EL DOBLE SENTIDO
EL doble sentido es un término del que seguramente se ha hablado mucho en las tertulias de carnaval. Acudir a él para decir algo de manera soslayada o más bien hacerlo de forma velada, siempre se ha considerado como una destreza de los autores, algo que se valora mucho por la dificultad que, sin duda, entraña a la hora de crear el repertorio. Es fácil deducir que en épocas pasadas era, además de una habilidad y un don, una obligación que se imponía para esquivar la censura propia del régimen. En cualquier caso, aquí cabría aplicar aquel famoso refrán: hacer de la necesidad virtud, porque, gracias a esa obligación, el ingenio se agudizaba y provocaba la característica complicidad entre el emisor y el receptor que, a modo de contraseña, solo era descifrable para los que sabían interpretar el oculto mensaje de los copleros. Es muy probable que de ahí surgiera y se instaurase el arte de saber escuchar.
En la actualidad, afortunadamente sigue habiendo autores que conservan esa virtud a la hora de crear sus letras, autores que consiguen la admiración de los aficionados; otros, en cambio, optan por llamar a las cosas por su nombre amparándose en la libertad de expresión, lo cual, sin dejar de ser lícito, en mi opinión, resulta mucho más sencillo. Siguiendo en este contexto, mucho se habla de la valentía de aquellos que no tienen pelos en la lengua a la hora de hacer sus coplas, lo cual puede ser cierto en algunos casos e, incluso, perfectamente justificado; no obstante, también se puede rayar lo indecoroso cuando se utilizan términos mal sonantes y fuera de lugar. Entiendo que en ese límite se encuentra el criterio con el que debe quedarse tanto el jurado como los propios aficionados a la hora de discernir y diferenciar en qué lado de la frontera se encuentra una expresión, un tipo o un repertorio.
Afortunadamente sigue habiendo autores que conservan esa virtud a la hora de crear letras