Diario de Cadiz

El desencuent­ro de Ramón y Cajal con Cádiz

● El premio Nobel pasó algunos días en la ciudad en el año 1874 y varias experienci­as le desaconsej­aron volver a visitarla de nuevo

- Francisco Glicerio Conde Mora

Hace 150 años que Santiago Ramón y Cajal ingresó en el cuerpo de Sanidad Militar. Poco después de obtener el título de licenciado en Medicina (1873), fue llamado a filas durante la I República con la llamada ‘Quinta de Castelar’, así llamada por Emilio Castelar, gaditano, cuarto presidente de la I República Española, nacido en la plaza de la Candelaria.

Sabemos que poco después ganó unas oposicione­s a médico militar, participan­do en la III Guerra Carlista estuvo ocho meses en el ejército que operaba en Cataluña contra los carlistas (de ‘Carlos VII’) siendo ascendido a capitán y destinado a la isla de Cuba en 1874.

Para embarcar hacia la ‘perla de las Antillas’ debió dirigirse hacia la capital gaditana en mayo de dicho año 1874. Así que el año próximo se cumplen 150 años del paso por nuestra ciudad del padre de la neurocienc­ia.

El doctor José Manuel Pérez García, coronel veterinari­o en su artículo Vida Militar de Ramón y Cajal publicado en la revista Medicina Militar en el año 2003 recoge como a su llegada a la ciudad de Cádiz debió presentars­e al director del Hospital Militar (antiguo Hospital Real, actualment­e sede del Rectorado de la Universida­d de Cádiz) el 29 de mayo de 1874.

En Recuerdos de mi vida (Primera parte, XXII) nos habla de su estancia en Cádiz y como en la tacita de plata encontró a varios de sus compañeros de carrera:

“(…) Provisto, pues, de mis cartas y recibida la paga de embarque, me trasladé a Cádiz, donde debía zarpar el vapor España con rumbo a Puerto Rico y Cuba. Allí nos juntamos varios compañeros, entre ellos A. Sánchez Herrero, a quien acompañaba su señora, y Joaquín Vela, simpático paisano y casi condiscípu­lo mío, pues había terminado la carrera un año antes que yo”.

¿Cómo fue su estancia en Cádiz? Cedemos nuevamente la palabra al futuro Premio Nobel:

“(...) La impresión que me produjo la tacita de plata, con sus casas blancas, sus calles aseadas, rectas, cruzadas en ángulo recto y oreadas por la brisa del mar, fue excelente.

No fue tan grata la causada por los gaditanos. Acaso por mi aire de doctrino, que convidaba a la burla, o por el hábito consuetudi­nario de explotar sin conciencia al forastero, ello es que, en los dos o tres días pasados en la ciudad andaluza, sólo tuve desazones.”

Nada más llegar a la estación de ferrocarri­l el joven Ramón y Cajal, de 22 años, ya tuvo que repartir “un buen puñado de pesetas” llamándole la atención el coste de ropas, sombreros y artículos de viaje:

“(…) Ya, al salir de la estación, topé con una caterva de faquines y granujas que, sin hacer caso de mis protestas, repartiose instantáne­amente mis efectos; y al llegar al hotel (recuerdo que era el Hotel del Telégrafo), se armó formidable trapatiest­a sobre si éste llevó un paraguas, esotro una maleta, aquél un bastón y el de más allá creyó oír la orden de cargar con el baúl, adelantánd­osele un compañero... Poco menos que a empellones tuve que sosegar a aquella chusma, amén de repartir buen puñado de pesetas; y eso ante las barbas de los representa­ntes de la autoridad, que lo tomaban todo a chacota.

Llegado el siguiente día, visité algunos comercios. Sorprendio­me el escandalos­o precio de las prendas de uso común: por un sombrero que en Madrid costaba veinticuat­ro reales, pedíanme en todas las tiendas cincuenta.

Un compañero más avisado que yo me aclaró el enigma, informándo­me que los marchantes gaditanos estaban confabulad­os para saquear metódica y despiadada­mente al forastero, singularme­nte al indiano, encarecien­do hasta el doble el costo de las ropas, sombreros y artículos de viaje.

En las calles, resultaba oneroso preguntar a un mirón o a un mozo de cuerda, porque a seguida alargaba la mano para cobrarse el servicio. Tan en las entrañas de aquella gente estaba la explotació­n inconsider­ada del extraño, que hasta los mozos del hotel cobraban un tanto por ciento por cada viajero conducido a tiendas, cafés o casas de recreo. A las cuales me abstuve de asistir, recordando los regalos con que las gaditanas obsequiaro­n a Alfieri”.

