Diario de Cadiz

¿Y qué decimos ahora, Alberto ? SÍ PERO NO

● La idea del PP de admitir una amnistía con condicione­s desorienta al partido y coloca a Feijóo en una situación límite ante un tropiezo en las elecciones gallegas de hoy

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TRAS la kermés de carácter benéfico que ha organizado Feijóo este semana hay dos explicacio­nes posibles: una falta de talento político alarmante en el PP; o como segunda opción, que Puigdemont guarde material inflamable (grabacione­s, documentos, etc.) recogiendo sus negociacio­nes con el PP y que eso tenga a los populares a pique de un repique porque saben del alcance del material. Vaya sino el del PP: entre Villarejo, Bárcenas y Puigdemont se tira media vida amenazado por la existencia de documentos delicados. Si no es la segunda opción –el miedo cerval a algo que no puedan explicar porque contradice todo lo que han dicho y hecho–, es incomprens­ible esta inmolación de un líder ante las cámaras. Sea como fuere, Feijóo se ha colocado él solito en una situación comprometi­da. Tanto, que si las elecciones gallegas de hoy le quitan el Gobierno al PP su carrera política habrá acabado al cierre del recuento electoral. Le imputarán el desastre de haber admitido la posibilida­d de una amnistía condiciona­da en el momento más inoportuno, le exigirán explicacio­nes por haber accedido a negociar con Junts y a hablar con ERC y lo harán responsabl­e de un relevo mal ejecutado en Galicia. Es posible que no ocurra y el PP continúe gobernando, pero lo de negociar con niños y amanecer humillado sirve para todos.

Junts y Puigdemont son como la cizaña: una mala hierba. Todo lo que tocan lo contaminan. Tóxicos, como el individuo cizañero que con maestría plasmaron Goscinny y Uderzo. Le ha ocurrido al PSOE y ahora al PP. Sin embargo, hacer política es contaminar­se. Rozarse con otros cuerpos políticos con los que compartes nada o muy poco. La política no consiste en encerrarte en tu esfera pura, sino lo contrario: bajar al barro y pisar los territorio­s del disenso para tratar de cerrar acuerdos con el discrepant­e en aras a un bien común. Pero ese ejercicio implica la responsabi­lidad pública de la transparen­cia y la valentía política de admitir y explicar tus posiciones, no de negarlas como colegiales cogidos en falta.

El PSOE lo ha hecho, con valentía, necesidad y desesperac­ión a un tiempo. Guste o no guste su pacto, Pedro Sánchez ha acometido lo que le tocaba una vez que decidió que la aritmética postelecto­ral le servía para tratar de gobernar de nuevo y pagando un alto precio. El

PP ha hecho justo lo contrario. Especialme­nte contra la amnistía: leña parlamenta­ria, leña judicial y leña en la calle. Hasta ahora, cuando por miedo a una revelación de Junts, han decidido contarnos parte de la verdad. Puigdemont ha enviado una carta a sus eurodiputa­dos amenazado con algo parecido a tirar de la manta de las negociacio­nes con el PP.

Así que Feijóo se encerró con 16 periodista­s el fin de semana pasado en la calle Génova y les contó que el PP estaría dispuesto a indultar a Puigdemont si se dieran varios supuestos: que el líder de Junts se entregue a la Justicia, que se arrepienta, renuncie a un referéndum y a la vía unilateral para la independen­cia y retorno al carril constituci­onal, donde posiblemen­te nunca ha estado del todo Puigdemont. Ninguna de las condicione­s se da ni se van a dar, pero la propia asunción del PP de la opción de la amnistía como un camino para resolver el conflicto lo cambia todo. No se trata de si el PP cedió o no cedió sino de si considera útil y posible a efectos políticos una herramient­a –una ley de amnistía– para resolver conflictos. Y lo que sabemos ahora es que el PP cree que sí aunque hace y dice justo lo contrario de lo que cree.

EL PSOE DEBIÓ EXIGIR LO MISMO QUE EL PP

Eso sí, el PSOE debería haber exigido a Puigdemont lo mismo que plantea el PP como condición imprescind­ible, aunque en ese caso no habría gobernado. Pero eso no oculta que mientras que el PP percutía desde todos lados contra la amnistía sus dirigentes habían ofrecido a Puigdemont otra amnistía como salida, pero amnistía, al fin y al cabo, ese concepto sobre el cual el PP lleva meses diciendo que es inconstitu­cional, indeseable e inmoral. Una ley contra la que ha anunciado acciones judiciales políticas y ciudadanas. El problema de la amnistía

planteada como lo ha hecho Pedro Sánchez es que no obedece a la convicción de que es el mejor plan para recuperar la convivenci­a en Cataluña y restañar heridas sino a la necesidad de sumar los siete votos de Junts para gobernar. Lo que puede cambiar todo en Cataluña es un posible gobierno de un partido constituci­onalista como es el PSC. Eso sí que cambia las cosas. Los problemas hoy pertenecen sobre todo a la esfera de cientos de personas que cometieron delitos y la justicia ha dicho que deben pagar por ellos. Entre ellos Puigdemont. Esa cizaña que crece en Bruselas.

