CORRUPCIÓN CONTINUA
LA legislatura acaba de empezar y la sensación de acabamiento es asombrosa. Koldo, Ábalos, fondos y trasfondos europeos, fiscalías de aquí y allí, grupos mixtos, remisiones, dimisiones, comisiones (de tantos por cientos y de investigación) y, sobre todo, muchos “tús más”. Uno se pregunta si el sistema es más corrupto que otros y si los socialistas lo son más que los de otros partidos. ¿Todos son iguales?
Se podía hacer, por cierto, un juicio de Salomón. Como cuando la madre falsa era la que quería que partiesen al niño por la mitad, aquí el corrupto es el que dice que en la corrupción vamos a pachas. Primero, porque se preocupa más por esconder la suya que en remediarla y, segundo, porque para eso ensucia la democracia.
Y quizá tenga razón a medias, que es lo que me inquieta. Recuerdo que, en 2013, en otro de estos arreones periódicos de corrupción pública, me quejé ante don José Jiménez Lozano, que me contestó: “Los quicios de la política están en la corrupción: ‘Corrumpere et corrumpi saeculum vocatur’, decía Tácito. De otro modo, este mundo sería el reino de Dios”. Cómo me gustaría que mi añorado maestro no tuviese razón del todo, y que hubiese alguna
Si tiene razón Tácito, no nos queda más remedio que asumir que nos gobernarán corruptos
escapatoria.
Podemos reírnos de las cosas de Ábalos o pasmarnos de que haya sido ministro de España alguien tan echado a caricatura de Torrente; pero ése no es el tema a medio plazo. La cuestión es que, si sumamos, llevamos desde el principio encadenando casos de corrupción en un país que pierde proporcionalmente potencia económica, ilusión social, seguridad pública, alegría cívica, productividad neta, nivel educativo y confianza en las instituciones. Así ha titulado con tino Letras libres su último número: “Las instituciones y nosotros, que las quisimos tanto”.
No digo que todos los casos de corrupción sean iguales. Como en Rebelión en la granja los hay bastante más iguales que otros; pero ¿hemos de resignarnos a que la política sea sucia y sin remedio? ¿Habría que reforzar los controles? Quizá bastaría con no debilitarlos: respetar la independencia judicial, no manosear el ministerio fiscal, cuidar a la policía y a la Guardia Civil… Es todo lo contrario de lo que se hace. También necesitamos una clase política que se enorgullezca de su limpieza moral, que sólo presuma de eficacia y que busque el bien común. Con unos políticos obsesionados por llegar al poder y mantenerlo a toda costa, nos quedamos en Tácito, realmente.