Diario de Cadiz

NI FU NI FA

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ @EGMaiquez

INEXORABLE se acerca la hora o ya ha llegado en la que yo tenga que depositar solemnemen­te mi voto en la urna… y nadie me ha ofrecido ni ciento cincuenta eurejos de nada. Vaya desperdici­o de acto electoral: hacer de gratis el viaje hasta el colegio, aparcar, saludar a todo hijo de vecino, meter el sobre con cuidado… Yo pensaba que, al final, me aprovechar­ía algo de los nervios de la reventa, y más en mi pueblo, donde está todo –diría– felizmente apretado.

A la compravent­a electoral coadyuva que las diferencia­s entre los partidos principale­s sean tan inapreciab­les. Si unos y otros dejan que su agenda se la marque la Agenda 2030 y están por la labor de llegar a acuerdos antes que vérselas con un cambio de sistema, ¿cómo no venderse al mejor postor sin problemas de conciencia inexistent­e? Si al final, ni fu ni fa.

Todo esto lo digo en broma, pero en serio, como otras cuestiones que se derivan o deducen de los intentos de compra de voto. Por ejemplo, se ilumina el móvil profundo de las promesas vacías de tantos políticos. ¿No son vendedores de humo? O, mejor dicho, compradore­s de votos al por mayor, pagando con aire, como aquel escultor italiano, Salvatore Grau, que retrató con todo lujo de detalles a la posmoderni­dad vendiendo por 15000 euros una escultura que no existía, recortada en el aire, hecha de nada, ni humo siquiera.

Otra pregunta: ¿Qué espíritu de servicio a la democracia y fe en ella puede tener un tipo o una tipa capaz de echarse al mercado negro de la soberanía popular? Y luego nos dan lecciones, cargados de suficienci­a socialdemó­crata. Otra pregunta: ¿Estos compradore­s compulsivo­s son los críticos del libre mercado? Pues la mano invisible ¡bien que les gusta, eh! Y la penúltima pregunta, precisamen­te: ¿Esto quién lo paga? ¿De dónde sale la pasta en B, por no decir en negro? Vaya a ser que salga, después de algunas revueltas para borrar las huellas, de los impuestos que pagamos a los que ni nos compran los votos ni con el humo de las promesas vacuas.

La última pregunta, por supuesto, es: ¿Y a mí por qué nadie me paga?

Pero lo último es ponerme Calimero. A fin de cuentas, hoy es la fiesta de la democracia, el festín para algunos, y hay que rebuscar motivos para estar contentos, sin contar con los que más tarde nos dé el recuento electoral. No he cobrado, no, pero podría haber sido peor. Al menos, no me ha secuestrad­o nadie en esta campaña electoral. De momento.

Que las elecciones son una fiesta de la democracia o un festín no cabe duda; la pregunta es quién la paga

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