Diario de Cadiz

MANDAR A LA MUERTE

- ENRIQUE MONTIEL

Viene de lejos, de muy lejos. Felipe II (1527-1598), tras el desastre de la llamada Armada Invencible, exclamó que no había enviado a su barcos “contra los elementos”. El almirante Cervera puso proa a Cuba en 1898 sabiendo que no tenía posibilida­des, su Escuadra no tenía posibilida­des contra la norteameri­cana. Por muy de hombres de hierro en barcos de madera que se tratase, la realidad se imponía siempre. España mandó a la muerte a los españoles de la guerra de África. El Barranco del Lobo, el Gurugú, las laderas de los montes cercanos a Melilla conservan con seguridad muchos huesos de españoles “mandados a la muerte”. Más ilustracio­nes todavía se podrían hacer con este hecho trágico de la impericia, la vesania y la torpeza de los que no cuidaban de lo principal y únicamente importante: las vidas de los españoles. El terrorismo de ETA bien supo aprovechar la falta de previsione­s de los gobiernos de España durante el tiempo de plomo. De aquellos gobiernos. Hay un saldo atroz de más de 800 muertos e incontable­s heridos. Y algo así ha pasado y está pasando con el Narco, la guerra que sostiene el mundo civilizado contra las mafias criminales de la droga. Las últimas víctimas han si los guardia civiles de la aciaga noche de Barbate. Alguien dio la orden, alguien los mandó a la muerte. Y todavía no sabemos bien quien fue. Por otras razones bien consistent­es y poderosas se mira al ministro Marlaska y al gobierno de Pedro Sánchez pero hubo alguien de la cadena de mando que dio la orden a los guardia civiles de Barbate que salieran a la mar contra las narcolanch­as, pese al desnivel de fuerzas y medios. A consecuenc­ia de esa decisión poco meditada han muerto dos guardias, nuestro paisano Miguel Ángel González y su compañero David Pérez. Y otros están seriamente heridos. Fueron enviados a la muerte, obedeciero­n sin rechistar. Desgraciad­amente estos asesinatos de los dos guardias han generado noticias diversas, como el rechazo a la condecorac­ión o los obstáculos a que el ministro Marlaska impusiera sobre el féretro la medalla. En nuestra ciudad, además, la alcaldesa ha sido severament­e criticada por el mantenimie­nto de los actos de los carnavales (el Diario ha informado de las disculpas de Patricia Cavada y la aceptación de los familiares). Más cosas podríamos decir de los márgenes de la triste noticia, pero nada de la persona que ordenó que se echaran al mar con tanta desigualda­d los guardias, quien no previó que lo que fatalmente ocurrió pudiera ocurrir, quien, una vez más en la historia triste de España, mandó a la muerte a españoles de uniformes. Y del ministro Marlaska que, no me cabe duda, debería dimitir e irse a su casa. Me invade un profundo silencio interior.

Respiro hondo. Es la tristeza de esta regla fatal tantas veces cumplida: los mandaron a la muerte. Unos y otros. Descanso eterno a estos héroes.

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