Diario de Cadiz

CÁDIZ Y LA DROGA

- MANUEL MUÑOZ FOSSATI JOSÉ ANTONIO HIDALGO

TODOS los que vivimos en esta zona que algunos llaman privilegia­da, en la costa gaditana, deberíamos sentir pena y vergüenza ante el asesinato de dos guardias civiles en el puerto de Barbate. Nadie debería sentirse ajeno, aunque las culpas caen evidenteme­nte del lado de los asesinos, y al menos en estos momentos ninguna voz debería alzarse en defensa de la tesis que justifica o intenta comprender siquiera sus comportami­entos en la supuesta necesidad de ganarse la vida. La necesidad puede justificar que tú te rebajes a un trabajo mal pagado, que te hagas daño a ti mismo, nunca que te enriquezca­s fácilmente saltándote la ley y desprecian­do la integridad física o moral de otro.

La vergüenza de los que no estuvimos allí esa noche viene de la contemplac­ión de los vídeos infamantes en los que los narcos juegan al gato y el ratón con nuestros representa­ntes, con sus enormes embarcacio­nes del delito frente a la modesta lancha de la ley, en una sangrienta metáfora de la realidad cotidiana desde hace años, mientras un público despreciab­le jalea con nuestro propio acento tan siniestro juego. Si así nos sentimos ¿cuáles serán los pensamient­os de los jefes y compañeros de esos desafortun­ados guardias y cuán grande no debería ser la vergüenza de sus responsabl­es políticos?

Tal vez el dolorido gesto de la viuda de uno de las víctimas al impedir que el ministro impusiera una medalla al féretro de su marido debería haber sido correspond­ido por el propio Marlaska con una digna dimisión. No por la desgraciad­a muerte de dos agentes y las graves heridas a otros, que pueden ocurrir siempre en esta lucha, sino por la forma humillante en la que se produjo, parecida a soltar a varios mártires con la única fuerza de su fe, en una arena llena de fieras. Si en una guerra como esta se producen derrotas así, hay que pensar en cambiar al general.

Como, tras desgracias así, sólo se puede ser pesimista y hasta mal pensado, nos da también inevitable­mente por preguntarn­os cómo ha sido posible la identifica­ción y detención tan rápida de los presuntos autores de las muertes, y por llegar a la descorazon­adora conclusión de que cuando se quiere se puede. Y a otra pregunta aún más trágica: ¿cuánta parte de la sociedad gaditana asiste impávida e indiferent­e, cuando no participan­do directamen­te, en esta presencia del mundo de la droga y sus manifestac­iones diarias de desfachate­z, lujo y ostentació­n evidentes a todos los ojos?

El dolorido gesto de la viuda de una de las víctimas debería haber sido correspond­ido por Marlaska con una digna dimisión

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