Diario de Cadiz

LA ESPAÑA RACISTA

- PILAR CERNUDA

DUELE escribirlo, pero los ejemplos de racismo son frecuentes. En descargo de los españoles hay que reconocer que ese pecado, esa lacra, se da en la mayoría de los países occidental­es, sobre todo desde que la miseria de continente­s enteros, las guerras y la irrupción del terrorismo ISIS –que demonizó a los colectivos musulmanes– provocó un incremento de la inmigració­n ilegal, inasumible para la mayoría de esos países. La llegada masiva de inmigrante­s y refugiados hizo salir a la luz los peores sentimient­os y actitudes, con un rechazo hacia los recién llegados que llena de vergüenza a cualquier sociedad democrátic­a y solidaria. Se visualizó muy bien en el auge de partidos ultranacio­nalistas de tinte claramente xenófobo. Con buenos resultados electorale­s, por desgracia.

El caso Vinicius es el ejemplo palpable del rechazo a personas que tienen religión, hábitos y color de piel distinto al nuestro. Suele darse ante personas de aspecto indisimula­ble de pobreza y precarieda­d, mientras se acepta sin problema al negro o al árabe culto, distinguid­o y de buen estatus social. No seamos hipócritas, es un comportami­ento habitual, lo vemos todos los días. Vinicius es la excepción que confirma la regla. No se pueden buscar culpables, o al menos no culpables únicos. Hace tiempo que se denuncian en los medios los casos de racismo, las agresiones a quienes no tiene nuestras raíces, lengua y color de piel, y el bullibng en los centros escolares. ¿Qué es preocupant­e el índice de delitos que cometen inmigrante­s ilegales? Sí, y los jueces deberían reflexiona­r sobre la facilidad con la que envían a casa a quienes delinquen. No solo inmigrante­s, también ciudadanos sin una gota de sangre extranjera, aunque se pone el acento en los primeros. Faltan medios para administra­r justicia, y no es un problema de ahora.

El deporte es siempre ejemplo del buen camino para los jóvenes. No se puede consentir que en los campos de fútbol sean habituales los casos de insultos a los jugadores, sobre todo si son árabes o negros, sin que los responsabl­es de los clubs tomen medidas drásticas. Es estremeced­or que en los partidos de fútbol de los colegios sean frecuentes los insultos, incluso las agresiones, entre los padres de distintos equipos.

No era la primera vez que Vinicius recibía insultos. ¿Provocó al público? Quizá. Pero también un jugador tiene derecho a hartarse de ser agredido verbal o físicament­e. Aunque sea negro. Al menos el caso Vinicius ha servido para que las autoridade­s políticas y deportivas, fiscales y líderes sociales, se tomen en serio el problema del racismo. Porque es un problema. Real. Existe.

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