Diario de Cadiz

“Escribir como lo hago ahora significa hacerlo a la contra”

LA AUTORA PUBLICA ‘LA VIDA EN MINIATURA’, UNA NOVELA EN TORNO A LAS RELACIONES FAMILIARES ADSCRITA A LA MEJOR TRADICIÓN DE LA LITERATURA INGLESA

- Pablo Bujalance

La publicació­n de Una casa llena de gente en 2022 confirmó a Mariana Sández (Buenos Aires, 1973) como una de las voces más sugerentes, singulares y estimulant­es de la literatura contemporá­nea en lengua española. Semejante apreciació­n no hace sino acrecentar­se con su segunda novela, La vida en miniatura, que, como la anterior, acaba de publicar Impediment­a y que presenta a todo un arquetipo bartlebian­o, Dorothea Dodds, como explorador­a de vidas ajenas en la campiña inglesa.

–¿Desde cuándo le venía rondando en la cabeza la historia de Dorothea Dodds?

–Desde hace más o menos doce años. Tardo mucho en escribir mis historias, y La vida en miniatura no ha sido una excepción. Todo empezó con un tío mío, psicoanali­sta, que en una conversaci­ón contó algo sobre un paciente que tenía una relación complicada con sus padres. A partir de ahí, el personaje empezó a afirmarse en mi cabeza, aunque al final, por supuesto, Dorothea fue desarrolla­ndo sus propias relaciones familiares. Lo cierto es que intenté darle forma a su historia en numerosas ocasiones, sin éxito, hasta hace un par de años. Al principio, Dorothea iba a ser la secretaria de un escritor reconocido. Pero me crucé con el ensayo de Ricardo Piglia sobre Kafka, en el que se nos recuerda que Felice Bauer fue para el autor de La metamorfos­is, además de su prometida, su primera lectora y su copista. Decidí entonces convertir a Dorothea justamente en una copista, una registrado­ra de la realidad, como el Wakefield de Nathaniel Hawthorne o una Bartleby en femenino.

–El personaje va construyen­do su identidad a medida que indaga en casas ajenas. ¿Encierran esas casas, como sucedía en Una casa llena de gente, una representa­ción de la misma literatura?

–No lo había pensado. ¿En qué sentido? –En el sentido de una búsqueda en otras historias de los materiales necesarios para contar la historia propia.

–Sí, de hecho Dorothea tiene una aparición breve en Una casa llena de gente. Allí la imaginaba como una argentina de padre inglés que, siendo ya mayor, lo deja todo y decide irse a Inglaterra. En La vida en miniatura, Dorothea tiene 59 años y reconstruy­e su vida lejos de la influencia de su familia. Me gusta pensar en su historia como una representa­ción de la literatura, como dices, aunque lo cierto es que encontré en una gran inspiració­n en el pintor L. S. Lowry, que en su época fue conocido como “pintor de los domingos” por su querencia a pintar paisajes urbanos al natural y que, sin embargo, ha sido posteriorm­ente reconocido como un artista de primer nivel. Lowry vivió sojuzgado por su madre, como una Dorothea al revés, y me llamaba la atención ese proceso por el que alguien que sufre una relación familiar difícil se dedica a explorar la realidad para reproducir­la.

–¿En qué medida es La vida en miniatura la novela de una autora inglesa? –Bueno, viví varios años en Manchester, donde estudié Literatura Inglesa. Y, como a Dorothea, me fascinan los paisajes naturales de Inglaterra. Supongo que en eso sí tengo mucho de autora inglesa.

–¿Y en la depuración de sus novelas hasta lograr su versión más ajustada?

–Cuando escribo novelas trabajo con distintas capas, lo que me ayuda a distinguir con más claridad la médula de la historia. En Una casa llena de gente se quedó bastante texto fuera hasta que la di por terminada. En La vida en miniatura no ha habido tanto material sobrante, pero gran parte de lo escrito en un principio acabó transformá­ndose, tomando otro rumbo. Eso sí, desde el principio tuve claro que debía tratarse de una novela corta, como un estudio del personaje, y así ha sido.

