Diario de Cadiz

La decepción de los últimos del Castillo

● La familia de Cayetano Pérez era la propietari­a de San Romualdo hasta que el Ayuntamien­to les expropió: “Nos obligaban a rehabilita­r con los mismos materiales y técnicas originales”

- Arturo Rivera

No todo el mundo puede presumir de haber nacido y de haber vivido en un castillo. Es algo que solo unos pocos puede contar. Cayetano Pérez se encuentra entre ellos. Él, que ahora va a cumplir 74 años, y sus hermanos, sus primos... Sobre todo, recuerda, su primo Deli, que fue el último de todos, el que se quedó hasta el final.

Porque todos ellos se criaron en el Castillo de San Romualdo en aquella época en la que en el histórico inmueble estaba rodeado de viviendas, había un reñidero de gallos, un mesón, una cristalerí­a, un molino de harina, vaquerizas, gente que vivía de alquiler... Hasta un cine llegó a existir durante esos años –el cinema Castillo– que aprovechab­a uno de sus muros laterales. Eran otros tiempos y el Castillo era de todo menos un castillo. Quizás entonces no se era del todo consciente de su enorme importanci­a histórica y de su inmenso valor patrimonia­l, cierto. Pero no cabe duda de que el edificio era ya uno de los lugares más señeros de La Isla.

Cayetano cuenta que su abuelo, Fidel Pérez de Diego, compró el Castillo de San Romualdo en una subasta, así que allá se fue a vivir la familia, que de hecho se convirtió en la última propietari­a que tuvo el antiguo ribat –edificios de origen islámico que eran a la vez fortalezas y lugares de culto– hasta que a finales de la década de los 90 fueron expropiado­s por el Ayuntamien­to isleño para afrontar unas obras de rehabilita­ción que hoy todo el mundo cuestiona por su pésimo resultado, como se puso de manifiesto en el debate del último pleno ordinario al abordarse una moción que instaba a una nueva intervenci­ón habida cuenta del estado en el que se encuentra el monumento a pesar de que hace tan solo siete años que abrió definitiva­mente sus puertas.

Y, precisamen­te, esta polémica intervenci­ón que hace poco ha regresado al debate político es la que ha llevado a Cayetano Pérez a querer contar ahora la historia de la familia, que en gran medida La Isla desconoce. Porque a él –recuerda– le tocó además ejercer el papel de interlocut­or entre la familia y el Ayuntamien­to en aquellos años de la expropiaci­ón. Y porque el resultado final, admite, no puede ser más decepciona­nte.

“Yo solía venir por aquí”, dice Cayetano Pérez, que desde hace años reside en Cádiz –aunque por su profesión ha vivido en distintos puntos de la costa de España– pero después de esto (de la rehabilita­ción) dije que no volvía más: es que me entra una congoja...”.

La familia, los que fueran lo últimos propietari­os del Castillo, siente “frustració­n” con todo esto. Porque la expropiaci­ón, explica, fue pactada. Se llegó a un acuerdo con el Ayuntamien­to, que por el Castillo pagó 120 millones de las antiguas pesetas (algo más de 720.000 euros). Para hacerse una idea del chollo que supuso la operación para hacerse con el edificio más antiguo de San Fernando basta compararla con los 1,8 millones de euros que hace tan solo unos días ha abonado el Consistori­o por el cine Alameda.

“No pusimos ninguna pega”, explica. Creyeron que era lo mejor y que, en definitiva, si el Castillo se iba a rehabilita­r y se iba a poner a disposició­n de la ciudadanía iba a ser bueno. Pero esa decisión la tomaron después de que, en su calidad de propietari­os, se les abriera desde el Ayuntamien­to –en la época del alcalde Antonio Moreno– un expediente en el que primero se les instaba a hacer obras de emergencia el Castillo y, posteriorm­ente, a hacer frente a su rehabilita­ción. Y al tratarse de un BIC “se nos obligaba a hacerla con los mismos materiales y siguiendo los mismos métodos y técnicas que se utilizaron en su construcci­ón”.

“Llegamos a hablar con unos artesanos que había en Granada, que utilizaban el mismo tipo de ladrillo, de mortero, etc...”, recuerda. Cayetano se plantó incluso en el Ministerio de Cultura para ver si había alguna posibilida­d de optar a alguna ayuda para afrontar como propietari­os la rehabilita­ción. Pero nada. Se vieron solos ante la obligación de hacer frente a la puesta a punto del Castillo siguiendo además unos exigentes criterios de rehabilita­ción. “A nosotros se nos obligaba a hacerlo de una determinad­a forma, con materiales y técnicas similares a lo original, pero luego la rehabilita­ción se ha hecho de cualquier manera”, afirma al contemplar la fachada a parches y llena de desconchon­es a causa de un dudoso revestimie­nto que poco tiene de histórico y que ha tapado la piedra original.

Por entonces, además, llegó a manos de la familia otra oferta. Había un empresario dispuesto a comprar el Castillo: quería hacer allí un parador. Aquello –reconoce– no llegó muy lejos porque el Ayuntamien­to de inmediato cortó por lo sano y le dijo que nunca iba a dar los permisos porque quería hacerse con el Castillo y rehabilita­rlo. “Ni siquiera se llegó a hablar de dinero”, afirma.

Así que a la familia solo le quedó un camino: llegar a un acuerdo con la expropiaci­ón. “Tomamos la decisión, de verdad, de corazón, porque pensábamos que al menos así se iba a rehabilita­r dado que nosotros no podíamos hacerle frente, así que creímos todos que era mejor eso antes de que se terminara cayendo...”. Hoy, claro, no pueden sino mostrar su “frustració­n” al ver el resultado de la intervenci­ón y al ver incluso que hay zonas como la lanta superior que no pueden ser utilizadas y permanecen cerradas.

 ?? JULIO GONZÁLEZ ?? Cayetano Pérez, uno de los integrante­s de la última familia que tuvo la propiedad del Castillo de San Romualdo hasta que fueron expropiado­s.
JULIO GONZÁLEZ Cayetano Pérez, uno de los integrante­s de la última familia que tuvo la propiedad del Castillo de San Romualdo hasta que fueron expropiado­s.
 ?? JULIO GONZÁLEZ ?? Pésimo estado que presenta el Castillo de San Romualdo, que abrió sus puertas hace 7 años tras su rehabilita­ción.
JULIO GONZÁLEZ Pésimo estado que presenta el Castillo de San Romualdo, que abrió sus puertas hace 7 años tras su rehabilita­ción.

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