Diario de Cadiz

YO PREGUNTO

- MANOLO FOSSATI

Hay buenas noticias que uno no sabe bien cómo tomarse. Por ejemplo, parece a todas luces un avance que por fin se haya aprobado el proyecto de urbanizaci­ón de los suelos de la antigua Fábrica San Carlos, abandonado­s al deterioro y la basura desde hace años. Para dentro de otros tantos se espera que donde ahora habita el olvido lo hagan miles de personas. Viviendas, equipamien­tos, comercios pondrán por fin contenido a ese inmenso vacío lleno de escombros, agujeros, maleza y correrías. Y finalmente, tras décadas, mi calle tendrá también un sentido de vuelta, porque hasta ahora ha sido una ida hacia el vacío salvaje, no exento tampoco (digámoslo) de tranquilid­ad a unos pasos.

Y digo sobre esto de la ambigüedad de las buenas noticias: hasta ahora los técnicos y políticos implicados en el plan han cuantifica­do el número de casas, los metros cuadrados que se urbanizará­n, los espacios verdes que darán aire al conjunto… pero me gustaría saber si hay alguien que ha contado el número de palmeras que caerán, la cantidad de naranjos que se arrancarán, cuántos olivos caerán y cuanto desaparece­rá de la retama que hace pocas fechas han florecido manchando de blanco sus puntas. Son los restos aún altivos de las plantas que adornaban los jardines de lo que fue factoría puntera en el mundo, y de las que la naturaleza sola ha propiciado en cuanto tomó el sitio que los humanos dejaron.

No sé qué pensarán hacer las autoridade­s con todo ese otro patrimonio botánico, ya que el tecnológic­o y de empleo que suponía la antigua Fábrica se dejó perder entre la indiferenc­ia, cuando no la rapiña, de muchos. He paseado mucho por esa especie de jardín salvaje, cuando tener un perro me obligaba a esas escapadas placentera­s y serenas a horas tempranas o tardías, y muchas veces me he detenido a admirar la bravura de un brote verde en medio de la desidia o la f loración orgullosa de un arbusto; algunas, hasta he extraído bulbos o raíces que ahora lucen enhiestos en mi propio patio. No olvido unas moras dulces de la que debía ser una de las últimas moreras de la Isla, ese árbol antes emblemátic­o y lírico de pregón: “Las moras de la Isla, qué ricas moras…” Ahora, no sé si el olvido se llevará por delante tanto verde y por eso lo pregunto.

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