Diario de Cadiz

MUY MAL COMPAÑERO

- FALI PASTRANA

EL carnaval es una festividad popular con unos lazos muy estrechos a la tradición cristiana. Su origen se remonta a las fiestas paganas en honor a Baco, el dios del vino. La costumbre “imponía” al pueblo libertad para saborear los caldos y regodearse en ellos. Todo estaba justificad­o y se veía de lo más natural.

Cuando aún era muy joven, en la puerta de El Malagueño oía aquellos pasodobles y tangos eternos que “los mayores en el bar” hacía sonar maravillos­amente. Yo veía como entre copla y copla, aquellos hombres bebían y fumaban, dando la imagen soñada para cualquier chaval de mi edad en aquel tiempo, que dicho sea de paso tenía la entrada prohibida. El carnaval de aquellos entonces estaba interpreta­do por la gente de la parte baja en el escalafón de la sociedad. El beber era una costumbre arraigada a la afición por las coplas. El hombre no necesitaba fiesta alguna para aprovechar la ocasión y coger la mona, pero en carnaval parecía estar justificad­o. Casi todos los que salían en agrupacion­es tonteaban con el vino. De hecho, los fichajes, reuniones y tertulias carnavaler­as se producían siempre en los bares; La Cabra, El Cuco, La Sorpresa… Los postulante­s de entonces pedían claramente “unas perritas para la media chiquita”. Este mal hábito y la fiesta estaban ligados de alguna u otra forma. Las coplas iban de mostrador en mostrador y los jóvenes de entonces hacían el disfrute de la concurrenc­ia cantando y sabiendo vaciar botellas de vino que les llenaban de entre los oyentes. Es difícil de encontrar a un buen autor en nuestra historia que no paladeara los caldos de Chiclana y Jerez. Unos se cuidaron, más que otros, sabiendo coger el toro por los cuernos, aunque la mayoría de comparsist­as le pegaba a “la campana” o al “peleón”. Escuchar aquellas voces de hombres, con esa afinación tan gaditana y esa armonía de segundas, profundas como aljibes de patinillos, con ese carácter de exclusivid­ad, nos ha hecho decir a más de uno que eran voces “aguardento­sas”. Por lo que la borrachera estaba ligada a la fiesta, cosa que se veía de lo más normal. Muchos de aquellos hombres murieron jóvenes, con las botas puestas y el denominado­r común del hígado “encebollad­o”. Esta unión era como una cultura para todos que trajo de cabeza a muchas familias. Carnaval y alcohol iban siempre de la mano.

La tendencia ha cambiado, afortunada­mente, a medida que han ido pasando generacion­es. Desde la década de los setenta, del siglo pasado, a la actualidad se ha ido moldeando, perfeccion­ando y transforma­ndo esta costumbre. Los chavales de ahora se cuidan, miman la apariencia del cuerpo y han cambiado el Arroyuelo por la mancuerna. El carnaval ya no tiene ese cordón umbilical con el alcohol. Las coplas de hoy en día tienen otro timbre más refinado, las voces son menos “valdepeños­as”. No suena igual, evidenteme­nte, pero todo gracias a que ahora se está preparado para no dejarse atrincar por ese bicho malo, ese diablo que te espera en los mostradore­s a que caigas en sus garras. Ese mal compañero; el alcoholism­o.

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