Diario de Cadiz

17 VIOLACIONE­S CADA DÍA

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sin registrarl­as siquiera. Algunas ni llegaban a formar fila. Los soldados les pegaban un tiro en cuanto bajaban del tren del miedo. Para ellos, el asesinato a sangre fría no era más que un divertimen­to.

Las guardianas hacían una selección visual de las que les parecían más jóvenes y atractivas. Las afortunada­s eran tatuadas en el pecho con su número y un triángulo negro al revés –el símbolo de las prostituta­s, las lesbianas y las asociales–, después pasaban por una primera revisión médica y las despiojaba­n. Mientras la mayoría de las presas eran rapadas, a las prostituta­s les dejaban medida melena para que parecieran más atractivas. Posteriorm­ente, pasaban por una cuarentena y por una revisión ginecológi­ca en la que usaban las mismas herramient­as para todas. La autora matiza que después de esta inspección “desechaban a muchas” sin darles oportunida­d de trabajar en la fábrica de carbón o de ropa. “Cuando conseguían llegar al rito de iniciación, si el alto mando nazi considerab­a que no habían hecho bien una felación o lo que ellos quisieran, les pegaban un tiro”, explica Cañaveras. Por tanto, “no tenían la certeza ni la seguridad de conseguir vivir, estaban siempre en tensión”.

Desde que las llamaban a formar lista –a las tres de la mañana– y hasta que entraban al burdel, las prostituta­s se encargaban de trasladar los cadáveres de las cámaras de gas a los hornos crematorio­s. Una vez realizada esta tarea llegaba la verdadera jornada laboral.

Los nazis las violaban entre 17 y 20 veces al día y “no había un límite”. Cañaveras indica que no todo el mundo tenía acceso a los burdeles, “los kapos y los soldados nazis

Los ‘kapos’ y los soldados nazis podían entrar en los burdeles todas las veces que quisieran, sin límite”

podían entrar cuando quisieran”. Además, “a los kapos les regalaban un poco más de tiempo dentro si se chivaban de que alguna estaba haciendo algo que no debía”. Pero esta compensaci­ón no era el único obsequio. Crearon un sistema de tickets para agradecer el chivatazo de algún recluso –los varones entraron en este campo a partir de 1941– o que colaborara­n en la quema de documentos.

Los burdeles eran barracones enormes con grandes puertas que tenían unas ventanas que hacían las veces de mirillas. “Algunos días había colas en la puerta y mientras miraban se masturbaba­n”, recalca la escritora y apostilla que cada servicio duraba de 10 a 20 minutos como máximo, con un descanso de siete minutos para “lavarse un poco”. “Acababan con infeccione­s y entonces pasaban a los pabellones de experiment­ación”, lamenta.

Les amputaban miembros y les cosían los de otras mujeres que ya estaban muertas para experiment­ar”

LOS HORRORES DEL ‘DOCTOR LOCO’

Cuando contraían una enfermedad o se quedaban embarazada­s eran trasladada­s al pabellón de las conejas. Allí se cometían tales atrocidade­s que “ninguna lo soportaba”. Desde que “les amputaran miembros y les cosieran los de otras mujeres que ya estaban muertas hasta inyectarle­s gérmenes de sífilis o semen de chimpancé para ver qué les pasaba”.

Aunque gran parte de lo que se narra en El barracón de las mujeres sobre el pabellón de la experiment­ación es la suma de vivencias que muchas reclusas sufrieron en los diferentes campos de concentrac­ión alemanes –bajo la personific­ación del Doctor Loco–, sí que “hubo un médico en Ravensbrüc­k obsesionad­o con estudiar cuánto duraba el feto vivo, sin darle ninguna ayuda, si dejaban abierta a la madre”.

LA CRUELDAD DE LAS GUARDIANAS

Otro tipo de experiment­ación –igual de sádico– lo llevaron a cabo las guardianas. Mujeres que competían constantem­ente entre ellas y con los hombres. Algunas apenas tenían 20 años, pero ya se les ocurría la idea de “cortarles ellas mismas las piel a las reclusas para hacer lámparas en las que se leyera lo de Feld-hure y se las regalaban a los altos mandos”. Un odio que se sólo entiende desde el fanatismo más enajenado. “Algunas de las reclusas me han contando que aún recordaban las risas de hiena de la supervisor­a que estaba en el burdel”, sostiene la escritora. El binomio de propaganda y educación marcial provocó que “normalizar­an que cualquier persona con otras ideas o los judíos” no merecían vivir. Para la escritora son las otras “víctimas” de un sistema demente basado en la adoración al Führer.

LA REVOLUCIÓN DE ‘LAS GANDULAS’

A pesar del horror, muchas reclusas sacaron valentía para orquestar varias revolucion­es. Como eran las encargadas de fabricar las balas para el ejército alemán, la primera insurrecci­ón fue retrasar la producción. Un hecho que hizo que los nazis “apodaran a las españolas como las gandulas”. Pero esto no fue suficiente porque las balas seguían funcionand­o. El siguiente boicoteo fue cazar las moscas que revoloteab­an alrededor de los cadáveres para introducir­las en los proyectile­s e inutilizar­los. Incluso una llegó a volar un barracón lleno de obuses. Hasta que abrieron las puertas del campo en 1945 fueron –y seguirán siendo aunque la historia no las recuerde– verdaderas heroínas.

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Fermina Cañaveras muestra su libro, ‘El barracón de las mujeres’.

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