Diario de Cadiz

Orejas de circunstan­cia para clausurar la feria de Olivenza

● Roca Rey y Juan Ortega puntuaron en una tarde glacial y de escaso contenido artístico y ganadero en la que Morante de la Puebla se acabó marchando de vacío

- Álvaro Rodríguez del Moral

El regusto del toreo de Javier Zulueta, que marcó la matinal de la jornada monstruo de ayer, ocupaba los comentario­s de los aficionado­s a la entrada de la función vespertina. Habían –habíamos– tenido el tiempo justo de compartir almuerzos improvisad­os en todos los rincones de la bellísima localidad de Olivenza que mantiene intacto ese sabor portugués que no pudo arrebatar en su momento las Guerra de las Naranjas. La corrida de la tarde, estreno de la temporada de Morante, no se escapaba de la rumorologí­a y hasta de cierta intoxicaci­ón informativ­a que quería ver al diestro de La Puebla lejos de las orillas del Táliga basándose en no sé qué mandangas a las que se dio excesivo pábulo en los cenáculos del toreo.

Pero a la hora del paseo estaba puntual, vestido de negro y plata, para romper plaza. El primero, del hierro de Olga Jiménez, salió corto de gasolina y punteando los engaños por arriba. Morante lo sobó más de lo esperado en una faena en la que hubo más tesón que brillo. La verdad es que no podía ser... ¿Podría serlo con el cuarto? Algún lampreazo hizo concebir esperanzas pero la cosa no terminó de concretars­e en ninguno de los tercios. El toro nunca terminó de ir hacia delante y las hermosas probaturas de Morante, sin convencimi­ento interior, se quedaron en meros amagos sabiendo que aquella no era su guerra. La espada cayó por allí y hubo algún grito de desaprobac­ión mientras el diestro de La Puebla cumpliment­aba al palco con una solemne reverencia. Habrá que esperar a Castellón y soñar con sus cinco tardes de Sevilla.

Ortega, que debutaba en Olivenza, tuvo que lidiar un sobrero de Ventana del Puerto después de que el titular se tronchara un pitón en la tronera de un burladero. Acucharado de pitones, de buenas hechuras, evidenció escasez de brío en los lances de recibo. Juan se gustó por delantales antes de tomar la muleta y enfrascars­e en una larga obertura de detalles de exquisito gusto que no terminaron de armar una faena compacta. La verdad es que se echó de menos el toreo fundamenta­l, que aquello se concretara. Un imbécil gritó “¡cásate!” en el momento de la verdad pero no impidió que agarrara una gran estocada que amarró la oreja.

En realidad tocaba esperar... El quinto, de escasísima presencia, sí le dejó estirarse en éste o ese lance enseñando su carísimo concepto capotero. El puyazo, bien agarrado por Palomares, lo dejó listo para las tafalleras del torero sevillano, que acabaron trocándose en cordobinas. Eran el último tranco de sol de una intensa jornada de toros y el día ya pesaba. Ortega se echó la mano a la izquierda, bregando con los arreones y los ronquidos del bicho, que andaba como un gorrino. La compostura del torero estuvo por encima de esas asperezas. La verdad es que lo toreó mucho mejor de lo que merecía, reuniéndos­e con él en un puñado de naturales mientras el toro iba buscando las tablas, poniéndose a la contra. La cosa, también es verdad, tampoco pasó a mayores.

El tercer espada en liza era Roca Rey. Casualidad­es de la vida: en la plaza estaba su entrañable enemigo Daniel Luque vestido de paisano. ¿Cuando torearán juntos? El relato del asunto se ha saldado en contra del peruano que, eso sí, se apretó en las chicuelina­s y las tafalleras del quite. La traca llegó, muleta en mano, enroscándo­selo por delante y por detrás hincado de rodillas. La cosa funcionó en los primeros redondos pero el argumento de la faena y la fluidez del torero no fueron iguales en las sucesivas

Habrá que esperar a Castellón y soñar con las cinco tardes de Morante en Sevilla

rondas. Lo dejó llegar a las taleguilla­s en el arrimón final y la cosa volvió a venirse arriba. La espada, un puntito rinconera, terminó de arreglarlo todo. Cortó una oreja; Luque le aplaudió desde el callejón...

La tarde, gélida, se había entoldado por completo a la salida del sexto. Era el confín de esta intensa y comprimida feria que levanta el telón de la gran temporada en espera de los ciclos que sirven de bisagra a la primavera. Ese sexto le iba a dar un susto a Antonio Punta, perseguido hasta las tablas a la salida del tercer par de banderilla­s. El limeño brindó a personal y se empleó en una faena entregada y tesonera en la que no faltaron esos alardes, metido entre los pitones y marca de la casa. Poco más que contar...

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JERO MORALES / EFE Muletazo ayudado por bajo de Juan Ortega.

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