“Ninguna ciudad igualará al París de los años 20”
–Tengo entendido que su fascinación por París le vino por unos familiares... –Sí, por unas tías-abuelas que venían de Francia a Utiel en tiempo de vendimia. Emigrantes que cuando llegaban me resultaban muy exóticas. Vestían y olían de otra manera. Y, sobre todo, que lo hacían con alegría, puesto que eran fechas de fiestas. Si hago consulta de psicoanálisis, ése sería el origen de mi pasión por París.
–Traían también aires de libertad...
–Seguramente, aunque también estarían exageradas en la mente de un niño, que suele crear monstruos, aunque la mía creó diosas. –¿Cuándo fue la primera vez que visitó París?
–En 1988. De hecho, vamos a ir ahora el mismo grupo que la visitamos entonces. Era un viaje de fin de curso, en el instituto. Mientras el resto ligaba, yo me enamoré de la ciudad. –Pero algún ligue seguro que tendría...
–Yo ya de eso ni me acuerdo (risas)... –Documentarse de aquel París de los años 20 le habrá llevado tiempo... –Tiempo y placer. No dejaré de documentarme, porque me interesa, me entretiene y porque siempre hay algo más, como un local nuevo, una galería de arte que desconozco, algún evento... Sigo leyendo todo lo que tenga que ver con esa década.
–Hay quien dijo que, una vez superado el Covid, los actuales años 20 recordarían los de la centuria anterior...
–La gente dice muchas tonterías. Ha transcurrido ya un siglo de los Juegos Olímpicos de 1924 y del éxito, la efervescencia, el cine, la moda, la sociedad, el mundo artístico... Jamás volverá a suceder lo que ocurrió en aquellos años 20 porque entonces hubo una serie de ingredientes que se dieron cita en una ciudad que se convirtió en el ombligo del mundo, hasta ser la urbe más cosmopolita. Pero no, la pandemia no nos ha hecho diferentes. No en vano, volvemos a saludarnos con besos, con lo bien que nos venía la mano.
–¿Es usted poco besucón?
–No, me encantan los besos. Pero la prudencia la hemos perdido porque tenemos tendencia a olvidar. –En su libro hay dos personajes antagónicos, pero complementarios, Alice y Kiki. ¿Cuánto hay de de ellas en usted?
–Soy una mezcla de prudencia, de arrepentimiento y de osadía. Es lo que representa a estos dos personajes de la novela. Creo que todos tenemos un porcentaje de cada una de ellas. La alegría de vivir de Kiki y la prudencia de Alice. Pero las dos poseen ilusión, que es el motor de ambas y lo que nos iguala a los amigos y familias.
–El relato empieza con un abandono sentimental. ¿Hace falta tocar fondo para proyectarnos nosotros mismos?
–Me gustaría decir que no es necesario llegar a ese extremo, pero normalmente las mejores canciones y novelas de amor nacen de un dolor, puesto que lo único que te queda es la vida. Las ganas de volver a amar, a cantar o de volver a hacer algo más se originan normalmente en un momento crítico. Siempre recordamos las canciones que nos han pellizcado el corazón y las novelas que lo tocan. –¿Le molestaría que redujeran esta obra a un libro feminista?*
–Es una novela de mujeres valientes que tienen que rehacerse, como la ciudad. Están en metamorfosis y necesitan igualdad.
–¿Ese París de los años 20 sigue latente?
–No, ya sólo queda en las novelas, en las películas grabadas. La fiesta de los años 20 terminó. Vivimos de rentas de aquella creatividad, de su moda e insolencia, pero de aquello sólo queda el recuerdo y una novela.
–¿Existe alguna ciudad en el mundo que iguale al París de entonces?
–No. Ni la ha vuelto a haber. Ni Berlín, ni Londres ni Nueva York han disfrutado de esa vanguardia, la vida, la explosión y efervescencia del París de los años 20. Nada es comparable a
aquella creatividad que golpeó a todo el mundo. Fue un paraíso de libertad y un refugio de artistas. –Por cierto, ¿qué tal su oficio de librero? ¿Lo considera un trabajo de riesgo en tiempos digitales? –Riesgo es salir a la calle. La librería es un refugio de felicidad en el pueblo y un epicentro cultural.
–Se ha convertido, por tanto, en un atractivo cultural de Buñol...
–A mí, que la gente conozca Buñol por una librería, me resulta un piropo. El hecho de que este negocio se haya convertido en el motor de un pueblo habla muy bien de nosotros, que no somos tan malos como nos pintan.
–Hay una cita histórica que dice: “París bien vale una misa”. ¿La política actual también vale una misa, usted que tuvo breve experiencia en ella? –(Silencio). Es que no voy a misa desde hace mucho tiempo. Mi madre dijo: “ya está, se acabó”. Y ya no acudimos más.
Que una librería se haya convertido en el motor de Buñol habla muy bien de nosotros”