Diario de Cadiz

EL MEJOR ESPAÑOL

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ @Egmaiquez

NO llego a todo. Y éste es un comienzo de artículo que peca de notorio optimismo, porque, más bien, no llego a nada. Menos mal que los amigos velan por mí. Dos de ellos me avisan de que hay un programa para elegir al mejor español de la historia. Ni idea tenía. Y encima me dan el artículo medio hecho, pues me señalan lo absurda que es la parrilla de salida, con muchos nombres que pertenecen más a la rabiosa actualidad que a la historia con mayúscula y otros o muy menores o muy de la farándula. Mis amigos me proponen españoles con más empaque.

Yo, que no he visto ni los anuncios del programa, lo que veo absurdo no es el listado de españoles ejemplares, sino el mismo concepto de escoger al mejor. Creo que, sin un criterio que acote el campo de la comparació­n, no se puede hacer nada serio, por mucho que uno lo intente, como lo intentan mis amigos. Se puede saber quién es el mejor español tenista y el mejor conductor de Fórmula 1. Se puede saber quién es el español mejor en descubrir un nuevo mundo o en culminar la vuelta al mundo o en fundar las Carmelitas Descalzas. Uno a uno, vamos bien.

Aunque incluso hay campos concretos

Hay muchísimas probabilid­ades de que no sepamos el nombre del mejor español o española

en los que es ridículo escoger al mejor. ¿Quién es el mejor médico? Dependerá de lo que te duela. El muy inteligent­e Fernando Ortiz decía con muchísima guasa que él era el mejor poeta sordo de su calle. Él, maestro de tantos, nos daba una lección sutil que había que oírle con un oído muy fino. En poesía no hay escalafone­s, sino poetas verdaderos o… nada.

Un programa de televisión que mezcla churras con merinas, siendo estupendas ambas en lo suyo, futbolista­s y poetas, políticos y toreros, militares y youtubers, no puede tener ninguna pretensión de llegar a buen fin, sino de matar el tiempo.

A nosotros, sin embargo, nos puede servir para reflexiona­r que el mejor español será, como español, el que más haya contribuid­o al bien común de esta zarandeada patria nuestra. O quien más se haya sacrificad­o por ella. Si yo tuviese que votar por uno con pretensión de no equivocarm­e, lo haría por el soldado desconocid­o. En parte, por compensar y, en parte, porque es cierto. Dio su vida –con su familia que le lloró, con sus sueños y sus pasiones perdidas– por nuestra unidad o nuestra independen­cia. Y ya nadie sabe ni su nombre. Aunque tampoco es manco el poeta anónimo, sordo o no, de su calle, que forjó el español y su música en romances y refranes. Gracias a todos.

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