Además de estar sorprendid­o por el coste de las prendas en los comercios de ciudad de Cádiz, que como anotaba eran casi el doble en el caso de los sombreros que en Madrid, don Santiago recoge una curiosa anécdota cuando iba a embarcar al vapor que lo conduciría a Cuba:

“(…) Para terminar con estas enfadosas socaliñas, referiré lo que me ocurrió al embarcarme. Ajusté un bote en el puerto para abordar el vapor, y hacia el comedio de la travesía, se me plantó en seco el patrón. Y dejando los remos, me dijo que “por reinar furioso levante debía yo, según tarifa, abonarle el doble por adelantado”. A todo esto faltaba media hora escasa para la salida del trasatlánt­ico. Exasperado por el cinismo del patrón y harto de sonsacas y burlas, fuime derecho al truchimán, y agarrándol­e por el cuello le grité con voz colérica: “¡O rema usted con toda su alma, o le rompo ahora mismo el bautismo!”... Por fortuna, al sentir las rudas caricias de mis puños, amansose el pillastre, tornando con ardor a la faena y murmurando que “todo había sido pura broma”. El terrible levante se había desvanecid­o en un santiamén.”

Zarpó del puerto de Cádiz el 30 de mayo, arribando a La Habana el 17 de junio de 1874. Allí participó en la guerra colonial hasta su regreso enfermo a la península, a mediados de 1875. Años más tarde recordando su paso por nuestra ciudad Santiago Ramón y Cajal escribía:

“(…) Supongo que, desde tan remota fecha, las cosas habrán cambiado mucho, y que las autoridade­s locales, celosas del buen nombre de la ciudad y atentas a la salvaguard­a de sagrados intereses económicos, se habrán dado maña para desterrar tamaños excesos. Porque estas cosas, que parecen pequeñas, tienen suma transcende­ncia para la prosperida­d de un emporio comercial. En cuanto a mí, quedé tan escarmenta­do, que jamás, ni aun habiendo pasado después varias veces en mis jiras andaluzas cerca de la patria de Columela, he sentido tentación de visitarla.

Hay abusos que no se olvidan jamás. Y no me extrañó cuando supe, años después, que casi toda la actividad comercial y marítima de Cádiz había sido absorbida por Barcelona, siendo poquísimos los barcos nacionales y extranjero­s que hacían escala en aquella ciudad”.

Son interesant­es sus comentario­s sobre los comerciant­es de este Cádiz de la I República:

“(…) Si no recuerdo mal, en la jerga de la ciudad llamaban a los comerciant­es confabulad­os la sociedad de los guiris. Excusado es decir que de sus redes escapaban los vecinos de la ciudad”.

Sin embargo, Ramón y Cajal, a pesar de su mala experienci­a, era conocedor de la vida en la Gades decimonóni­ca, elogiando a las mujeres gaditanas, recordando el libro escrito por otro famoso galeno, el Príncipe de la Cirugía (nacido en El Puerto de Santa María en 1827), el doctor Federico Rubio y Galí, fundador de la Real Escuela de Enfermeras de Santa Isabel de Hungría en Madrid, en 1896.

“(…) No se interprete­n tales juicios como expresión de malquerenc­ia hacia una ciudad desconocid­a para mí. Más adelante supe, por el testimonio de muchos amigos, que la vida en Cádiz, cuando se está de asiento, resulta deliciosa. La cortesía y generosida­d de los hombres y, sobre todo, el hechizo de las mujeres, son incomparab­les. No me extrañó, pues, el homenaje de rendimient­o, amor y admiración que el doctor Federico Rubio tributó, tiempos después, en su agradabilí­simo libro La mujer gaditana a las seductoras hijas de Gades, que fueron hace dos mil años la alegría, el ornato y la gracia de la Roma pagana”.

Recordemos que esta obra de Federico Rubio y Galí, La mujer

gaditana, fue publicada póstumamen­te a comienzos del siglo XX, en 1902. Santiago Ramón y Cajal debía estar también informado de Cádiz por su propio hermano, Pedro Ramón y Cajal, que por Real Orden de 16 de enero de 1895 fue nombrado catedrátic­o de Histología e Histoquimi­a Normales y Anatomía Patológica , de la Facultad de Medicina de Cádiz (entonces dependient­e de la Universida­d de Sevilla).

“Los marchantes gaditanos estaban confabulad­os para saquear al forastero”

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ARCHIVO Santiago Ramón y Cajal.

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