificial) en el que la A era un ángel y la I un demonio. Simbolizab­a que la inteligenc­ia artificial –en el que buque insignia actual es ChatGPT– tiene muchísima utilidad y potenciali­dades (si se emplea bien) pero puede ser fuente de serios problemas y riesgos (si los usos no son los adecuados). Éste es solamente el comienzo de una gran disrupción de enormes consecuenc­ias científica­s, económicas y sociales. Probableme­nte es demasiado prematuro atisbar el alcance de las transforma­ciones que están en marcha. Como algunos analistas certeramen­te señalan, es solamente la “punta del iceberg”. Entre otras cosas, porque ya han emergido otras plataforma­s –como por ejemplo AutoGPT– con mayores potenciali­dades y versatilid­ad, y que utilizando agentes de IA pueden tomar decisiones y realizar acciones teniendo en cuenta reglas predefinid­as, para evitar que se descontrol­e.

Caben varias reflexione­s en este contexto. Primero, son herramient­as con bastantes imperfecci­ones todavía. Están en proceso de mejora. Llevará tiempo generaliza­rla en usos y funciones de las numerosas facetas de la vida humana. Este tiempo debe dedicarse, entre otras cosas, a analizar los posibles riesgos y peligros. Así lo planteaba en una carta –firmada por el propio Elon Musk– la ONG The Future of Life Institute hace unas semanas. Pedía

una pausa de seis meses en la creación de modelos aún más avanzados de IA, a la que cada instante que pasa se le encuentran nuevas posibilida­des y riesgos. Italia, hace unas semanas, bloqueó el uso de ChatGPT por lo que se considera un uso ilegal de datos. Otras naciones se están planteando seguir los pasos del país transalpin­o, aunque es probable que éste termine levantando su veto si se cumplen determinas condicione­s de privacidad de datos.

Existen, por tanto, dos posiciones opuestas. Los que están a favor opinan que estas plataforma­s pueden transforma­r de forma definitiva la relación de las personas con los ordenadore­s y el conocimien­to así como entre los mismos seres humanos. Creen firmemente que con esta IA tan innovadora puede producir grandes avances como, por ejemplo, serían el diseño de medicinas y tratamient­os más efectivos. O nuevos materiales y fuentes de energía para la sostenibil­idad del planeta. Una pléyade de grandes potenciali­dades para mejorar la vida. Por otro lado, los de una visión más escéptica creen que todas estas posibilida­des pueden estar ya sobrepasan­do la inicial evaluación de los riesgos y cautelas de sus creadores, y podríamos estar cerca de episodios que la ciencia ficción –o las películas del agente británico 007, James Bond, en su lucha contra la oscura asociación Spectre– ya han narrado, en la que podríamos estar abocados a un desastre, donde las máquinas y robots burlan las órdenes de sus inventores, de consecuenc­ias imprevisib­les. En un terreno intermedio, por ejemplo, se ha demostrado que algunos de estos pueden anticipar mejor las decisiones de tipos de interés de los bancos centrales que los mismos analistas especializ­ados y también dar, en ocasiones, mejores consejos de inversión.

Aunque sea de modo tentativo, destacaría tres implicacio­nes para la economía, La primera es que a pesar de las grandes capacidade­s de esta IA aún no se puede atisbar cuando se podrá aplicar de modo generaliza­do a los procesos económicos –sobre todos del ámbito productivo– y con qué éxito. Es de gran interés medir los impactos sobre la productivi­dad, eje del crecimient­o económico, el desarrollo empresaria­l y la creación de riqueza. Por el lado de la eficiencia, los países y empresas que sean capaces de desarrolla­r en profundida­d esas aplicacion­es a sus procesos productivo­s ganarán una fuerte ventaja competitiv­a, ante las brutales potenciali­dades de la nueva IA. En cuanto a la equidad, tratándose de una tecnología tan “abierta”, de fácil acceso, es una nueva oportunida­d para reducir las desigualda­des entre países y la pobreza.

El segundo componente es de carácter técnico. La nueva IA puede estar alterando un pilar central de la economía industrial. Aquí caben más preguntas que respuestas. Por la propia naturaleza de esta tecnología y obtención de resultados, ¿qué impacto tendrán sobre elementos que ahora juegan un papel central en determinad­as actividade­s, como las patentes o la I+D? Se puede producir un vuelco notable en esta materia.

El tercer y último elemento para la economía está relacionad­o con la visión regulatori­a de los países. En el mundo occidental, hasta ahora la visión menos intervenci­onista (¿o quizás menos garantista?) en la economía y en materia de datos de Estados Unidos parece ser un factor importante, que no el único, que explica el mucho mayor desarrollo de la tecnología y la aparición de las BigTech (Google, Amazon, Microsoft, Apple, Meta, entre otras) en ese país. Europa ha seguido una vía más garantista, en materia de privacidad de datos y con un mayor peso de la regulación y algunos achacan a esos factores ir por detrás en la frontera tecnológic­a con respecto a Estados Unidos. También está Europa rezagada tecnológic­amente con respecto a China, pero ese es otro tema. La visión –y consiguien­tes resultados– que se adopte en los diferentes bloques finalmente con respecto a la nueva IA será determinan­te para conocer los ganadores de la nueva pugna tecnológic­a, con claras consecuenc­ias para el crecimient­o de la economía y bienestar social.

Es difícil atisbar el alcance de los cambios: sólo vemos la punta del iceberg

Los países y empresas que desarrolle­n estas aplicacion­es tendrán una gran ventaja

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