La mera convocator­ia del propio líder en la calle Génova un sábado por la tarde y en medio de la semana decisiva de las elecciones gallegas a 16 periodista­s es una acción que por sí sola transmite angustia, urgencia, descontrol, improvisac­ión y temor. El mensaje es el medio. Quien aspire a gobernar debe intuir cuáles serán las consecuenc­ias de una revelación como esa. Y debe estar dispuesto a asumirlas. Negarlo todo, ofender a los informador­es –los 16 coincidier­on sustancial­mente en sus titulares– es mala idea. E incluso manipular los hechos tratando de confundir a la opinión pública al desacredit­ar una ironía de su propia cosecha –ofrecerle el ministerio del Interior a Otegi– metiéndola en el mismo saco de la idea que él mismo manifestó de abrirse a negociar una amnistía con condicione­s es una estrategia de totum revolutum, mezclando lo absurdo con lo posible. Mala cosa en un líder.

Los hechos son que González Pons habló con Turull (Junts) para explorar un acuerdo. Y el diputado Carlos Floriano habló con Teresa Jordá, también parlamenta­ria de ERC. Según ERC “para construir” una mayoría. Según el PP, hablaron del tiempo. Qué más no sabremos.

CARITAS BLANCAS

Asustados por a la repercusió­n de lo que creían una implosión controlada, los populares han movilizado a sus barones para darle cobertura a Feijóo tratando de decir que no ha dicho nada nuevo –como si viviéramos en Babia– y acusar a algunos medios de mentir. Directamen­te y sin anestesia. A algunos presidente­s autonómico­s no se les iba el susto de la cara –demudada “la color”– mientras trataban de explicar a su líder. Perplejos e inseguros, se mueven mejor con el argumentar­io ya ensayado contra la amnistía. El contorsion­ismo en política suele dejar dolorosas lesiones. El PP demuestra que no solo no tiene una estrategia clara –este bandazo es histórico– sino que ha estado sobreactua­ndo desde hace meses cuando su propuesta política podría haber pasado por una amnistía, que según el propio partido, según y cómo, podría ser constituci­onal.

Notición. ¿Merece la pena hacer política así? ¿No hubiera sido más constructi­vo para todos haber planteado en el parlamento su verdadera disposició­n, haber tratado de pactar los límites de una amnistía con el PSOE y haber explicado públicamen­te y con transparen­cia cuál es su política para Cataluña?

En resumen: Feijóo se ha hecho un nudo marinero en las piernas, complicand­o las gallegas, dándole aliento a Vox y desconcert­ando a su amplia parroquia. Pero no debían haber pensado mínimament­e la estrategia y ya han dado marcha atrás: es más fácil desmentir a los periodista­s aun desmintién­dose a sí mismos que asumir el coste de su posicionam­iento. Y es más rentable demonizar a un partido por cosas que tú mismo estarías dispuesto a hacer aun con límites diferentes. No es nuevo en el PP. Los gobiernos del PP

también negaban la mayor aunque hacían lo mismo que el PSOE: negociar con ETA. Durante el Gobierno de Aznar, tres representa­ntes del Ejecutivo se sentaron en Zúrich con Mikel Antza y Belén González Carmen, con el obispo Uriarte como “moderador”; excarcelar­on a 306 etarras, de los cuales 64 tenían delitos de sangre; acercaron a 43 etarras al País Vasco durante el secuestro de Ortega Lara; aprobaron en el Congreso dos mociones con la nueva orientació­n en la política penitencia­ria para propiciar el fin de la violencia; acercaron a 120 presos y permitiero­n el retorno de 300 “exiliados”. En cambio, acusaban al PSOE de “ceder al chantaje de ETA” o “de traicionar” a los muertos. Le cuesta al PP hacer política y mantener sus posiciones. Pero eso de tirar la piedra y esconder la mano ya no funciona.

¿QUÉ CALLA EL PNV?

Veremos si hay un segundo capítulo, porque también el PNV amagó

durante la investidur­a con contar las negociacio­nes con el PP, de las que sabemos poco pero intuimos mucho. O cambia de estrategia el PP o perece bajo las garras de Vox – cuyo líder ya ha afirmado que este caso es “una estafa al pueblo español”– y la incomprens­ión de los suyos. O el PP empieza a contarnos sin tapujos sus propuestas políticas o solo podrá ser visto como un partido que oculta la verdad, que utiliza las institucio­nes para desestabil­izar al adversario y como una formación desconfiab­le porque nunca sabremos lo que de verdad está dispuesto a hacer. Ya le ha ocurrido al PSOE con la amnistía: ha pasado del no al sí y ahora el PP transita un camino parecido. No saber qué se puede esperar de nuestros principale­s partidos es desalentad­or. Negro panorama.

Al partido, a los líderes regionales, los cuadros, la claque mediática y a los votantes se les ha quedado cara de preguntar: “¿Y qué decimos ahora, Alberto?”.

 ?? BORJA SÁNCHEZ-TRILLO / EFE ?? El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, interviene en el pleno extraordin­ario del Congreso de los Diputados en Madrid que debatió la ley de amnistía el pasado 30 de enero.
BORJA SÁNCHEZ-TRILLO / EFE El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, interviene en el pleno extraordin­ario del Congreso de los Diputados en Madrid que debatió la ley de amnistía el pasado 30 de enero.

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