Diario de Cadiz

El valiente reto de casarse hoy

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Este año me caso. Aún no ha llegado el momento y, sin embargo, lo que debiera ser un grito de alegría entre todos los míos y entre quienes me escuchan contar la mayor noticia de mi vida, suena como si estuviese retando de mala forma al mundo entero. Esto es, he dicho que me caso con tan sólo 26 años y, antes bien, parece que declaro la guerra. Y lo grave es que es así. Yo sé que cuando diga “sí, quiero” estaré declarando la guerra a lo perecedero, a lo irrelevant­e, a lo trilero. Por ello, en pleno septiembre, yo me caso y lo primero que haré será mirar al cielo. ¡Qué dirían mis abuelos, quienes con menos cartera portaron mucho más orgullo! Mi abuelo Manolo asentiría con una sonrisa contundent­e. Con la percha de un caballero. De un caballero de trabajar el campo. Mi abuela Milagros de El Puerto zarandearí­a con sus manos mi cuerpo entero. Y de igual modo, mi abuela Milagros de Madrid. ¡Qué no diría, sino alegrías y alegrías! Con ellos, mi abuelo Pedro, que hoy tiene 100 años. Ya tiene un siglo pero aún no ha visto a un solo nieto suyo casado.

Mi matrimonio resultará todo un reto a cada uno de los 81.302 divorcios que ocurrieron en España en 2022 y a cada uno de los 86.851 del 2021, según el INE. Resultará un reto enorme, rotundo y radical a la idea de permitir abortar 100.000 bebés cada año en nuestro país. Y será un reto, Dios mediante, a la caída de nacimiento­s que Cádiz viene sufriendo año tras año. Mi matrimonio será, insisto, un reto a los escépticos, a los incrédulos, a los fanáticos de la razón, a quienes aún piensan que estando solos, uno vive mucho mejor. Aunque no lo crean, hoy el matrimonio puede salvar a España. Estamos inmersos no en una batalla campal con la economía, el trabajo o la salud –puesto que eso va y viene, especialme­nte tras una pandemia–, sino con la familia. Quizás parezca una locura pero hay que recordar que es en el matrimonio cuando comienzan las familias. Es entonces cuando las obligacion­es de los padres empiezan. Unas obligacion­es que van mucho más allá de un contrato con los vivos, porque es también con quienes aún no han nacido y que dependerán de este vínculo entre los padres. Esto no es un invento mío, el nombre latino matrimoniu­m hace referencia a la maternidad, no a un mero amor sexual y/o contractua­l. Comenzaré a rendir cuentas a la que hoy es mi futura esposa. Le diré que me quedo con ella en El Puerto, que no me hace falta nada más. Le diré que tenemos todos los pronóstico­s en nuestra contra, pero le diré también que nuestro matrimonio nos hará libres de verdad. Y le insistiré que sí, que mire al cielo, que ahí también estaremos juntos –Dios mediante– dentro de unos cien años más. Javier Santos Marroquín (El Puerto)

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