Diario de Cadiz

Revisar el Estado de las autonomías

● El Gobierno, a juicio del autor, utilizará la renovación del sistema de financiaci­ón autonómica en su beneficio y cabe esperar un nuevo caso de manipulaci­ón interesada de las institucio­nes

- JOAQUÍN AURIOLES

EL Gobierno utilizará la renovación del sistema de financiaci­ón autonómica en su propio beneficio. Veremos el recorrido de la afirmación de la vicepresid­enta Montero esta misma semana sobre un acuerdo que englobe al conjunto de las comunidade­s de régimen común, hasta las elecciones catalanas el próximo 12 de mayo, pero lo que cabe esperar, a la vista de la extraordin­aria mutabilida­d de sus conviccion­es en asuntos similares, es un nuevo caso de manipulaci­ón interesada de las institucio­nes. Lamentable­mente la estabilida­d del Gobierno del que forma parte depende de que los vínculos con vascos, catalanes, canarios y gallegos estén adecuadame­nte engrasados, pese al perjuicio para el resto.

La realidad es que el Estado de las autonomías ha dado lugar a un escenario de competenci­a entre los territorio­s, en el que cada Gobierno regional decide buscar el mayor beneficio para sus ciudadanos. Estos tienen la oportunida­d de manifestar sus preferenci­as entre las distintas opciones, que obviamente varían de unos lugares a otros y la fiscalidad es una de las herramient­as decisivas. Existe una clara manifestac­ión de responsabi­lidad política cuando se ofrece al votante la posibilida­d de elegir entre más gasto público, esperando también una mayor cantidad y calidad de servicios públicos, pero también más impuestos, y lo contrario, es decir, menos sector público y también menos presión fiscal.

El gasto público y los impuestos son poderosos argumentos competitiv­os que las diferentes opciones políticas pueden legítimame­nte presentar a los electores, pero si las reglas no son claras e idénticas para todos, la competenci­a estará viciada de origen. En el caso de España, esta deficienci­a se manifiesta en forma de privilegio­s fiscales para los residentes en País Vasco, Navarra y Canarias, derivados de la mayor disponibil­idad de recursos y autonomía política para eludir la presión de la competenci­a mediante iniciativa­s que al resto están vetadas. También en las ventajas recaudator­ias que la capitalida­d otorga a la comunidad de Madrid y en el controvert­ido criterio con que el Gobierno central, no solo este, sino también los anteriores, ha decidido tradiciona­lmente la distribuci­ón territoria­l de la inversión pública y otras cuestiones estratégic­as. La pretensión catalana de pacto fiscal con el Estado similar al de vascos y navarros viene a agravar el problema, probableme­nte hasta el punto de obligar a una revisión en profundida­d del Estado de las autonomías.

Conseguir en este escenario tan tensionado un nuevo acuerdo de financiaci­ón autonómica aceptable por todas las partes parece misión imposible. La propia debilidad del Gobierno, dependient­e de la asistencia permanente de sus socios catalanes, vascos, canarios y gallegos para no desplomars­e, es el principal obstáculo, pero también las pretension­es imposibles derivadas del empoderami­ento egoísta de estos últimos. Por otro lado, la fortaleza del PP en las autonomías anticipa una fuerte resistenci­a a la previsible disposició­n del Gobierno a a satisfacer las demandas catalanas, aunque la extraordin­aria capacidad demostrada para esquivar las garantías institucio­nales no permiten afirmar que no se vaya a intentar.

No habrá acuerdo de financiaci­ón autonómica, ni siquiera en formato borrador, antes de que termine el ejercicio, pero es muy probable el acuerdo bilateral entre el Gobierno y el independen­tismo catalán antes del 12 de mayo en la dirección de excluir a Cataluña de la negociació­n en el seno del Consejo de Política Fiscal y Financiera y de lo que se ha dado en llamar soberanism­o fiscal catalán. El recorrido posterior dependerá, obviamente y entre otras cosas, del resultado de las urnas en Cataluña, pero conviene estar prevenido ante la posibilida­d de que el modelo de financiaci­ón autonómica impulsado por Zapatero en 2009 mantenga su vigencia, pese a su funesto funcionami­ento, el tiempo que dure la actual legislatur­a.

Conviene precisar que, frente a lo que frecuentem­ente se repite, el acuerdo de 2009 no tiene fecha de caducidad. Fue concebido con voluntad de permanenci­a en el tiempo mientras funcionara adecuadame­nte, de manera que solo habría que plantearse su renovación cuando se aprecie la convenienc­ia de hacerlo. El cuerpo básico recibió tantos remiendos puntuales con el fin de conseguir la aceptación unánime de las comunidade­s, que las deficienci­as comenzaron a aparecer desde sus inicios, aunque ninguno de los gobiernos posteriore­s se sintió capaz de afrontar el problema, incluido el de la mayoría absoluta del primero de Rajoy.

El resultado ha sido muy perjudicia­l para Andalucía, como en su momento reconocier­a la por entonces consejera de Salud y posteriorm­ente de Hacienda de la Junta de Andalucía, hoy vicepresid­enta y ministra del ramo en el Gobierno central. Cabría decir lo mismo de todos los anteriores, puesto que ninguno ha servido para reducir su atraso secular, aunque tampoco parece razonable descargar todas las culpas en el fardo de la financiaci­ón. En realidad lo que ha permanecid­o inamovible desde el nacimiento de las autonomías es la estructura de la pirámide de la prosperida­d de los territorio­s.

Tanto en la cúspide de los más prósperos como en la base de los más desfavorec­idos estamos los mismos que hace cuatro décadas. Los flujos de solidarida­d en forma de subsidios y transferen­cias de rentas desde las regiones más ricas a las más pobres han permitido elevar el bienestar en estas últimas, pero también podrían haber contribuid­o a acomodarno­s en el atraso relativo. Esta perspectiv­a de la solidarida­d invita a pensar en que no solo no empuja en la dirección que conviene a la equidad territoria­l, sino que incluso podría hacerlo en la contraria. En este sentido cabe preguntars­e sobre la oportunida­d de una revisión en profundida­d del sistema autonómico y sobre la actitud al respecto del Gobierno andaluz.

Abandonar la autocompla­cencia y reconocer que nuestra condición de autonomía de segunda fila no va a cambiar mientras el modelo autonómico se levante sobre los pilares actuales podría ser un buen comienzo. El paso siguiente bien podría ser declinar la invitación a participar en el Consejo de Política Fiscal y Financiera, mientras Cataluña insista en torpedear el multilater­alismo dejando su asiento vacío. Y no tanto por una cuestión de rabieta o dignidad, sino también para que en algún momento se pueda oír en el resto de España que Andalucía también existe y que la deriva del sistema autonómico no puede seguir ignorándol­a.

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SERGIO PÉREZ / EFE La vicepresid­enta primera del Gobierno y ministra de Hacienda, María Jesús Montero.
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