Diario de Cadiz

APAGÓN EN EL IES

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ @Egmaiquez

SE fue la luz en el IES, como una hoja arrastrada por el viento de la borrasca “Karlota”. Ya se fue otras veces con la lluvia, pero era por la mañana y entonces la luz natural, gris perlada, amortiguab­a la sorpresa. Sólo había que renunciar a las pizarras digitales y a los vídeos y volver a las viejas: pizarra, tiza, voz… El paraíso para nuestra admirada Catherine L’ecuyer. Esta vez era distinto, porque la luz se fue cuando se fue el sol, al unísono, en horario de tarde.

Entre los alumnos no cundió la melancolía, sino una brillante explosión de gozo. Yo no me quedé atrás, aunque me fui muy atrás. Entré en un túnel de tiempo que me llevó a los apagones lluviosos de mi infancia y, a la vez, al jolgorio de mi colegio cuando en el comedor a alguno se le caía la bandeja y todo el mundo rompía a aplaudir a lo bestia, menos el abochornad­o protagonis­ta, y los profesores.

En mi IES, además, no había ni un alumno culpable y los profesores estábamos tranquilos porque en el horario de tarde prácticame­nte todos son mayores de edad. Que disfrutaba­n como niños. Saltaban en la oscuridad, chapoteand­o sobre el charco de sombra. Vitoreaban a la inestable red eléctrica. Coreaban eslóganes conservado­res, pues clamaban su

Entre los innumerabl­es encantos de la rutina, está cuando se rompe y si es por la lluvia, mejor que mejor

deseo de volver –aprovechan­do la circunstan­cia– al hogar. Unos que tenían un examen exigían dieces a mansalva, oé, oé.

Yo sólo echaba de menos las velas temblorosa­s de los apagones de mi infancia, pero confieso –lo siento, Catherine– que las linternita­s de los móviles no hacían mal papel. Unas alumnas improvisar­on una procesión de ánimas e iban por el pasillo con las cabezas cubiertas y musitando “Ave María”. El claroscuro –como supieron Georges La Tour, y Jiménez Lozano– convoca a la trascenden­cia. El inmenso instituto industrial, con la oscuridad, había adquirido un catedralic­io aire gótico.

En cuarenta minutos, ay, volvió la luz. Me quedaba el tiempo justo de clase para sacar las conclusion­es pedagógica­s de esta inesperada sesión práctica. Hoy hemos aprendido, dije a mis alumnos que entrecerra­ban los ojos porque aún no se acostumbra­ban a tanta luz de los tubos fluorescen­tes– que un inconvenie­nte o un contratiem­po, correctame­nte considerad­o, es una aventura. Lo había dicho Chesterton y lo hemos comprobado como en un experiment­o. Y una aventura que no se toma con buen humor es una avería o una tragedia, esto es, un desperdici­o. Que la luz de esta idea os ilumine siempre.

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