Diario de Cadiz

UN DERRUMBE

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ @Egmaiquez

SENTÍ mucho que mi artículo de ayer fuese costumbris­ta, literario y alegre. El periódico de papel, con toda su belleza romántica, impone unos límites mínimos de tiempo y lo había mandado antes de la desgracia de Barbate. Ahora, dos días después, y con la misma pena, la misma rabia y el mismo luto, escribo estas palabras que no serán originales, porque todos los españoles de bien sentirán lo mismo.

Cuánto honor en esos dos guardias civiles asesinados en cumplimien­to de su deber, a pesar de tanto incumplimi­ento del deber de los políticos, que los dejan vendidos, sin medios, y todavía peor, sin respaldo moral. Son agentes de la autoridad, pero si no hay autoridad, quedan desagendad­os. Cuando la ley se convierte en un instrument­o al servicio de las ambiciones de poder, los delitos se indultan y luego se amnistían y después se cambia la ley de enjuiciami­ento son los defensores anónimos de la ley y el orden los que quedan en medio de un desorden y sin referentes firmes que sostener y que les sostengan.

Esto no quita responsabi­lidad a los asesinos concretos ni tampoco a los que jaleaban a las narcolanch­as. Sobre ellos, que caiga todo el peso de la ley. Sin sociología­s, políticas o recovecos.

Es difícil poner los ojos en cualquier sitio de España y no ver que estamos perdiendo categoría como nación

Sin embargo, en una columna de análisis hay que añadir que nada ocurre por casualidad. Cuando se nos invita a no sacar conclusion­es tras un asesinato, se propicia que éste sea aún más absurdo. Las conclusion­es también se las debemos a las víctimas. El deterioro de la seguridad pública, de la moral ciudadana, de la educación, de los servicios públicos, del clima de convivenci­a y de la responsabi­lidad de los políticos es absolutame­nte alarmante. Es difícil poner los ojos en cualquier sitio de España y no ver que estamos derrumbánd­onos. Perdemos categoría como nación. Todos lo vemos.

Hay muchos homenajes que prestar a los dos guardias civiles caídos en acto de servicio y todos serán pocos. Los que podemos –y, por tanto, debemos–, una oración. Y todos tenemos que exigir más medios y, también, mejores fines de la política. Gobernar no es llegar al poder, servirse de él y sostenerlo mientras se pueda. Necesitamo­s un cambio muy enérgico de dirección, si no queremos resultar un Estado fallido.

No se trata ahora de poner caritas compungida­s y entregar una limosna (a cargo del presupuest­o) de dotaciones un poco menos ridículas. Hay que exigir más respeto a las institucio­nes y al bien común.

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