Diario de Cadiz

Portazo de Emilio de Justo, una oreja para Rufo y Morante de vacío

● Vuelta al ruedo en el arrastre al quinto toro del encierro de Garcigrand­e, el astado del triunfo

- Paco Aguado

El público que llenó en la tarde de ayer la plaza de toros de Las Ventas quiso compensar al extremeño Emilio de Justo, que hace más de un año sufrió en este ruedo una gravísima lesión vertebral, con una salida a hombros a la que la presidenci­a accedió concediénd­ole muy generosame­nte las necesarias dos orejas del excelente quinto toro.

Con un ambiente tan extraño como en la corrida inaugural, durante toda la tarde se hizo notar, tibiamente, el deseo de mantener la seriedad de la primera plaza del mundo por cierta parte de la afición venteña, frente a la dominante actitud festiva de esa masa que, los días señalados, acude dispuesta a compensar con triunfalis­mo el caro precio de las entradas.

Solo así puede explicarse que la plaza de Las Ventas parezca haber tomado unos derroteros irreconoci­bles a la hora de valorar y de premiar lo que sucede en el ruedo, lejos no ya de la tradiciona­l rigurosida­d de siempre sino, siquiera, de un criterio taurino mínimament­e meditado y conocedor. Son cosas de los tiempos.

Y en medio de ese revuelto caldo de cultivo, ayer volvieron a salir al ruedo otros cuatro toros de claro triunfo de Garcigrand­e, que tampoco fueron aprovechad­os en toda su dimensión, por mucho que se les cortaran tres orejas de poco peso, sin el auténtico clamor que genera el toreo intenso que pedían.

De hecho, las dos que paseó De Justo debieron quedarse en solo una, en tanto que a la faena que le hizo a “Valentón”, también premiado holgadamen­te con la vuelta al ruedo, se le echó en falta un punto más de hondura y de poso por parte del diestro extremeño.

Pero, con el público a favor de corriente desde que le hicieron saludar tras el paseíllo, De Justo aprovechó el siempre entregado ritmo y el largo recorrido del animal para acompañarl­e los muletazos con cierta ligereza y sin acabar de rematarlos en el tramo final, solo con la continuida­d y la entrega como mejor baza para provocar los aplausos, que no tanto los olés.

Con todo, si a esa altura va a estar el listón, esas dos orejas hicieron justicia en comparació­n con la que se le concedió a Tomás Rufo del tercero, el auténtico toro estrella de la corrida por la sobresalie­nte profundida­d con que, “haciendo el avión”, tomó la tosca muleta del toledano.

Frente a un ejemplar de tan depurada clase, Rufo no pasó de hacer un voluntario­so pero intermiten­te esfuerzo por acoplarse, con una inadecuada colocación y sin mover ni el engaño ni las muñecas con el suficiente pulso, lo que restó fluidez y brillo a una faena rematada con una estocada volcándose que provocó la petición del trofeo.

Antes de todo eso, Emilio De Justo había hecho todo lo posible por asentarse e intentar someter, entre fuertes rachas de viento

Al triunfador de Sevilla, como en una maldición, le tocaron dos toros negados a todo

que se lo impidieron, a un segundo toro que embistió y repitió con bravo temperamen­to y que se creció por momentos cuando no era podido.

Después, Tomás Rufo no sacó ese plus de decisión que, con la plaza caliente y con la posibilida­d de acompañar a Emilio de Justo hacia la calle de Alcalá, era de esperar con un sexto más apagado pero también claro y dúctil, con el que volvió a sobrarle tensión y brusquedad en los engaños.

Al margen de todo este argumento, al esperado Morante de la Puebla, que volvía a la plaza de Madrid con la expectació­n de su histórico paso por la pasada feria de Abril de Sevilla, le tocaron en desgracia, como en una maldición, dos toros negados a todo, como si fueran de otra ganadería, con los que empleó más tiempo para poder matarlos que para lidiarlos.

 ?? EFE ?? Emilio de Justo, en volandas, camino de la puerta grande de la plaza de toros de Las Ventas.
EFE Emilio de Justo, en volandas, camino de la puerta grande de la plaza de toros de Las Ventas.

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