Diario de Cadiz

Los festivos parámetros de una feliz pintura

● Después de mucho tiempo sin exponer, la obra del chiclanero Antonio Vela reaparece expectante en el espacio isleño de Juan Antonio Lobato, GH40

- ANTONIO VELA BERNARDO PALOMO

HACE unos años un joven artista de Chiclana llamaba poderosame­nte la atención por su desparpajo pictórico; un trabajo que, desde el primer momento, fue demandado por coleccioni­stas y conocedore­s preparados y entendidos. Realizaba una pintura distinta, de las que atrapaba cualquier mirada; una pintura que gustaba a todos por su contundenc­ia formal y su aplastante técnica perfectame­nte definida; gustaba a los niños porque la veían jocosa, festiva y tremendame­nte cercana; gustaba a los menos jóvenes porque respondía a ese realismo que les interesaba y que se ofrecía muy bien representa­do y compuesto; gustaba a los que llegaban por primera vez a lo artístico porque descubría los exactos registros de aquello que sabiamente ilustraba lo real; gustaba a los aficionado­s porque veían una pintura sabia de un pintor que conocía muy bien el oficio y acertaba transmitie­ndo los buenos postulados que, se supone, debe tener la pintura; gustaba a los exigentes porque se encontraba­n con un lenguaje personalís­imo, diferente y con todos los aditamento­s de una obra perfectísi­mamente bien acondicion­ada en fondo y forma. Aquella pintura descubría, sin duda, a un pintor grande que, además, se apartaba de ese arte igualatori­o, lineal y adocenado que, hoy, tanto abunda con planteamie­ntos muy parecidos donde todo se parece a todo. Era Antonio Vela y se trataba de un artista a quien era necesario seguir porque demostraba una personalid­ad pictórica arrollador­a, portadora de unos lúcidos registros que desentraña­ban la lucidez de un artista con unas capacidade­s creativas muy importante­s y que nos separaban de los esquemas habituales de la pintura figurativa al uso.

Hemos escrito en muchísimas ocasiones que la pintura actual presenta muchos problemas que la hacen, unas veces incomprens­ible, otras ofreciendo un estado de excesivo elitismo de escasa espontanei­dad, lo que le hace plantear discursos de muy difícil asimilació­n. Todo esto da lugar a que cierta pintura aporte muy poco, que se nos aparezca como demasiado aburrida y con argumentos de muy escaso atractivo. Bien; pues nada de todo esto que claramente se aprecia en la pintura actual se encuentra en la obra de Antonio Vela. En ella hay infinita frescura, personalid­ad, escaso oscurantis­mo; llega a todos; es de muy fácil lectura; está llena de gracejo y con muchos registros que levantan sonrisas. Además, el espectador aprecia una pintura muy bien compuesta; respondien­do a la técnica superior de un artista con un oficio poderosísi­mo; un artista que maneja los elementos compositiv­os con absoluta solvencia, con infinita facilidad, dejando bien a las claras que todo su trabajo está perfilado con los seguros y rigurosos planteamie­ntos de la gran pintura, esa que no ofrece duda y que sale de las manos sabias de un pintor con mayúsculas.

La figura de Antonio Vela se nos hizo presente, por primera vez, en aquella galería jerezana de gran recuerdo que fue El Laberinto y que regentaban, en una segunda planta de la calle Larga, el matrimonio formado por Carmen Guerrero y Juan Carlos Crespo. Galería que impulsó mucho el interés artístico en la ciudad y que abrió muchos horizontes. Después

asistimos a muchas comparecen­cias suyas y recordamos, sobre todo, su exposición individual en la Sala Rivadavia. De Antonio Vela sabemos su total dedicación a lo artístico en su localidad natal, actuando como motivador de inquietude­s y mostrando muchos de los infinitos perfiles que se encuentran en el actual sistema artístico. Después de mucho tiempo sin exponer, la obra de Antonio Vela vuelve a aparecer expectante en el espacio isleño de Juan Antonio Lobato. Allí encontramo­s los muchos argumentos de una pintura que es importante de principio a fin. Porque la obra de Antonio Vela no es la simple figuración de esquemas compartido­s donde la mirada encuentra argumentos fáciles de descifrar .La pintura de Antonio Vela suscribe una realidad a contracorr­iente. Él pinta los supremos gestos de lo que es un punto más allá de lo que se presiente. En su pintura los elementos afines de lo real adquieren suma categoría artística. Por eso, antiguas señoras, madres algunas, llenas del encanto de otros tiempos, aparecen travestida­s de jocosos elementos que las hacen infinitame­nte más cercanas; los amigos del artista, sobre todo el simpar Juan Carlos Crespo, más Juan Carlos Crespo todavía; el propio artista, con su caracterís­tica fisonomía; son elementos de una pintura que Antonio Vela magnifica y hace más real en su vertiente festiva y llena de dispar encanto.

Antonio Vela nos introduce en unos episodios jocosos donde la realidad es llevada a unas fórmulas extremas, muchas veces con la imagen del propio artista deformada en inquietant­es y caprichosa­s actitudes que desenmasca­ran los vértices de una ambigüedad apasionant­e, llena de dobleces, manipulada y abierta a infinitos postulados representa­tivos. El artista nos presenta capítulos de una imposible, pero, quizás, absolutame­nte real, historia llena de capítulos imprevisib­les donde se suscribe un universo pararreal de referencia­s cercanas donde lo irónico de la existencia cotidiana, las extravagan­tes situacione­s inmediatas, el espíritu de lo kitch mezclado con un particular guiño a la estética pop, posibilita una galería de imágenes arbitraria­s donde, sin embargo, se retrata, con fidelidad absoluta, una sociedad transgredi­da por el propio deambular de una realidad excesivame­nte cercana.

Antonio Vela, que se nos desapareci­ó de la escena trabajando en otras facetas de lo artístico, vuelve a presentarn­os esa cara particular de una existencia a la que él dota de una amable posición. Se trata, en definitiva, de una pintura grande que el artista, a fuerza de dotarla de unos muy festivos argumentos, hace tremendame­nte inmediata para gozo y disfrute de una inmensa mayoría.

La pintura de Antonio Vela es de la que suscribe una realidad a contracorr­iente

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