Ruiz Miguel, a corazón abierto en el Club el Rabo de El Puerto
● El maestro de San Fernando repasa su trayectoria y su triunfal paso por la Plaza Real ● Dedicado un recuerdo a Paco Moreno
El matador de toros Francisco Ruiz Miguel fue el invitado en la noche del pasado viernes en una nueva cita de las tertulias del Club Taurino el Rabo de El Puerto de Santa María, un encuentro con los aficionados portuenses que llenaron el local de la entidad y en el que, de la mano de Sergio Pérez, el espada recorrió su trayectoria profesional con especial hincapié en su paso artístico por la Plaza Real.
Y todo a corazón abierto, con la autenticidad y el encanto personal de este matador, que si bien se movió siempre en el lado de las glorias de la lidia, tampoco eludió hablar de las miserias del toreo sufridas aunque, como convino con su inseparable Galloso presente en el acto, sobre todo abunda lo bueno aunque también el ruedo y los despachos hacen que hasta la figura más alta haya pasado no pocas fatigas.
Aquel jovencísimo peón de albañil que sin conocer ni las cuatro reglas de la lidia se tiró al ruedo de la plaza de toros en Cádiz en un toro de Paquirri en un festival, con una muleta vieja del recordado Casereño y por la apuesta de un gallo de pelea, se convirtió en una figura del toreo que alcanzó tan altas cotas profesionales que lo que para los demás era una “gesta” lo hacía todos los días.
Y ese milagroso tránsito fue la trama de su intervención. Ruiz Miguel se hizo a sí mismo a base de esfuerzo, tesón, valor y una cabeza privilegiada, contando con una serie de personas clave en su vida como los Ortega: los hermanos Rafael y Baldomero –matador de toros y su peón de confianza– y Paco Ortega, su apoderado. También el que sería su segundo y último apoderado, Pepe Luis Segura.
Con ninguno de los dos firmó un contrato, bastó el apretón de manos, como con su mozo de espadas José García. Esa fidelidad es otro de los férreos principios de un maestro que mantuvo siempre a los mismos banderilleros y picadores en su cuadrilla.
Una figura histórica cuyo palmarés será difícil de superar: puertas grandes en Madrid, innumerables triunfos con divisas como las de Miura, Victorino, Pablorromero, Murteira, o corridas del siglo.
Lo suyo le costó, como cuando un toro del Marqués lo dejó herido muy grave en la Plaza Real un cinco de septiembre de 1970 en una noche de levante, trance doloroso en uno a de los ruedos donde más le gustaba torear y en una ciudad en la que siempre se ha sentido como en casa.
Así le trataron los socios del Club el Rabo. El maestro bromeó afectuoso con todos y se prolongó el acto en una tertulia que comenzó con un cálido recuerdo a nuestro querido Paco Moreno de El Paseíllo para quien el presidente de la entidad, Jesús Domínguez pidió una ovación.
Los primeros muletazos de su carrera lo dio como espontáneo en la plaza de toros de Cádiz