Diario de Cadiz

LLUVIA AMARGA

- MANOLO FOSSATI

No sé si es una isleña forma de lluvia ácida, o tal vez lluvia amarga, pero en mi calle y en otras de la ciudad, desde hace semanas llueven naranjas. Gordas, hermosas y brillantes, caen de sus árboles sordamente contra el asfalto no renovado, o con un sonido de percusión sobre los techos de los coches aparcados a su sombra. Con el levante de los últimos días, la ruidosa caída se acentúa, como si el viento hiciera un efecto de vareo sobre las ramas. Al poco tiempo, las redondas frutas son aplastadas por otros vehículos que pasan, dejando la calzada llena de grandes salpicones de pelotas estrellada­s y estalladas, esparcidas pieles, huesos y jugo como si de una protesta agrícola se tratara.

Desconozco la razón por la que en este invierno de tremenda sequía, después de un verano y un otoño seco y caluroso como pocos, los naranjos han tenido esta explosión tan llamativa y generosa, pero lo cierto es que estos frutales lucen alegres y, ya se ve, desprendid­os. Aunque es sabido que esta fruta es de la variedad amarga, que la hacen prácticame­nte incomestib­le directamen­te, no deja de producirme bastante desazón el verla regada, despreciad­a y pisoteada por los suelos, como si fuéramos una sociedad a la que le sobran alegrías naturales.

Es conocido que en otras ciudades, como Sevilla, en la que el número de naranjos se cuenta por miles, se planifican anualmente campañas de recogida del fruto. Aunque la mayoría parece que se destina al compostaje para la elaboració­n de abonos, piensos e incluso cosmética, es más bonita la tradición que hizo que se recogieran para que los ingleses, y en especial su casa real, elaboraran la mermelada de naranja amarga que es tan imprescind­ible en sus desayunos. Aquí se trata de un simple desperdici­o al que se permite ensuciar las calles; al menos, la mía.

Supongo que el problema está a punto de terminar, puesto que el Ayuntamien­to ha anunciado la poda de los naranjos esta misma semana, y, junto con las ramas que ya estorban incluso el paso por las aceras, se retirarán los cuerpos inanimados de los cientos de bolas amarillent­as y chafadas que nunca serán mermelada coronada. Pero cuando empiece dentro de nada la olorosa floración del azahar, estaría bien que fuéramos planeando una recogida para el próximo invierno que cuajara, quién sabe, en deliciosa y noble confitura antes que en cadáveres frutales.

Las frutas son aplastadas por los vehículos, dejando una calzada de pelota estrellada­s y estalladas

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