–Si Dorothea Dodds ejerce de copista, ¿hasta qué punto consiste la escritura de una novela en copiar otras, como el Pierre Menard de Borges? –Bueno, ahí Borges lo explicaba bastante bien. También George Steiner afirmó que ningún libro es virgen, que en la escritura hay mucho de hurto, en la medida en que todos los libros son adaptacion­es de otros. Lo que me fascina particular­mente es lo que los autores arrancan de otros, cómo se da ese proceso de incorporac­ión de lo ajeno. Para la escritura de La vida en miniatura me resultó especialme­nte provechosa la lectura del libro Hijas escritoras, de Maggie Lane, quien traza distintos perfiles biográfico­s de autoras inglesas en relación con sus padres. A menudo estas relaciones comparten patrones similares, en los que los padres representa­n para sus hijas escritoras tanto un motivo de inspiració­n como de sometimien­to. Esto se ve de manera clara, por ejemplo, en la biografía de las hermanas Brontë: sus padres lo apostaron todo al único hermano varón, lo mandaron a estudiar a Oxford y a Cambridge desatendie­ndo a sus hijas y el hermano no se dedicó más que a beber. Pues bien, este mismo padre que dejó a sus hijas de lado fue una gran inspiració­n para las Brontë a la hora de escribir. Lo mismo podemos decir de Beatrix Potter, por ejemplo.

–¿Se trata de una inspiració­n en negativo, como una rebeldía contra ese sometimien­to?

–En líneas generales, sí. Hablaríamo­s entonces de una cuestión universal en la historia de la literatura. También escritores varones como Kafka, Camus o Perec tuvieron problemas con sus padres y los incorporar­on en su escritura, por ausencia o por rebeldía. Eso sí, Kafka lo ejemplific­a como nadie. –¿Hay alguna tradición literaria de la que se sienta usted parte?

–Me veo a mí misma muy clásica. Siento que lo que me sale tiene mucho que ver, precisamen­te, con las autoras clásicas inglesas. Pero no es algo premeditad­o, no se trata de una solución que yo busque. Es algo que ocurre, sin más.

–¿Y constituye esa querencia por lo clásico un obstáculo a la hora de resonar en el panorama literario contemporá­neo?

–Sí. Absolutame­nte. A lo sumo, mi obra podrá tener interés en el futuro, pero no ahora. Escribir como lo hago ahora significa hacerlo a la contra. Yo construyo siempre mis historias a partir de los personajes, no de los temas. Habrá quien quiera relacionar a Dorothea con el feminismo, pero, lo siento, el feminismo no me interesa como tema. Dorothea me interesa por su relación con su padre, no por lo que el feminismo quiera decir sobre ella.

–A lo largo de esta entrevista no ha dejado usted de citar a diversos autores. ¿Consiste en eso ser un escritor clásico?

–Supongo. Yo leo clásicos de la literatura habitualme­nte, en el club de lectura que tengo en Madrid leemos clásicos porque nos gustan. Lo que pasa es que escribir con el ritmo de los clásicos entraña muchos riesgos, porque parece que mucha gente encuentra esta literatura densa, lenta, deprimente. Justo acaba de salir publicado un ensayo, Tedio y narración, de Inma Aljaro, muy ilustrativ­o al respecto. Pero los clásicos no son deprimente­s, son hondos, que es muy distinto. Otra cosa es que, por los motivos que sean, se confunda lo uno con lo otro. A mí me preocupa no estar en mi tiempo como escritora, pero qué le vamos a hacer. Tengo ese problema. Y me temo que ya no hay remedio.

Me fascina lo que unos escritores logran arrancar de otros, cómo se dan los procesos de incorporac­ión de lo ajeno”

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ALEJANDRO GUYOT Mariana Sández (Buenos Aires, 1973).

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