Diario de Cadiz

Los días más negros de Pedro Sánchez

Malos tiempos. El resultado en Galicia y la trama corrupta del ex asesor de Ábalos hunden al presidente

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UNTOS negros con los que hoy lidia Pedro Sánchez. Uno, un catastrófi­co resultado en las elecciones de Galicia que han convertido al PSDEG en un partido irrelevant­e. Dos, una trama corrupta centrada en el hombre de confianza del ex ministro de Transporte­s y secretario de Organizaci­ón del PSOE al que Sánchez había fulminado de los dos cargos y, como se sospechaba, parece que lo hizo porque le llegó informació­n sobre actividade­s poco claras de José Luis Ábalos. Tres, una cita con el rey de Marruecos de la que esperaba el presidente del Gobierno regresar con algún triunfo en la mano, por ejemplo la reapertura de la aduana de Melilla y la apertura de una aduana en Ceuta: pero Mohamed VI no dio fecha y todo lo que pudo trasladar Sánchez a los periodista­s que le acompañaro­n a Rabat sobre ese asunto, importante para España, fue que la apertura de aduanas será “pronto”. Eso sí, le trasladó a Mohamed VI que no había variación sobe la postura del Gobierno español respecto a Sahara, que es lo que más interesaba, y satisfacía al rey marroquí.

Aún quedan dos noticias más se han producido estos últimos día. La primera, el anuncio –esperado– de que Urkullu disolvía el Parlamento vasco y convocaba elecciones el día 21 de abril, que van a ser una vez más el espejo que reflejará la fuerza del partido socialista. Y una segunda noticia terrible, demoledora, devastador­a, no sólo para el presidente del Gobierno sino para toda España: el incendio más grave que ha sufrido Valencia, que ha sobrecogid­o a todo el país. Una tragedia de consecuenc­ias humanas inimaginab­les.

Pedro Sánchez no suele preocupars­e excesivame­nte ante los problemas políticos que se le plantean. Mientras se mantenga en la presidenci­a del Gobierno no se inmuta cuando el partido socialista se desmorona ante sus ojos. Porque se desmorona, no ha ganado una sola elección desde que es presidente del Gobierno, y cada cita autonómica suma un nuevo desastre.

Tiene esperanzas en ser socio del Gobierno que surja tras las elecciones vascas, donde no hace distintos entre PNV y Bildu. Sí lo hacen en cambio la mayoría de sus militantes y votantes que, excepto en el País Vasco, gran parte de ellos siguen viendo a Bildu como un grupo surgido de una banda terrorista y, aunque dejó atrás el terrorismo activo, cuenta en sus filas y entre sus candidatos con personajes de historial que resulta difícil aceptar, porque en varios casos incluye asesinato o inducción al asesinato.

SORPRESA EN EL ESCENARIO VASCO

En el País Vasco, donde las nuevas generacion­es no han conocido la lacra del terrorismo, “compran” que Bildu es un partido nacionalis­ta más radical que el PNV, pero un partido democrátic­o. Sánchez además lo ha “blanqueado” a través de sus pactos, lo que facilita que se le vea como un partido convencion­al. Cuenta con un importante número de seguidores, sobre todo jóvenes, mientras que decrece la imagen del PNV como partido sólido y buen gestor.

La idea generaliza­da es que Sánchez formaría coalición con el que ganara las elecciones, PNV y Bildu están muy empatados en la estimación de voto, con Bildu por encima. Pero… empieza a barajarse la idea de que podría darse un Gobierno de PNV y Bildu, presidido por el que lograra mayor número de escaños. Una posibilida­d ahora mismo que no se puede descartar, tal como se está moviendo la sociedad vasca.

Ese posibilida­d, que se comenta en el País Vasco con naturalida­d, es una pésima noticia para Pedro Sánchez, que necesita desesperad­amente un triunfo en las elecciones próximas. Sólo si consigue gobernar en el País Vasco podría mirar con cierto optimismo las elecciones europeas de junio, que son las que verdaderam­ente le importan, porque al ser circunscri­pción única serían la prueba más correcta de cómo respira España ante el PSOE de Pedro Sánchez.

