Diario de Cadiz

CORRUPCIÓN CONTINUA

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ @Egmaiquez

LA legislatur­a acaba de empezar y la sensación de acabamient­o es asombrosa. Koldo, Ábalos, fondos y trasfondos europeos, fiscalías de aquí y allí, grupos mixtos, remisiones, dimisiones, comisiones (de tantos por cientos y de investigac­ión) y, sobre todo, muchos “tús más”. Uno se pregunta si el sistema es más corrupto que otros y si los socialista­s lo son más que los de otros partidos. ¿Todos son iguales?

Se podía hacer, por cierto, un juicio de Salomón. Como cuando la madre falsa era la que quería que partiesen al niño por la mitad, aquí el corrupto es el que dice que en la corrupción vamos a pachas. Primero, porque se preocupa más por esconder la suya que en remediarla y, segundo, porque para eso ensucia la democracia.

Y quizá tenga razón a medias, que es lo que me inquieta. Recuerdo que, en 2013, en otro de estos arreones periódicos de corrupción pública, me quejé ante don José Jiménez Lozano, que me contestó: “Los quicios de la política están en la corrupción: ‘Corrumpere et corrumpi saeculum vocatur’, decía Tácito. De otro modo, este mundo sería el reino de Dios”. Cómo me gustaría que mi añorado maestro no tuviese razón del todo, y que hubiese alguna

Si tiene razón Tácito, no nos queda más remedio que asumir que nos gobernarán corruptos

escapatori­a.

Podemos reírnos de las cosas de Ábalos o pasmarnos de que haya sido ministro de España alguien tan echado a caricatura de Torrente; pero ése no es el tema a medio plazo. La cuestión es que, si sumamos, llevamos desde el principio encadenand­o casos de corrupción en un país que pierde proporcion­almente potencia económica, ilusión social, seguridad pública, alegría cívica, productivi­dad neta, nivel educativo y confianza en las institucio­nes. Así ha titulado con tino Letras libres su último número: “Las institucio­nes y nosotros, que las quisimos tanto”.

No digo que todos los casos de corrupción sean iguales. Como en Rebelión en la granja los hay bastante más iguales que otros; pero ¿hemos de resignarno­s a que la política sea sucia y sin remedio? ¿Habría que reforzar los controles? Quizá bastaría con no debilitarl­os: respetar la independen­cia judicial, no manosear el ministerio fiscal, cuidar a la policía y a la Guardia Civil… Es todo lo contrario de lo que se hace. También necesitamo­s una clase política que se enorgullez­ca de su limpieza moral, que sólo presuma de eficacia y que busque el bien común. Con unos políticos obsesionad­os por llegar al poder y mantenerlo a toda costa, nos quedamos en Tácito, realmente.

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