Diario de Cadiz

“Debo lo que soy a la biblioteca de Úbeda y a las librerías”

- Pilar Vera

–Lleva veinte novelas de corte histórico, en las que trata de Tartessos al Lejano Oeste, y creo que en todas ellas se las arregla para que aparezca Cádiz.

–Es que una historia de 3.000 años no termina nunca. Cádiz tiene una cantidad de matices increíble a poco que estés atento: es un lugar novelable cien por cien. Hay un gran filón.

–Y esta última entrega, con la Roma clásica como escenario, no iba a ser menos.

–Y con motivo: el origen de El jardín de las vestales está en una carta de Plinio El Joven en la que recrea el caso de un gaditano que llegó a Roma con el único propósito de conocer a Tito Livio: lo vio en el foro, lo saludó y se fue.

–Así que, entre todo lo que nos dejaron los romanos está también el fenómeno fan. Y era gaditano, a más colmo.

–El caso fue tan singular que hasta el mismo Augusto quiso conocerlo. El primer fan de la historia tenía que ser de Cádiz... Pero vaya, se sabe que a Virgilio lo perseguían los admiradore­s, que les tenía miedo... Todo esto nos habla también de otro asunto importante: del peso de los escritores, y de que ya existía un público lector. –Y por eso lo hace librero, que es otra cosa que da que pensar: la existencia de librerías en la antigua Roma. –Hago de mi Tulio Vero un librero en Gades, con un despacho que se llama El cálamo de Hermes, y que estaría por lo que ahora podría ser la calle Plocia. El libro fue durante mucho tiempo un objeto de lujo: la aristocrac­ia romana colecciona­ba rollos y volúmenes, en un principio, robados a los señores del norte de África para darse pisto, porque tener una buena biblioteca era algo que daba prestigio. –Pero, también durante mucho tiempo, las librerías hacían también de imprentas, por decir.

–Uno llegaba, pedía un título y ahí se lo encargaban a sus propios copistas. La mayor parte de los autores no vivían de lo que escribían (como ahora), sino de las herencias que pudieran tocarles y de los mecenas. Virgilio, por ejemplo, decía: “Yo vivo de mi propio pecunio”... Aunque en esa época seguían siendo elitistas –se considerab­a una tragedia que un galo o un dacio leyera los versos de los grandes autores–, es en este periodo cuando aparece por primera vez la figura del lector: además de las librerías, fue entonces cuando se crearon las primeras biblioteca­s públicas de Roma, una en el templo de Apolo del Palatino y otra en el Campo de Marte.

–Es algo que sorprende. –Sobre todo, teniendo en cuenta que se escribía en latín, pero muchos romanos no hablaban en su día a día en latín, sino en un tipo de griego, pero la gente iba en masa a leer. Así, mi protagonis­ta terminará abriendo en Roma otra librería como la que tenía en Cádiz. Los libros han cambiado el mundo, y a este personaje los libros le cambian la vida. Es por eso, para reconocer la importanci­a que han tenido y pueden tener, que la novela está dedicada a los libreros.

–Dice que son una “raza en extinción”. El año pasado cerraron diez librerías en Sevilla: no mueve al optimismo.

–A mí, que desaparezc­an las librerías es una realidad que me aterra, me sentiría huérfano de todo. Lo que soy se lo debo a la biblioteca de mi pueblo, Úbeda, y a las librerías. Es verdad que cuando una librería cierra es como si volviera a arder Alejandría.

–Las vestales dan título al libro, ¿qué sabemos de ellas más allá de la imagen que podamos tener? *

Los libros han cambiado el mundo, y a mi protagonis­ta los libros le cambian la vida”

Porque asombra descubrir que podían viajar, por ejemplo.

–En la novela, que Augusto se lleve el testamento de Marco Antonio del templo de Vesta me sirve para dar cuerda a la acción. Las vestales eran seis vírgenes que se encargaban de preservar

el fuego del hogar en Roma, representa­ban a lo más sagrado de la ciudad. En esta historia, Valeria Domicia entra en el templo a los cinco años: todas ellas eran de buena familia. Se encargaban de los sacrificio­s en el Circo Máximo, eran las que tiraban los ídolos propiciato­rios

al río para levar los pecados de los romanos, estaban al lado del emperador en los grandes actos... Eran figuras públicas y las únicas que residían en el foro. Se metían en política y, si una enfermaba, el emperador la llamaba para que pasara la enfermedad en palacio.

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