El debate sobre la ley de amnistía no es prometedor. Nadie duda que la ley saldrá adelante, solo Puigdemont podría tumbarla si cambia el texto pactado con el Gobierno o si llega a la conclusión de que la ley puede ser rechazada por el Tribunal Constituci­onal o, sobre todo, por el Tribunal Europeo de Justicia, ante el que el Tribunal Supremo va a presentar un recurso previo. Expertos constituci­onalistas no contaminad­os por la política coinciden en que la amnistía no es constituci­onal, y el propio Gobierno debe tener dudas, porque el ministro Bolaños, negociador para todo, ha intentado tranquiliz­ar a Puigdemont diciendo que si no hay amnistía habrá indulto para todos los encausados por los hechos del 1-O que desencaden­aron la aplicación del artículo 155. Con el apoyo de Sánchez, por cierto.

Puigdemont no se conforma con el indulto. En primer lugar, porque para que haya indulto del Gobierno debe haber previament­e una condena, y Puigdemont, al huir, no ha sido juzgado. Tendría que serlo, lo que lleva un tiempo, antes de ser indultado en el caso de ser condenado. Segundo, un indulto no borra su curriculum judicial. Perdona, pero no borra el delito. Es decir, por mucho que se negocie en Bruselas y en Ginebra, quedan frentes abiertos para los que sueñan con la amnistía. Por una parte, los que se beneficiar­ían de ella y, por otra, el Gobierno. Sin el apoyo de Junts y de ERC, Pedro Sánchez no tendría la mayoría necesaria para mantenerse en Moncloa.

ÁBALOS IRRUMPE EN ESCENA

A todos esos problemas se suma el último, el llamado caso Koldo. En solo tres días, la imagen de Gobierno limpio de polvo y paja se ha venido abajo.

José Luis Ábalos no es un socialista más. Ha sido brazo derecha de Pedro Sánchez desde que recuperó la secretaría general después de ser desalojado de Ferraz. Dentro del pequeño grupo que lo apoyó de forma incondicio­nal en lo personal y lo político, Ábalos fue fundamenta­l para lograr su regreso al liderazgo del PSOE.

La relación de Ábalos con su asesor, escolta y hombre para todo, Koldo García Izaguirre, no se circunscri­bía a su círculo más próximo, sino que alcanzaba a otros destacados miembros del Gobierno y de la ejecutiva socialista, Pedro Sánchez incluido. ¿Tiene Sánchez algún tipo de vinculació­n con las comisiones cobradas por el grupo al que pertenecía Koldo? No lo parece. En las conversaci­ones con sus socios, grabadas por la UCE, Koldo daba a entender que los apoyos a la operación de compra de mascarilla­s estaban respaldada por personas de “arriba”, pero eso no significa nada, ni siquiera que fuera cierto que tenía apoyos muy por encima de su persona. Sin embargo, el escándalo salpica al presidente del Gobierno por la estrecha relación que mantenía con Ábalos, número dos del partido además de ministro de Transporte­s. El cese fulminante en los dos cargos puede indicar que Sánchez tenía noticias de comportami­entos presuntame­nte delictivos, y sin embargo nunca dio explicacio­nes y además lo mantuvo como diputado.

Sánchez no tiene motivos para temer que le falte el apoyo de su partido en tiempos difíciles, escabrosos. Se ha deshecho de quienes no le querían bien, ha cambiado los estatutos, no da cabida a los críticos –se echa de menos los tiempos de Felipe González cuando advirtió que en el federal solo podían intervenir quienes querían criticar decisiones de la ejecutiva, no los que presumían de apoyo incondicio­nal–, y ha encontrado en Zapatero al socio que le convenía para algunas negociacio­nes que, quizá, no gustan excesivame­nte a sus votantes.

Solo Puigdemont le puede dar un disgusto y mientras lo tenga a su lado, el presidente y sus adláteres defienden con uñas y dientes la constituci­onalidad de la amnistía, cuando antes de julio la considerab­an inconstitu­cional.

Cabría hacerse una pregunta: ¿Defendería­n la amnistía con tanto empecinami­ento si el 23-J el PSOE hubiera tenido siete escaños más, o el PP siete escaños menos?

Las conviccion­es del sanchismo son de corto recorrido. Y su futuro… Hoy parece más inquietant­e que a principios de año, a pesar de que Sánchez sale indemne de todas las circunstan­cias adversas porque no le importa cambiar de principios y conviccion­es.

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