CABEZA Y CORAZÓN
Como ustedes, aquellos que me leen, son lo suficientemente listos para no hacerme caso, puedo expresar mi opinión libremente sobre las inminentes elecciones municipales en las que nos jugamos el futuro a corto plazo de nuestra Isla. Si, como canta el tango, veinte no son nada, calculen cuánto son cuatro añitos. Pero Gardel hablaba del amor y la nostalgia personal y nosotros tratamos de todo un pueblo. Por eso, es importante pensar que nos jugamos asuntos cruciales. Mucho más trascendentales, sí, para nosotros que la insensibilidad humana mostrada por los abertzales en pueblos perdidos en las montañas vascas.
Cada uno votará con la víscera o la neurona que tenga más sensible, pero en realidad de lo que se trata es de si queremos que San Fernando se convierta, como dice Cavada, en la gran ciudad de los eventos en la que no quede fecha sin festejo multitudinario, o en la población que ve rebajado sus impuestos que promete De Alba; si será un lugar más solidario y culto como desea Alías, o si Romero vuelve a pasear su sonrisa al lado del alcalde o alcaldesa que designe la democracia. O si el ala derecha de la ciudad otorga más importancia a Zambrano y su lista de personas “con la vida resuelta”.
Los isleños, como todos los españoles llamados a las urnas, lo tenemos fácil, si lo pensamos sólo un poco. Se trata finalmente de dilucidar si estamos contentos con la gestión del actual equipo de gobierno o si deseamos un cambio o darle una oportunidad a otras manos para que lleven el timón. Hay veces en las que hay que votar con las entrañas y otras con el cerebro. Tal vez lo ideal sería combinar, en la decisión final ante las papeletas, todas esas emociones y ecuaciones.
Pero conviene no dejarse engañar ni por nuestro estómago ni por las manipulaciones de los demás. El próximo domingo no compiten ni Bildu, ni Pedro Sánchez ni Feijoo. Y tampoco se va a decidir sobre la ley del sólo sí es sí ni sobre los abonos cinematográficos de los mayores de 65 años. Por cierto, algún día habrá que hablar de la contradicción que supone alargar la vida laboral hasta los 67, a la vez que se nos subvencionan las palomitas dos años antes, y el tren a partir de los 60.
Pero sobre todo, que nadie nos quite la alegría de saber que somos nosotros los que gobernamos nuestro destino, ya sea con la cabeza ya con el corazón.
Cada uno votará con la víscera o la neurona que tenga más sensible