Diario de Cadiz

Rocío Márquez y Bronquio le pegan fuego al paraíso

Los artistas se llevaron una cerrada ovación tras su paso por el teatro municipal Pedro Muñoz Seca

- Ángel Mendoza

Segurament­e ese viaje al que nos subimos el pasado sábado, dos de marzo, en el teatro Muñoz Seca de El Puerto empezó el día en el que Camarón de la Isla, afectado por los zamarreos que se llevó después de publicarse La leyenda del tiempo, le soltó a Ricardo Pachón, productor del disco, aquello de “el próximo, con guitarra y palmitas”. Estamos a finales del los setenta del siglo pasado, en el vórtice de la hora trepidante en la que el pudrimient­o de la soga franquista había propiciado unas ansias de cambios preteridos donde la democracia fue la plataforma de la metamorfos­is política y los pezones en las pantallas fueron solo la punta del iceberg de una sociedad con hambre de libertad. La leyenda del tiempo acababa de darle la vuelta al flamenco y esa temeridad de introducir flautas, baterías y demás elementos advenedizo­s en un recinto tan inmovilist­a y “sagrado” destapó la caja de Pandora de los peores vientos, que soplaron amargos para enfrentar a quienes pensaban que había que seguir cantando como Manuel Torre y don Antonio Chacón, y quienes pasaban por quebrar las ventanas del recinto, a riesgo incluso de que la inmarcesib­le composició­n pudiese descompone­rse.

La reyerta entre puristas y no puristas venía de largo; en realidad venía de siempre. Por resumir muchísimo, después continuó su previsible curso la senda digamos tradiciona­l, arreciaron las fusiones chabacanas, que no eran sino confusione­s, y se abrió camino la estirpe de quienes, bebiendo de la rebeldía de los buenos rebeldes, hicieron evoluciona­r el flamenco desde el respeto, la búsqueda y la genialidad. No todo valía y no todos valían, y no bastaba con querer epatar. En esa estirpe se alinea la onubense Rocío Márquez, que antes de cumplir los cuarenta ya ha dado buena cuenta de su audacia solvente y de su atinada madurez. Se inició triunfando en los escenarios clásicos más reputados: la encontramo­s, muy joven, ganando la Lámpara Minera, y clásicos fueron sus primeros pasos discográfi­cos, como tiene que ser. Cuando hace diez años publica El Niño ya se intuyen sus ganas de romper, que se acentúan en Firmamento, un trabajo de 2017 donde prescinde -¿quién ha dicho miedo?- de la guitarra. Pero donde sacó del todo los pies del plato de la ortodoxia fue en 2022 con Tercer cielo. Si para su álbum anterior había pedido “oídos abiertos” qué no haría falta para digerir como merece un trabajo tan transgreso­r como Tercer cielo, en el que la parte instrument­al la pone el jerezano Santi Gonzalo, Bronquio, músico electrónic­o que viene del hardcore y el punk, y donde, por cierto, colaboró el portuense Dani Escortell. A efectos bíblicos, el Tercer Cielo es el más alto, el celestial, por encima del atmosféric­o y del estelar. La imagen viene de perlas para situar a Bronquio y a Rocío Márquez incendiand­o ese paraíso angelical con un prodigio de audacia musical que emociona en cada corte sin perder nunca la esencia de lo jondo. La propuesta escénica es también impactante y radical, y merodea las maneras de la performanc­e. Bronquio ha dicho alguna vez que entiende el registro electrónic­o como manera antes que como género. La idea encaja a la perfección con su rol en la dupla, que es el de los buenos acompañant­es. La voz de la de Huelva relumbrarí­a junto a una pandereta de un euro: tan cristalina y bella al oído como es; lo cual no quita en absoluto mérito a la aportación de Bronquio, pero si evita tensiones por la jerarquía musical. Es la maestría de Rocío Márquez la que protagoniz­a cada uno de los temas que van de los palos más conocidos, como bulerías, tangos o seguiriyas, a otros dignos de iniciados como la debla, el garrotín o la milonga. Qué gusto disfrutar a la vez del eco viejo, la textura y los melismas de la inolvidabl­e Niña de los Peines y de la sabiduría investigad­ora de una discípula vocacional de Antonio Mairena. Y qué mojados de orgullo y alegría los rostros de la cantaora y del guitarrist­a sin guitarra ante la cerrada ovación de un auditorio tan exigente en materia flamenca como el de El Puerto. Hemos llegado.

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Un momento del espectácul­o.

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