Diario de Cadiz

SUFRIR EN SILENCIO

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ @Egmaiquez

PUES al final pasé la gripe o lo que fuese eso tan malo. Quiero decir, que tenía una tos que me salía rota desde una caja astillada en mitad del pecho, unas décimas de fiebre, dolor de huesos, desánimo existencia­l y un mareo un poco ridículo, como de recién bajado de un barco. “Ja, ja, ja, tanto hablar de sus presentimi­entos de enfermedad, pero, cuando se pone malo de verdad, se le quitan las ganas de contárnosl­o”, me dirá usted.

En absoluto, querido amigo. Me habría encantado lloriquear un poco aquí mismo. Pensaba, además, que el mal cuerpo era la situación ideal para hablar del estado de la nación. No halla uno donde poner los ojos que no sea un recuerdo de un derrumbe generaliza­do de nuestra cosa pública. Fíjense lo bajo que está el nivel que el Gobierno de Pedro Sánchez ha determinad­o que hay un “terrorismo bueno” que se merece una amnistía (que les conviene a ellos, claro). ¿Es para glosarlo con fiebre o no?

Si he seguido escribiend­o de política como si de cualquier cosa ha sido porque confiaba en que el malestar general se me notase entre líneas, donde es retóricame­nte más efectivo; y, sobre todo, porque, después de haber escrito varias veces sobre

Parece imposible contemplar la actualidad política española sin tener unas décimas de fiebre

mi gripe inminente o mi casi gripe o mi gripe difusa y luego nada, me daba al final vergüenza seguir dale que te pego con mis enfermedad­es. Me pasó como en el cuento de Pedrito y el lobo. Bueno, casi, porque, para que no me pasara talmente igual y que no me creyese nadie como al Pedrito del cuento (al del Gobierno tampoco le cree nadie), decidí no decir ni pío. O sea, un Pedrito que, cuando de verdad aparece el lobo, enmudece por vergüenza sobrevenid­a de la lata que dio antes sin razón.

He aquí una inesperada ventaja más de la hipocondrí­a. Además de la satisfacci­ón de estar saludablem­ente equivocado casi siempre y la de acertar de higos a brevas, la ventaja de que, cuando podrías, ya no te quejas, al menos en público.

Ahora me asombra mucho haberme curado. Hubo varios momentos en los que pensé que no volvería a encontrarm­e bien nunca jamás. Que ya tosería siempre. Lo que me consoló: podría empezar una etapa más claroscura de mi prosa, dándole la razón a los que protestan de mi querencia al optimismo. Pero nada, ya estoy optimista otra vez, lo siento.

¿Sí? Sí Y no es para menos. He sacado una lección estupenda de esta semana con el pecho como una caja basta de resonancia. ¿Cuál? Que de todo se sale. A ver si España…

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