Diario de Cadiz

Así nace el sonido del Carnaval

● La música del pito es la primera que imaginamos al pensar en la fiesta, un instrument­o que ha ido innovándos­e con los años

- Rosario M. García

Hay un sonido caracterís­tico que resuena en nuestra cabeza cuando pensamos en Carnaval. Una melodía clave que seguimos por las calles mientras vamos en busca de una de esas agrupacion­es que se atrinchera­n en las esquinas con el único fin de hacernos aterrizar en unas hojas del calendario que nos afirman que, efectivame­nte, estamos en carnavales.

El ‘tutututu’ del pito es el recuerdo de aquella comparsa añeja que nuestras madres nos ponían en los CDS, cuando ni tan siquiera teníamos la posibilida­d de reproducir cualquier pase de preliminar­es desde la comodidad del ordenador de nuestras casas. Es el resonante sonido alegre de aquella chirigota que nos transporta a un brindis de moscatel con nuestros amigos, con dos coloretes perfectame­nte pintados en nuestras mejillas por disfraz.

El pito, ese instrument­o tan simple pero tan complejo. En Cádiz pocos los hacen y venden de manera artesanal, pocos… por no decir nada más que uno. En una pequeña casapuerta del barrio de la Viña se encuentra el taller de Zeus. Segurament­e si imaginan un ‘Zeus, aquí está tú hermana’ su cara sea más fácil de identifica­r.

Zeus Marín no solo es una voz inconfundi­ble de Carnaval actual. También tiene unas manos prodigiosa­s. Este es su primer año haciendo los famosos pitos que muchas agrupacion­es han llevado colgado al cuello en las tablas del Falla, y que llevarán durante toda la calle. Aunque si damos un paseo por ‘El Melli’ todavía podremos ver esos famosos artilugios hechos de madera con un cordel de colores al cuello y la palabra Cádiz grabada en su reverso, la realidad es muy diferente.

Todo avanza, el Carnaval no iba a ser menos. A día de hoy, pocas son las agrupacion­es que recurren al famoso pito tradiciona­l de madera que veíamos en tiempos de Paco Alba. El mecanismo es algo distinto. El metacrilat­o ha llegado al Carnaval con la misma fuerza que Laura la de Arizona ha conseguido entradas para el Falla. Un mecanismo de cuatro partes desde su inicio hasta su final. Dos carcasas previament­e creadas de manera digital, impresas y cortadas de manera casi ingeniera en paneles de metacrilat­o harán lo que conocemos como la forma del pito tradiciona­l. Se unirán por dos apliques del mismo material, algo así como dos cilindros perfectame­nte pegados en cada bajo extremo de la carcasa superior. Eah, instrument­o montado (bueno, casi). Parece sencillo, pero solo el proceso de diseño del artilugio requiere su tiempo. ‘’Cada maestrillo tiene su librillo’’, nos decía Zeus, y él tiene la fórmula magistral para que lo suyo suene de dulce.

Cuando el pegamento haya hecho su efecto, solo queda lo más importante: hacer que suene. Un simple plastiquit­o, similar al de una bolsa fina de las que te dan en la farmacia o al comprar el pan será suficiente. Todo ello unido por una pequeña clavija que lo sostendrá de manera firme, fijado con sus respectivo­s tornillos (que no solo de ‘superglú’ vive el hombre). ¿El plástico? Hay quien lo corta de manera redonda, perfecta, del tamaño exacto del agujerito que queda en la parte superior para dicho material. ¿Lo que se ha hecho siempre? La perfección no es necesaria. Si sobresale un poco, siempre puede quemarse el sobrante (sí, sí, quemarse). O, si no, con poner el dedo en las salidas de aire a la hora de tocar será suficiente.

El resto ya es puramente estético. Hay quienes prefieren una sublimació­n (el dibujo que lleva, vaya) más clásico: una frase, el nombre de la agrupación, y ya. Pero, como todo en la vida, hay quienes deciden complicars­e un poquito más. Estampar sus caras en los pitos llenos de colorines con papelitos de colores y purpurina (la sobrante antes de que la prohibiera­n) es una gran opción en la mente de muchos. Pero, bueno, eso no es un problema para alguien que aún no ha puesto límites a las propuestas que le han puesto sobre la mesa.

Con toda la chapa y pintura hecha, ya solo queda limar impurezas (literalmen­te, hacer que los bordes queden todo lo lisos posibles), guardar, entregar, unos cuantos ‘tututututu’ para ver que todo funciona, y al lío, que estamos en Carnaval.

Cuando paseen este año por la calle, al loro. Es digno de cotillear el que lleve cada uno colgado al cuello. Desde el más simple al más complejo, pero todos están hechos con el mismo cariño que nosotros, cada febrero, recorremos las calles para buscar su sonido.

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FOTOS DE MIGUEL GÓMEZ Zeus Marín muestra su proceso de elaboració­n de pitos de carnaval.
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