EL APLAUSO EXPLOSIVO
LA imagen es graciosísima, para empezar. Tània Verge, consejera de Igualdad y Feminismos de la Generalidad, de Esquerra Republicana, afirmaba en la tribuna del parlamento catalán que “América Latina tiene 662 millones de habitantes y África 1.400 millones. Es evidente que no caben todos en Cataluña”. Entonces, los diputados de Vox rompieron a aplaudir. Es una obviedad, sí, pero una que Vox venía defendiendo en solitario entre insultos. La cara de estupefacción (y pavor) de la señora Verge fue indisimulable.
Tácticamente, el golpe del aplauso es muy astuto, porque pone en evidencia que los socios del Gobierno de Progreso tienen sus cosillas fachas. A éstos que merecen el aplauso maldito de Vox es a los que el PSOE les ha regalado las competencias de inmigración.
Estratégicamente, tampoco es manco el aplauso a dos manos. Podríamos desgañitarnos los columnistas explicando que la inmigración había cambiado de bando político, porque la ilegal es ya un problema de tal calado que los partidos más listos ven que o dan soluciones o el pueblo les dará la espalda a ellos. Bastará el aplauso de Vox para mostrar a la opinión pública el estado de la cuestión.
En un ambiente de insultos, desdenes y sorderas, aplaudir al rival se convierte en el auténtico golpe maestro
Metafísicamente, sin embargo, es cuando el aplauso alcanza su verdadera dimensión. Resulta muy ridículo que en los parlamentos los miembros de cada grupo sólo aplaudan sus intervenciones y, si acaso, las de sus socios. ¿Por qué no aplaudir también las verdades que digan los políticos rivales? Eso daría la sensación de que se escuchan entre sí, de que les une el respeto a la verdad por encima de las facciones partidistas y de que se pueden entender sobre la base del bien común y las cosas como son.
A santo Tomás de Aquino le gustaba citar a san Buenaventura que dijo que “Toda verdad, la diga quien la diga, viene del Espíritu Santo”; y a mí me entusiasma citarlos a ambos. A ver qué moderno tiene una frase tan tolerante y respetuosa con el enemigo o rival. Si dice algo que es verdad, Buenaventura, Tomás y yo le reconocemos sin resquicios portavoz del Espíritu Santo, nada menos. Ese es el fundamento de cualquier diálogo auténtico, y lo demás sólo son cambalaches de intereses por votos y de bombos mutuos. Unos parlamentarios que aplaudan cualquier verdad que diga cualquiera en la tribuna serían absolutamente disruptivos. Cambiarían la política de este país. Y, además, tendrían que estar muy atentos en todo momento. Yo eso lo aplaudo.