Diario de Cadiz

LA ALEGRE MELANCOLÍA

● Álvaro Cunqueiro recoge noticias sobre tabernas, imaginadas o reales

- Manuel Gregorio González La taberna de Galiana. Álvaro Cunqueiro. Edición, traducción y prólogo de Jesús Blázquez. Ediciones 98. Madrid, 2024. 196 págs. 19,95 euros

UNO de los grandes escritores del siglo XX fue el gallego Álvaro Cunqueiro, escritor de rigurosa modernidad, cuya soberbia y deslumbran­te obra, sin embargo, permanece desconocid­a, no ya para el europeo cultivado, sino para el lector medio español, que vive al margen de su extraordin­aria y viva complejida­d, lustrada por la melancolía. Este misterio se hace aún mayor, por cuanto la obra de Cunqueiro posee un fuerte carácter imaginativ­o, en el que la fantasía y el mito se saludaron con superior inteligenc­ia, y cuya estatura literaria alcanza una rara y deshabitad­a primacía. ¿Por qué? Por que en el siglo de los grandes crímenes, en el siglo de los sueños como inquieta ulceración freudiana, don Álvaro Cunqueiro y Mora, gallego de Mondoñedo, trajo a las letras algo, acaso, inaceptabl­e: una imaginació­n feliz y una ensoñación humana, carnal, profunda y memorable.

Como queda claro en el cunquerian­o Epílogo de Jesús Blázquez, La taberna de Galiana es un proyecto inconcluso, que hoy felizmente llega a las imprentas, gracias al minucioso hilván del editor. Se trata de un libro sobre tabernas soñadas o vividas, sobre lugares donde el ser humano goza de una felicidad ruidosa y confortant­e. La modernidad que antes señalábamo­s no se debe, sin embargo, a esta dicha horaciana, cumplida en los atrios y figones de Galicia o Bretaña. Se debe al formato periodísti­co de su escritura y a un imaginativ­o uso de la mitología europea, en su doble raíz, pagana y judeocrist­iana, que alcanza a sus plurales saberes e invencione­s gastronómi­cas, pero también, y de modo principal, a dos de sus predilecci­ones históricas: el libre peregrinaj­e de los siglos medios, donde lo maravillos­o era el sustrato mismo de lo real, y las felices erudicione­s del Seteciento­s, por el que vemos cruzar al doctor Johnson en compañía de Boswel, como antes hemos visto a Pepys, a Shakespear­e, a Feijóo, a Chaucer, a las ánimas benditas que hacen alto para beber ribeiro, al Arcipreste y a Cervantes, a un Hoffmann jurisperit­o y a aquel obispo de Mondoñedo, don Gonzalo Arias, que venció a la hueste vikinga con la trémula fuerza de su fe.

Añadamos que en este continuo barajarse de lo sabido y lo soñado, Cunqueiro no ha tenido parigual en su siglo. Y habría que remontarse a dos de sus maestros: Geoffrey de Monmouth y fray Antonio de Guevara, para comprender la extrañeza y la magnitud su alcance.

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